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lunes, 2 de mayo de 2022

Lealtad a la Bandera

    Se lamentaba Jordan Henderson en el artículo que publicaba en Off-Guardian de que la Iglesia y el Estado hubieran eclipsado, dice él, el verdadero valor del cristianismo.

    Relaciona el artista en su último trabajo, que se llama precisamente Eclipsado, el Juramento de Lealtad a la Bandera, que es un ritual de sumisión al Estado y una declaración ceremonial de creencia y fe en sus autoridades, extremadamente común en los Estados Unidos, especialmente en las escuelas y en reuniones gubernamentales y comunitarias, con la sumisión de las iglesias cristianas a las mismas autoridades sanitarias del gobierno en su lucha contra la supuesta pandemia de virus coronado, por lo que el personaje que hace el juramento con la mano en el pecho lleva una mascarilla con las barras y estrellas del pendón americano, que aparece por su parte en primer plano con una calavera y dos espadas entrecruzadas.

Eclipsado, Jordan Henderson (2022)
 

    El texto del juramento es el siguiente: I pledge allegiance to the Flag of the United States of America, and to the Republic for which it stands, one Nation under God, indivisible, with liberty and justice for all: Juro lealtad a la Bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una Nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.

    Con este juramento los norteamericanos prometen lealtad a la bandera, que es el símbolo del Estado, un Estado que es gobernado por el Dios de su billete de dólar: in God we trust. El Juramento de Lealtad es un acto de fe, como la Jura de Bandera de los reclutas españoles tras el período de instrucción cuando cumplían el ominoso servicio militar. Ese dios que preside su nación no puede ser otro que el viejo Mammón, que es el de la principal religión monoteísta del mundo, cuyo templo más importante se halla hoy por hoy en la ciudad santa de Nueva York, y en las Bolsas, sus principales sucursales. Mammón es, al parecer, una palabra aramea que significa ‘dios de la avaricia’, representado como un demonio que personifica uno de los siete pecados capitales, la avaricia precisamente o el deseo insaciable de más dinero  (auaritia en latín, πλεονεξία, pleonexía en griego). 

El culto a Mammón, Evelyn de Mongan (1909)
 

    Pero este Mammón, o Don Dinero, que diría Quevedo, no es sólo un poderoso caballero, sino que es el más poderoso de todos los caballeros, el único dios verdadero: Herr Kapital.

    No es extraño ver la bandera del gobierno federal de los Estados Unidos ondeando en las iglesias evangélicas, por lo que no le sorprende al pintor que cuando el gobierno ordenó a los templos que cerraran sus puertas en cumplimiento de los preceptos sanitarios, la mayoría lo hiciera al fin sin rechistar.

    Los cristianos, como se sabe, fueron perseguidos en la antigüedad por negarse a participar en el culto del Imperio Romano a sus emperadores divinizados. Sin embargo, hoy en día muchos cristianos no ven ningún conflicto de intereses en ofrecer su lealtad a la bandera del Imperio de los Estados Unidos. Las iglesias se han plegado a los dictados sanitarios, tapando las pilas de agua bendita a la entrada de los templos, advirtiendo a los fieles de que no asistieran a misa, que la vieran televisada, como aconsejó Su Santidad el Papa en la celebración de la Misa de Pascua, poniéndose todos los sacerdotes mascarilla, cerrándose los templos a cal y canto y dejando de sonar las campanas que llamaban a los feligreses; y, cuando se abrieron, se rogaba que los que asistían no se sentaran juntos, no fueran a contagiarse, o, simplemente, que no se dieran la paz como hacían antes. 

    Los primeros cristianos se daban un beso, el beso de la paz (osculum pacis). Era una práctica común de las primitivas comunidades cristianas que llegó a convertirse en un rito litúrgico. El apóstol Pablo habla del "beso santo" en varias ocasiones: un beso casto en la mejilla entre varones o entre mujeres. Salutate fratres omnes in osculo sancto: Saludad a todos los hermanos con un beso santo.  Nada impedía, por otra parte, que el beso se diera en los labios. En la misa católica, los fieles se dan la mano y de ese modo se dan la paz. Sin embargo, a causa de la contingencia del virus coronado se desaconsejaron las interacciones personales físicas (sic) en la vida cotidiana por razones sanitarias: ni abrazos, ni besos ni apretones de manos. 

Nuevos y ridículos saludos contactless de los caballeros con la mano en el pecho.

