Recojo
aquí y me hago eco de la propuesta de homenaje a la bandera que hizo el
llorado Rafael Sánchez Ferlosio a propósito de la creación ex nihilo de la Comunidad Autónoma de Madrid en 1983, cuyo himno compuso Agustín García Calvo, con música del maestro Pablo Sorozábal Serrano, por
encargo de su primer presidente Joaquín Leguina por el módico precio de
una peseta, y cuya bandera definió Santiago Amón Hortelano con diseño
de José María Cruz Novillo, según leo en la inevitable Güiquipedia: un
fondo rojo carmesí según unos, pero según otros que no se ponen de
acuerdo en esto, rojo vivo o encendido con siete estrellas blancas de
cinco puntas cada una situadas en el centro en dos filas, cuatro arriba y
tres debajo.
Con
el objeto de dar mayor vivacidad y color festivo al fervor ceremonial
que siempre debe rodear el merecido culto a la bandera de esta
comunidad, la comisión de protocolo de la Autonomía de Madrid se
complace en anunciar al público que, entre las prácticas rituales
oficialmente reconocidas y prescritas para mejor honrar y celebrar dicha
bandera, queda incluida la de su propia combustión, no teniéndola en
adelante por agravio, sino por acendrada expresión del más devoto
acatamiento, y con la sola reserva de que la limitación de las
disponibilidades presupuestarias asignadas por la comunidad al capítulo
de banderas pudiese eventualmente recomendar alguna siempre momentánea
restricción en el legítimo ejercicio de esta específica forma de culto a
la bandera consistente en el homenaje incineratorio.
No estaría mal que este “homenaje incineratorio” que propone Ferlosio, y
que en el caso de la Comunidad de Madrid podría acompañarse con la
ejecución cantada del himno correspondiente, se hiciera extensivo a
las banderas de las restantes comunidades y a la de toda la nación y a
la europea, y a las de todos los Estados y nacionalidades del orbe de las tierras,
sin que su combustión se considerara un agravio o un ultraje, sino,
por el contrario, el más acendrado homenaje, nunca mejor dicho, que
pudiera hacérseles.
Yo estaba en el medio: / giraban las otras en corro / y yo era el
centro. / Ya el corro se rompe, / ya se hacen estado los pueblos, / y
aquí de vacío girando / sola me quedo. / Cada cual quiere ser cada una: /
no voy a ser menos: / ¡Madrid, uno, libre, redondo, / autónomo, entero!
/ Mire el sujeto / las vueltas que da el mundo / para estarse quieto.
Yo tengo mi cuerpo: / un triángulo roto en el mapa / por ley o decreto, /
entre Ávila y Guadalajara, / Segovia y Toledo: / provincia de toda
provincia, / flor del desierto. / Somosierra me guarda del Norte y /
Guadarrama con Gredos; / Jarama y Henares al Tajo / se llevan el resto. /
Y a costa de esto, / yo soy el Ente Autónomo Último, / el puro y
sincero. / ¡Viva mi dueño, / que, sólo por ser algo / soy madrileño!
Y en medio del medio, / capital de la esencia y potencia, / garajes,
museos, / estadios, semáforos, bancos, / y vivan los muertos: / ¡Madrid,
Metropol, ideal / del Dios del Progreso! / Lo que pasa por ahí, todo
pasa / en mí, y por eso / funcionarios en mí y proletarios / y números,
almas y masas / caen por su peso; / y yo soy todos y nadie, / político
ensueño. / Y ése es mi anhelo, / que por algo se dice: "De Madrid, al
cielo".
Ceremonia de incineración de bandera mexicana.
En México existe un protocolo para la ejecución de la ceremonia de
incineración de la bandera nacional, previsto sólo en caso de que esta
haya sufrido algún deterioro, lo que conlleva que el paño descolorido o
estropeado, una vez reducido a cenizas tras rociarlo, supongo, con
alcohol o gasolina para una rápida y segura combustión, sea sustituido
por otro nuevo, previa autorización de las autoridades correspondientes,
lo que, como puede verse, guarda cierta relación de semejanza con el
mito del renacimiento del ave Fénix.
Según lo que estipula La Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno
Nacionales de aquel país: “Las cenizas de esta bandera deberán ser
resguardadas o enterradas como un simbolismo de regreso a las entrañas
de la Patria. La Bandera Nacional es un objeto sagrado, que incinerado y
transformado en polvo vuelve a sus orígenes.” Se identifica así la
Patria con la propia tierra, es decir se hace que el adjetivo suplante
al sustantivo, pues, como se sabe “patria” es la forma femenina del
adjetivo patrio, que significa concerniente al padre, que determinaba al
sustantivo “tierra” en la expresión “tierra patria”, y se oculta el
sustantivo “tierra” a la vez que se procede a la sustantivación del
adjetivo al que, para mayor gloria de Dios, se le impone la mayúscula
honorífica, por lo que se dice que las cenizas de ese “objeto sagrado”
que es el pendón nacional, al ser enterradas, simbolizan el “regreso a
las entrañas de la Patria”, lo que no deja de recordarnos por otra parte
lo que le dijo Jehová a Adán en la Biblia: con el sudor de tu rostro
comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido
tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás (puluis es et in puluerem reuerteris), (Génesis, 3, 19), sobre todo cuando se le imprime carácter sacrosanto a dicho emblema que “transformado en polvo vuelve a sus orígenes”.
