Si
 se te terminan o falta poco y están a punto de finalizar las augustas 
vacaciones estivales, enfréntate con positividad a la vuelta al trabajo o
 al cole y a su rutina, aconsejan los modernos doctores y prestigiosos 
psicagogos (pedopsicagogos o psicopedagogos, tanto monta), de la Universidad de Masachuses, considerada una de las veinte mejores del mundo. 
    La reincorporación tras las vacaciones a
 los centros laborales o estudiantiles -¡qué tiempos aquellos en los que
 STVDIVM era sinónimo de ocio y de algo que se hacía por devoción y no de trabajo y de hacer algopor obligación!- implica, según dichos 
expertos en psicagogía, tener que poner otra vez en marcha el 
despertador y someterse a horarios fijos preestablecidos e irracionales,
 vuelta al redil de las obligaciones y las responsabilidades y a dejar 
atrás unos días sin ataduras ni presiones, lo que genera una cantidad 
ingente de murria, esa especie de melancólica tristeza que arrastramos y
 nos hace andar cabizbajos y atrabiliarios, nostalgia del paraíso 
vacacional perdido, apatía, irritabilidad, malhumor, falta de energía, 
motivación y concentración,  taedium uitae o hastío existencial y vital,  que se traduce en un deprimente esplín, disminución del rendimiento tanto físico como psíquico, arritmias y taquicardias e
 incluso graves perturbaciones del sueño como el insomnio o las 
recurrentes pesadillas relacionadas con la fábrica, oficina o 
institución académica correspondiente, y alteraciones de la 
alimentación, síntomas todos ellos que caracterizan el proceso de 
adaptación a lo malo y conocido (que nunca valdrá más, pese al 
desafortunado refrán, que lo bueno por conocer, que son las próximas y 
lejanas vacaciones o la más distante y casi inalcanzable jubilosa 
jubilación). 
    La
 vuelta al curro provoca ansiedad, estrés y hasta depresión 
postvacacional, como reconoce la Organización Mundial de la Salud, que 
ha registrado ya como enfermedad laboral el "síndrome" que te entra al acabarse las vacaciones en su afán de patologizar todos los aspectos de la vida cotidiana, cada vez más enfermiza gracias a los diagnósticos que la hacen enfermar, pero si cambiamos la manera de enfrentarnos emocionalmente a la dura 
realidad, podemos hacer que no sea tan difícil el retorno a la 
normalidad sin perjudicar nuestro bienestar. 
    No
 se trata tampoco de engañarse mucho uno mismo y de verlo todo de color 
de rosa y no experimentar emociones negativas, sino de aprender a 
gestionarlas, como dicen los políticos y economistas, de una manera 
objetiva y no subjetiva, lo más realista posible, para convivir con 
dichas malas vibras y poder seguir adelante, siempre adelante sin volver
 la vista atrás fija en la zanahoria delantera.
    Se
 trata, según estos doctores en psicagogía  de la Universidad de 
Masachuses, de cambiar el enfoque pesimista de la realidad, y de 
recargarse con pilas de energía positiva. Pero, en caso de depresión 
aguda, no hay que confundirse ni llevarse a engaño, nos advierten los 
psicagogos, recurramos sin pensarlo más a la ayuda profesional 
psicofarmacológica. 
    Así
 pues hay que apostar por la vieja fórmula de buscar el lado positivo de
 las cosas, centrando el foco de atención de nuestra mirada en aquello 
que nos pueda reportar satisfacción y motivación, ya sea intrínseca e 
inmediata, como la de sentirnos autorrealizados al desempeñar 
profesional- y estupendamente nuestras funciones, para lo que a veces es
 preciso autoengañarse uno piadosamente un poco, y/o motivación extrínseca y con 
miras puestas en el porvenir que, por definición, no existe, como el 
estimulante acicate salarial (por no hablar del infame salario emocional) de la razón económica que nos reporta 
dinero que nos permitirá otros objetivos más halagüeños... el día de 
mañana, es decir, nunca o, mejor dicho, cuando yazcamos en el cementerio
 o se dispersen nuestras cenizas a los vientos.
    Hay
 que seguir una serie de consejos bienintencionados dentro del marco 
general de mantenimiento de una actitud realista que no quiere ser ni 
estúpidamente optimista ni tampoco pesimista, como dormir ocho horas 
diarias como mínimo, no consumir tanta cafeína entre semana y alcohol 
los fines de semana para olvidar, practicar alguna actividad que nos 
guste y distraiga dentro del poco ocio que va a quedarnos cuando 
volvamos al laburo, hacer ejercicio para liberar endorfinas, y, sobre 
todo, fomentar los aspectos positivos -el lado bueno de las cosas- y 
evitar los pensamientos recurrentes negativos que en el peor de los 
casos nos invitan al suicidio. Ya lo cantaron hace unos años en la Vida de Brian los geniales Monty Python: Always look on the bright side of life!