    En el nombre de la Ciencia es ahora mejor pretexto que “En el nombre de Dios”, pero los cristianos siguen siendo importantes apologistas de los poderosos. La ciencia ha superado claramente al cristianismo por lo que las élites la utilizan para hacer 'razonable' su dominio. 

Su Santidad el Papa besando la bandera azul y amarilla de Ucrania. 
 

    La Iglesia, por boca del Papa, bendijo a la industria farmacéutica afirmando que la vacuna era un acto de amor, y, para colmo, ahora que ha desaparecido la misteriosa pandemia gripalizándose, o ha pasado a un segundo plano, vemos al mismo vicario de Cristo besando la bandera de Ucrania. ¿Bendecirá también Su Santidad las armas de destrucción masiva, las famosas weapons of mass destruction, que envía la Unión Europea a ese país para defender esa sacrosantísima bandera?

domingo, 21 de noviembre de 2021

¡Que viva la Concha!

    Recibo con fecha 12 de noviembre una carta del Presidente de la Junta Vecinal* del pueblo de La Concha, en el término municipal de Villaescusa (Cantabria) donde vivo, informando de que la población, que “carecía de símbolos propios” al igual que las restantes localidades del municipio, ha adoptado oficialmente un escudo heráldico y una bandera, después de un proceso que se inició el 2 de septiembre de 2019 para la adopción de una simbología que nos individualice, por lo que estamos de enhorabuena, porque ¿cómo habíamos podido vivir hasta ahora sin símbolos que nos representen, que nos identifiquen, que recojan nuestras señas identitarias e historia conectándonos con nuestro pasado y a la vez con nuestro futuro y destino, que mantengan la ilusión del fetiche de que somos un pueblo unido con una singularidad propia, como si no tuviéramos bastante con la identidad mundial, la europea, la nacional y la autonómica que llevamos a cuestas y necesitásemos ahora de golpe y sopetón una identidad municipal y, más aún, una identidad juntavecinal? 

     *Según la inevitable Güiquipedia, que cito cuando la consulto: Junta vecinal es el nombre que legalmente reciben en la comunidad autónoma de Cantabria las entidades de ámbito territorial inferiores al municipio.
 
     Según dicha carta, la adopción de símbolos propios “es una iniciativa de relevancia”, con la que nos situamos en cabeza, maldita la falta que nos hacía ser los primeros en eso, ya que “en la comunidad autónoma de Cantabria de las más de 500 Juntas Vecinales y Concejos Abiertos que existen solo 4 disponen de ellos” (se entiende de Símbolos Propios). 
 
    Parece que no hay asunto más importante que este de tener un escudo heráldico y una bandera, a falta como estamos también de un himno, no se le olvide al Presidente de la Junta Vecinal, un himno que podría resonar en ciertas solemnidades cuando se reúnan el Presidente y los cuatro vocales en la sala de juntas del local vecinal, donde ya luce el escudo, y oírse también en la bolera del pueblo, donde ya ondea la bandera, en las ocasiones señaladas al efecto. 
 
    La citada carta se acompaña de dos trípticos con ilustraciones y fotografías a todo color, sufragados con fondos públicos. En el primero de ellos se da cuenta de los citados Símbolos Propios que hemos adoptado, y que son un escudo con una Corona Real, una concha o venera -qué original- y una representación del Puente de Solía, siendo sus colores rojo, blanco y azul los de nuestra gloriosa bandera. 
 
 
      El segundo tríptico, del que se han editado 10.000 ejemplares, estuvo al parecer en FITUR,  la Feria Internacional del Turismo, "una de las ferias de turismo más importantes del mundo", con la que se pretendía, supongo, atraer a los turistas peregrinos a conocer este lugar "encantado por la magia de sus paisajes naturales, por los duendes de sus caminos, rutas y sendas, por la fantasía y hospitalidad de sus personas y personajes que aquí habitan, por su historia y el patrimonio que nos han legado." 
 
  
    Habida cuenta de que, como decíamos arriba, sólo nos falta el himno para completar la tríada simbólica de nuestra esencia, sugiero para la letra, a la que otro tendría que poner la adecuada música de marcha guerrera y triunfal, las siguientes rimas en versos reizianos, cuyo esquema es  - + - - + (-), donde el signo "+" quiere decir sílaba rítmicamente marcada (las segundas y las quintas de cada hexasílabo o pentasílabo agudo), y el signo"-" sílaba no marcada: ¡Que viva La Concha / que alzó el pabellón, / bandera que ondea, / pendón tricolor, / La Concha que luce / escudo y blasón / con una corona / real! ¡Qué ilusión!  / ¡Que el himno resuene / que nunca se oyó, / la falta que hacían  / platillo y tambor! / ¡Que viva la historia / jamás que pasó! / ¡Que viva el destino / que no se cumplió! / ¡Que viva La Concha / que nunca existió!  / ¡Que viva la madre / que no la parió! / Metida en su valva, / rompió el cascarón. /  ¡Se troncha de risa / La Concha de Dios!

martes, 24 de agosto de 2021

¿Quemar una bandera, agravio u homenaje?