Así continúa la susodicha ley: “El emblema nacional al ondear libre nos
recuerda lo más hermoso de nuestra patria, superior, excelsa, que nos
unifica y obliga por igual y a la cual todos nos debemos. Al unísono
decimos adiós a las cenizas que regresan a la tierra, quien con amor las
toma en su regazo. Así piensa el pueblo de México de sus símbolos
patrios”.
Es cierto que la imagen de una bandera es bella cuando ondea libremente
al viento, pero es hermosa porque flamea y porque cuando lo hace sugiere
precisamente su propia combustión, la suya propia y la de todas las
demás banderas, reales y falsas como son; reales en cuanto que símbolos
de las patrias existentes, pero falsas en cuanto que todas y cada una de
ellas pretenden ser la única y verdadera, arrogándose la supremacía y
exclusividad de encarnar a la Patria, cuando lo que hay no son más que
“patrias chicas”, por así decirlo, que simbolizan la división aleatoria y
arbitraria de la humanidad, basada en criterios geográficos e
históricos como el lugar en que hemos nacido y la lengua que hemos aprendido a hablar,
sujetos a cambios como están ya que ninguna patria es idéntica a sí
misma siempre. No hay pues ultrajes a la patria ni a la bandera; el
ultraje es que haya patrias y banderas, da igual que grandes o chicas,
municipales, autonómicas, nacionales o europeas.
A la pregunta de qué es la Patria, podrían responderle bien aquellos versos: -Una
idea, nada más, / como cualquiera otra, falsa, impuesta. / Nuestra
patria es el amor, / perdido paraíso sin fronteras. / Otra patria no es
verdad / ni digna de que nadie la defienda: / patria no hay que valga
más, / ni noble patriotismo a fin de cuentas.
Flamear según la RAE de la Lengua deriva del latín “flamma” que origina
nuestra palabra patrimonial “llama”, y los cultismos "flamante" y
"flamear". Se define en primer lugar en su acepción culinaria como
“rociar un alimento con alcohol y prenderle fuego”, también “despedir
llamas” y, finalmente, y dicho de una bandera, “ondear movida por el
viento, sin llegar a desplegarse enteramente”, porque sus ondulaciones,
acompasadas del crepitar del paño batido por el viento, sugieren las
llamaradas del fuego fulgurante. No hay espectáculo más bello que una
bandera al viento, porque simboliza la disolución de sus colores y su
propia indefinición y deflagración, la ecpirosis o purificación por el
fuego que arrastra al cosmos al cabo del Gran Año destruyéndolo para su
renacimiento o palingenesia, que, a su vez, será destruido de nuevo
según los estoicos, que se consideraban seguidores de Heraclito, al
final del nuevo ciclo.
¿Llegará alguna vez el día feliz en que asistamos a la ceremonia, simbólica o real, de arriado y, acto seguido, incineración solemne de todas las banderas, deterioradas y desgastadas por el uso y el abuso que de ellas se ha hecho a lo largo de la historia universal, y no sean sustituidas por otras nuevas ni repuestas, o, lo que sería lo mismo, el día en que estandartes, lábaros y pendones no sean más que lo que son, paños o trapos o retazos de tela que, izados en el mástil, ondean al viento sin representar nada ni a nadie, carentes de cualquier significación y simbolismo, como las cometas multicolores de jirones de tela o cintas de papel que, sujetas por un cordel muy largo, se arrojan al aire para que el viento las vuele y sirvan de diversión a niños y muchachos?
¿Llegará alguna vez el día feliz en que asistamos a la ceremonia, simbólica o real, de arriado y, acto seguido, incineración solemne de todas las banderas, deterioradas y desgastadas por el uso y el abuso que de ellas se ha hecho a lo largo de la historia universal, y no sean sustituidas por otras nuevas ni repuestas, o, lo que sería lo mismo, el día en que estandartes, lábaros y pendones no sean más que lo que son, paños o trapos o retazos de tela que, izados en el mástil, ondean al viento sin representar nada ni a nadie, carentes de cualquier significación y simbolismo, como las cometas multicolores de jirones de tela o cintas de papel que, sujetas por un cordel muy largo, se arrojan al aire para que el viento las vuele y sirvan de diversión a niños y muchachos?
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