domingo, 15 de agosto de 2021

De la servidumbre voluntaria

    Étienne de La Boétie fue amigo de Montaigne. De la Boétie murió a la edad de Cristo crucificado, a los 33 años, asistido hasta el último instante por su íntimo amigo.

 Étienne de la Boétie (1530-1563)

   Montaigne, en De l'Amitié, el más bello quizá de sus Ensayos y una de las cumbres más altas de la literatura francesa del siglo XVI, cantó su amistad. “Por lo demás, lo que nosotros llamamos ordinariamente amigos y amistad, no son más que alianzas y familiaridades trabadas por alguna conveniencia o comodidad, por medio de la que se entretienen nuestras almas. En la amistad de la que yo hablo, se mezclan y confunden la una en la otra, con una mezcolanza tan universal que borran y no encuentran ya la costura que las ha unido. Si me fuerzan a decir por qué yo le quería, siento que no puedo expresarlo más que respondiendo: porque era él, porque era yo.”

    Su concepto de la amistad va un poco más lejos que el de Cicerón en su diálogo De amicitia. En efecto, Cicerón dice allí, por boca de uno de sus personajes, Verus amicus est tamquam alter idem: un verdadero amigo es como otro igual que tú, otro idéntico a ti, donde se ha querido ver el origen de la expresión "alter ego": un verdadero amigo sería un "otro yo". Pero Montaigne va más lejos y dice que su amigo De la Boétie no era su otro yo, su alter ego, sino él mismo.

    Étienne de la Boétie a los dieciocho había escrito, además, un desconcertante y breve ensayo que lleva el título de “Discurso de la servidumbre voluntaria”. Un libro lúcido y desengañado donde los haya, donde se desmitifica el tópico del supuesto amor por la libertad que tenemos los miembros y 'miembras' de la especie humana. No hay tal cosa, concluía el compañero de Montaigne, «lo único que los hombres no desean es la libertad, y no por otra razón que ésta: porque, si la deseasen, la obtendrían». 

 El pueblo no sólo ha perdido su libertad, sino que ha ganado su servidumbre. 

    No hay, por lo tanto, pulsión más honda en los hombres y en sus mujeres que la de servidumbre, por supuesto voluntaria. Es verdad que Séneca había escrito siglos atrás algo así como “Nulla seruitus turpior est quam uoluntaria”: Ninguna servidumbre es más vergonzosa que la voluntaria, no hay ninguna esclavitud más estúpida que la que uno quiere y acepta.


    Lo que ahora el joven Étienne de la Boétie viene a decirnos es que no hay despotismo posible o dictadura sin la complicidad activa del siervo. Y pone en ello la «enfermedad mortal» del ser humano, el placer masoquista del esclavo, su embrutecimiento al que los hombres llaman vida. «¿Es eso, acaso, vivir feliz?», se pregunta irónicamente. Y, con desgarro aun más ácido, en lugar de responder, repite la pregunta para que siga viva, para que nosotros nos la hagamos, para que no nos apresuremos a buscarle una respuesta: «¿Es eso, acaso, vivir?». Y ¿qué es la libertad? La libertad es precisamente lo único que los hombres no desean. Mejor ser siervos: más fácil, más seguro. ¿Llamamos a eso vivir? Lo hacemos.

 

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