Recojo aquí y me hago eco de la propuesta de homenaje a la bandera que hizo el llorado Rafael Sánchez Ferlosio a propósito de la creación ex nihilo de la Comunidad Autónoma de Madrid en 1983, cuyo himno compuso Agustín García Calvo, con música del maestro Pablo Sorozábal Serrano,  por encargo de su primer presidente Joaquín Leguina por el módico precio de una peseta, y cuya bandera definió Santiago Amón Hortelano con diseño de José María Cruz Novillo, según leo en la inevitable Güiquipedia: un fondo rojo carmesí según unos, pero según otros que no se ponen de acuerdo en esto, rojo vivo o encendido con siete estrellas blancas de cinco puntas cada una situadas en el centro en dos filas, cuatro arriba y tres debajo.




Con el objeto de dar mayor vivacidad y color festivo al fervor ceremonial que siempre debe rodear el merecido culto a la bandera de esta comunidad, la comisión de protocolo de la Autonomía de Madrid se complace en anunciar al público que, entre las prácticas rituales oficialmente reconocidas y prescritas para mejor honrar y celebrar dicha bandera, queda incluida la de su propia combustión, no teniéndola en adelante por agravio, sino por acendrada expresión del más devoto acatamiento, y con la sola reserva de que la limitación de las disponibilidades presupuestarias asignadas por la comunidad al capítulo de banderas pudiese eventualmente recomendar alguna siempre momentánea restricción en el legítimo ejercicio de esta específica forma de culto a la bandera consistente en el homenaje incineratorio.

No estaría mal que este “homenaje incineratorio” que propone Ferlosio, y que en el caso de la Comunidad de Madrid podría acompañarse con la ejecución cantada del himno correspondiente,  se hiciera extensivo a las banderas de las restantes comunidades y a la de toda la nación y a la europea, y a las de todos los Estados y nacionalidades del orbe de las tierras, sin que su combustión se considerara un agravio o un ultraje, sino, por el contrario, el más acendrado homenaje, nunca mejor dicho, que pudiera hacérseles. 


Yo estaba en el medio: / giraban las otras en corro / y yo era el centro. / Ya el corro se rompe, / ya se hacen estado los pueblos, / y aquí de vacío girando / sola me quedo. / Cada cual quiere ser cada una: / no voy a ser menos: / ¡Madrid, uno, libre, redondo, / autónomo, entero! / Mire el sujeto / las vueltas que da el mundo / para estarse quieto.

Yo tengo mi cuerpo: / un triángulo roto en el mapa / por ley o decreto, / entre Ávila y Guadalajara, / Segovia y Toledo: / provincia de toda provincia, / flor del desierto. / Somosierra me guarda del Norte y / Guadarrama con Gredos; / Jarama y Henares al Tajo / se llevan el resto. / Y a costa de esto, / yo soy el Ente Autónomo Último, / el puro y sincero. / ¡Viva mi dueño, / que, sólo por ser algo / soy madrileño!

Y en medio del medio, / capital de la esencia y potencia, / garajes, museos, / estadios, semáforos, bancos, / y vivan los muertos: / ¡Madrid, Metropol, ideal / del Dios del Progreso! / Lo que pasa por ahí, todo pasa / en mí, y por eso / funcionarios en mí y proletarios / y números, almas y masas / caen por su peso; / y yo soy todos y nadie, / político ensueño. / Y ése es mi anhelo, / que por algo se dice: "De Madrid, al cielo".

 Ceremonia de incineración de bandera mexicana.

En México existe un protocolo para la ejecución de la ceremonia de incineración de la bandera nacional, previsto sólo en caso de que esta haya sufrido algún deterioro, lo que conlleva que el paño descolorido o estropeado, una vez reducido a cenizas tras rociarlo, supongo, con alcohol o gasolina para una rápida y segura combustión, sea sustituido por otro nuevo, previa autorización de las autoridades correspondientes, lo que, como puede verse, guarda cierta relación de semejanza con el mito del renacimiento del ave Fénix.

