sábado, 21 de agosto de 2021

La falacia de Macron

    «Le vaccin sauve des vies, le virus tue, c’est simple». E.M.

    “La vacuna salva vidas, el virus mata, es simple”. Demasiado simplón, señor Macron como para ser cierto. Al eslogan triplemente mentiroso que cacarean los gobiernos y traficantes de drogas de las altas esferas, que dice en la lengua del Imperio que las sedicentes 'vacunas' anticovidianas son tested, safe y effective, el presidente de la V República Francesa, o sea usted no contento con eso, saca a relucir el fetiche y dogma nacional en el país de Pasteur de que las vacunas en general salvan vidas, y de que esto, sea lo que sea, es una 'vacuna' como las de toda la vida, por lo que como aquellas es un chaleco salvavidas que va a impedir que nos ahoguemos y que hará que vivamos eternamente sanos y salvos, y el otro fetiche de que el virus mata, por lo que le ponen el epíteto muy a menudo de 'asesino'.


     La que hemos llamado “falacia de Macron” no es exclusiva del presidente galo, ni muchísimo menos, pero él ha acertado a formularla con gran economía de palabras y con lenguaje sencillo, si exceptuamos esos dos términos culteranos y cuasi religiosos de 'vacuna' y 'virus', que pertenecen a la jerga científico-farmacológica que nos invade e intoxica. Ha venido a decir que lo uno salva la vida y lo otro mata en un lenguaje elemental y grosero, simplificado hasta el absurdo, porque todas las vidas, salvadas o no, están abocadas a la muerte, y porque el virus no mata, no es un asesino que mate conscientemente sino, en el peor de los casos, un homicida que puede llevarte al otro barrio si no te has muerto todavía y si tienes otras papeletas en tu haber como una vejez prolongada y algunos achaques propios de la provecta edad. Pero en el fondo del virus lo que subyace es otra cosa: la contradicción de que es al mismo tiempo exógeno (viene de fuera a matarnos) y endógeno (sale de dentro de nosotros a matar a los demás), por lo que somos nosotros, poseídos por él, su receptáculo, al mismo tiempo el verdugo que puede matar a los demás y la víctima de cualquier desaprensivo. 

  

 "Obedece, vacúnate" LREM (La République En Marche, partido que sostiene a Macron, caracterizado aquí como Hitler por el cartelero Michel-Ange Flori)

    Yendo más lejos todavía, el señor Emmanuel Macron, ha culpado de irresponsabilidad y de egoísmo, a quien, haciendo uso de su libertad, ha decidido no 'vacunarse': Si mañana usted contamina a su padre, a su madre o a mí mismo, yo soy víctima de su libertad porque usted tenía la posibilidad de tener algo para protegerse y protegerme. Eso no es la libertad. Eso se llama irresponsabilidad, eso se llama egoísmo.

    Parte el señor Macron de una hipótesis futura, situada en el incierto día de mañana. Se supone que el interlocutor no va a contaminar hoy ni a su padre ni a su madre ni al Presidente de la República Francesa, porque hoy, aquí y ahora, se encuentra en perfecto estado de salud, y, por lo tanto, no puede contagiar una enfermedad que no tiene todavía. Por eso hay que situarse en un hipotético futuro en que el interlocutor estuviera contaminado, como dice Emmanuel Macron, y convertirse en agente contaminador para contaminar a los demás... Olvida que si uno está enfermo no va por ahí contagiando alegremente a la gente, procura tratarse y aislarse si es preciso. Pero no entremos ahora en la función curativa de la medicina, tan olvidada y menospreciada en estos tiempos profilácticos.

