martes, 31 de agosto de 2021

Se acaba lo bueno y poco que se daba

    Si se te terminan o falta poco y están a punto de finalizar las augustas vacaciones estivales, enfréntate con positividad a la vuelta al trabajo o al cole y a su rutina, aconsejan los modernos doctores y prestigiosos psicagogos (pedopsicagogos o psicopedagogos, tanto monta), de la Universidad de Masachuses, considerada una de las veinte mejores del mundo. 

    La reincorporación tras las vacaciones a los centros laborales o estudiantiles -¡qué tiempos aquellos en los que STVDIVM era sinónimo de ocio y de algo que se hacía por devoción y no de trabajo y de hacer algopor obligación!- implica, según dichos expertos en psicagogía, tener que poner otra vez en marcha el despertador y someterse a horarios fijos preestablecidos e irracionales, vuelta al redil de las obligaciones y las responsabilidades y a dejar atrás unos días sin ataduras ni presiones, lo que genera una cantidad ingente de murria, esa especie de melancólica tristeza que arrastramos y nos hace andar cabizbajos y atrabiliarios, nostalgia del paraíso vacacional perdido, apatía, irritabilidad, malhumor, falta de energía, motivación y concentración,  taedium uitae o hastío existencial y vital,  que se traduce en un deprimente esplín, disminución del rendimiento tanto físico como psíquico, arritmias y taquicardias e incluso graves perturbaciones del sueño como el insomnio o las recurrentes pesadillas relacionadas con la fábrica, oficina o institución académica correspondiente, y alteraciones de la alimentación, síntomas todos ellos que caracterizan el proceso de adaptación a lo malo y conocido (que nunca valdrá más, pese al desafortunado refrán, que lo bueno por conocer, que son las próximas y lejanas vacaciones o la más distante y casi inalcanzable jubilosa jubilación). 


    La vuelta al curro provoca ansiedad, estrés y hasta depresión postvacacional, como reconoce la Organización Mundial de la Salud, que ha registrado ya como enfermedad laboral el "síndrome" que te entra al acabarse las vacaciones en su afán de patologizar todos los aspectos de la vida cotidiana, cada vez más enfermiza gracias a los diagnósticos que la hacen enfermar, pero si cambiamos la manera de enfrentarnos emocionalmente a la dura realidad, podemos hacer que no sea tan difícil el retorno a la normalidad sin perjudicar nuestro bienestar. 

    No se trata tampoco de engañarse mucho uno mismo y de verlo todo de color de rosa y no experimentar emociones negativas, sino de aprender a gestionarlas, como dicen los políticos y economistas, de una manera objetiva y no subjetiva, lo más realista posible, para convivir con dichas malas vibras y poder seguir adelante, siempre adelante sin volver la vista atrás fija en la zanahoria delantera.

    Se trata, según estos doctores en psicagogía  de la Universidad de Masachuses, de cambiar el enfoque pesimista de la realidad, y de recargarse con pilas de energía positiva. Pero, en caso de depresión aguda, no hay que confundirse ni llevarse a engaño, nos advierten los psicagogos, recurramos sin pensarlo más a la ayuda profesional psicofarmacológica. 

    Así pues hay que apostar por la vieja fórmula de buscar el lado positivo de las cosas, centrando el foco de atención de nuestra mirada en aquello que nos pueda reportar satisfacción y motivación, ya sea intrínseca e inmediata, como la de sentirnos autorrealizados al desempeñar profesional- y estupendamente nuestras funciones, para lo que a veces es preciso autoengañarse uno piadosamente un poco, y/o motivación extrínseca y con miras puestas en el porvenir que, por definición, no existe, como el estimulante acicate salarial (por no hablar del infame salario emocional) de la razón económica que nos reporta dinero que nos permitirá otros objetivos más halagüeños... el día de mañana, es decir, nunca o, mejor dicho, cuando yazcamos en el cementerio o se dispersen nuestras cenizas a los vientos.

    Hay que seguir una serie de consejos bienintencionados dentro del marco general de mantenimiento de una actitud realista que no quiere ser ni estúpidamente optimista ni tampoco pesimista, como dormir ocho horas diarias como mínimo, no consumir tanta cafeína entre semana y alcohol los fines de semana para olvidar, practicar alguna actividad que nos guste y distraiga dentro del poco ocio que va a quedarnos cuando volvamos al laburo, hacer ejercicio para liberar endorfinas, y, sobre todo, fomentar los aspectos positivos -el lado bueno de las cosas- y evitar los pensamientos recurrentes negativos que en el peor de los casos nos invitan al suicidio. Ya lo cantaron hace unos años en la Vida de Brian los geniales Monty Python: Always look on the bright side of life!

 

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