Según lo que estipula La Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales de aquel país: “Las cenizas de esta bandera deberán ser resguardadas o enterradas como un simbolismo de regreso a las entrañas de la Patria. La Bandera Nacional es un objeto sagrado, que incinerado y transformado en polvo vuelve a sus orígenes.” Se identifica así la Patria con la propia tierra, es decir se hace que el adjetivo suplante al sustantivo, pues, como se sabe “patria” es la forma femenina del adjetivo patrio, que significa concerniente al padre, que determinaba al sustantivo “tierra” en la expresión “tierra patria”, y se oculta el sustantivo “tierra” a la vez que se procede a la sustantivación del adjetivo al que, para mayor gloria de Dios, se le impone la mayúscula honorífica, por lo que se dice que las cenizas de ese “objeto sagrado” que es el pendón nacional, al ser enterradas, simbolizan el “regreso a las entrañas de la Patria”, lo que no deja de recordarnos por otra parte lo que le dijo Jehová a Adán en la Biblia: con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás (puluis es et in puluerem reuerteris), (Génesis, 3, 19), sobre todo cuando se le imprime carácter sacrosanto a dicho emblema que “transformado en polvo vuelve a sus orígenes”.


Así continúa la susodicha ley: “El emblema nacional al ondear libre nos recuerda lo más hermoso de nuestra patria, superior, excelsa, que nos unifica y obliga por igual y a la cual todos nos debemos. Al unísono decimos adiós a las cenizas que regresan a la tierra, quien con amor las toma en su regazo. Así piensa el pueblo de México de sus símbolos patrios”.


Es cierto que la imagen de una bandera es bella cuando ondea libremente al viento, pero es hermosa porque flamea y porque cuando lo hace sugiere precisamente su propia combustión, la suya propia y la de todas las demás banderas, reales y falsas como son; reales en cuanto que símbolos de las patrias existentes, pero falsas en cuanto que todas y cada una de ellas pretenden ser la única y verdadera, arrogándose la supremacía y exclusividad de encarnar a la Patria, cuando lo que hay no son más que “patrias chicas”, por así decirlo, que simbolizan la división aleatoria y arbitraria de la humanidad, basada en criterios geográficos e históricos como el lugar en que hemos nacido y la lengua que hemos aprendido a hablar, sujetos a cambios como están ya que ninguna patria es idéntica a sí misma siempre. No hay pues ultrajes a la patria ni a la bandera; el ultraje es que haya patrias y banderas, da igual que grandes o chicas,  municipales, autonómicas, nacionales o europeas.

A la pregunta de qué es la Patria, podrían responderle bien aquellos versos: -Una idea, nada más, / como cualquiera otra, falsa, impuesta. / Nuestra patria es el amor, / perdido paraíso sin fronteras. / Otra patria no es verdad / ni digna de que nadie la defienda: / patria no hay que valga más,  / ni noble patriotismo a fin de cuentas. 

Flamear según la RAE de la Lengua deriva del latín “flamma” que origina nuestra palabra patrimonial “llama”, y los cultismos "flamante" y "flamear". Se define en primer lugar en su acepción culinaria como “rociar un alimento con alcohol y prenderle fuego”, también “despedir llamas” y, finalmente, y dicho de una bandera, “ondear movida por el viento, sin llegar a desplegarse enteramente”, porque sus ondulaciones, acompasadas del crepitar del paño batido por el viento, sugieren las llamaradas del fuego fulgurante. No hay espectáculo más bello que una bandera al viento, porque simboliza la disolución de sus colores y su propia indefinición y deflagración, la ecpirosis o purificación por el fuego que arrastra al cosmos al cabo del Gran Año destruyéndolo para su renacimiento o palingenesia, que, a su vez, será destruido de nuevo según los estoicos,  que se consideraban seguidores de Heraclito,  al final del nuevo ciclo. 


¿Llegará alguna vez el día feliz en que asistamos a la ceremonia, simbólica o real, de arriado y, acto seguido, incineración solemne de todas las banderas,  deterioradas y desgastadas por el uso y el abuso que de ellas se ha hecho a lo largo de la historia universal, y no sean sustituidas por otras nuevas ni repuestas, o, lo que sería lo mismo, el día en que estandartes, lábaros y pendones no sean más que lo que son, paños o trapos o retazos de tela que, izados en el mástil, ondean al viento sin  representar nada ni a nadie, carentes de cualquier significación y simbolismo, como las cometas multicolores de jirones de tela o cintas de papel que, sujetas por un cordel muy largo, se arrojan al aire para que el viento las vuele y sirvan de diversión a niños y muchachos?