 

    El presidente de la República, con un tono de sermón de vicario aficionado que se ha puesto como ejemplo, se considera contaminado por su interlocutor en el futuro, y eso le lleva a considerarse víctima -qué abuso hacen de esta palabra y del victimismo todos los políticos- de la libertad de su interlocutor, con lo que está culpabilizándolo y responsabilizándolo de su contaminación. Algo que a todas luces sería imposible si él mismo hubiera tomado las medidas individuales de protección que acusa de no haber tomado a su intercolutor, y estuviera protegido al cien por cien. El problema es que la protección -metáfora de la vacuna y, antes, de la mascarilla- no es segura del todo, es decir, no era verdad que estuviera tan tested, ni era tan safe ni efficient como predicaban para que la gente se arrepintiera de sus pecados y se redimiera, o sea que la 'vacuna' no salva vidas al cien por cien, sino que se lleva algunas, y no pocas por delante.

    Los dirigentes políticos no quieren la libertad. Si lo hicieran, no serían lo que son. Es el nudo del problema desde el comienzo. Nadie puede responsabilizar a los demás y culpabilizarlos porque nadie tiene el derecho de exigir a los demás que no le contaminen, en primer lugar porque hay medidas de supuesta protección individual que pueden adoptarse y evitarlo como el aislamiento antisocial y anacoreta, y, en segundo y no menos importante lugar porque una hipotética contaminación, de producirse, no supone una ofensa ni una afrenta de los demás, que han querido ponernos en peligro, sino una consecuencia indirecta del mero hecho de vivir y convivir. Y además no es tan peligrosa como nos han hecho creer como para que corramos despavoridos al vacunódromo. 

 

   Pero analicemos la finalidad de esa supuesta doble protección. ¿Qué pretende el que tiene la 'protección'? Pretende protegerse en primer lugar a sí mismo. No haría falta justificar lo que es un gesto de egoísmo -querer salvaguardarse uno a sí mismo, querer salvar su alma como se decía antes evitando el purgatorio y las llamas del infierno de la condenación eterna- como si fuera un símbolo de altruismo. La 'protección' me protege a mí, si es el caso, y punto. Hace que al estar yo protegido no esté contaminado, y por lo tanto no pueda contaminar ni a mi padre, ni a la madre que me parió ni a monsieur Macron. Decir que lo hago para proteger a los demás es hipocresía, es camuflar mi amor propio como si fuera amor ajeno, algo que queda muy bien de cara a la galería, pero que resulta mentiroso. 

    ¿Qué sucedería si como resultado de ese contagio muriese el Presidente de la República Francesa? Pues que sería, como suele decirse, una pérdida irreparable humanamente hablando en lo que concierne a la persona que ostenta el cargo. Pero ojalá muriera el cargo que ostenta la persona y no tanto la persona, por más que se identifique la una con lo otro, a fin de liberarse a sí mismo y a los demás de la carga de su cargo. Si muriese como víctima de mi contagio, no sería penalmente un asesinato,  que ese es el miedo que tiene en el fondo el señor Macron, sino un homicidio fortuito y accidental, nunca un crimen cabal premeditado.

2 comentarios:

  1. El virus y el terrorista suicida vendrían a ser personajes equiparables, algo así como figuras emblemáticas con mortalidad asociada que salen a escena cuando la representación cansina y torpe no entusiasma debidamente al auditorio. Tal vez por ello los USA ahora han desatado a los talibanes, una vez que su pandemia había remitido tras el espacio conquistado por el virus. Con tanta monotonía y simple alternancia se resiente la democracia, y desde aquella pandemia a ésta nuevos talibanes se alzan con fuerza en las altas instancias (como Macron) y en los territorios más modestos. Del Corán a la máquinante ciencia cada vez se reduce más la distancia, mientras se despliegan nuevas armas y recursos para que la guerra contra la sociedad siga su curso (religioso y científico).

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  2. Lo curioso de esto de los talibanes es que como el dinosaurio de Monterroso siguen ahí después de cuatro presidentes yanquis, muchos millones de dólares invertidos y vidas humanas sacrificadas. Siguen ahí después de veinte años, donde estaban. Los talibanes han sido sustituidos por... los talibanes. Y el impresentable presidente español, a todo esto, declara sin rubor: "Los 20 años en Afganistán no han sido en balde, hemos sembrado".

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