Se contaba en Don Benito, allá en Extremadura, provincia de Badajoz, que una vez apareció por allí un estudiante de Salamanca y vio a una moza del pueblo que estaba regando una mata de aromática albahaca, y le pareció muy bella la doncella, pero seguramente, pensó, sería analfabeta y de modales y gustos poco refinados, una moza rústica al fin y al cabo y sin habilidad para desenvolverse en ambientes urbanos y cortesanos, impropia de su condición social estudiantil, así que le preguntó para avergonzarla:
–Damisela que riegas la mata, ¿cuántas hojitas tiene la albahaca?
Y ella, que no sabía muy bien al principio qué contestar al estudiantón, turbada por su engreída altanería, le respondió al fin: -Se lo diré cuando usted me diga, bachiller, que sabrá usted contar, cuántas estrellas hay en el cielo y arena en el desierto y la mar.
La respuesta de la muchacha debió de
parecerle al estudiante no poco inteligente, pues en efecto hay cosas
incontables, como las estrellas del cielo y las arenas de los
desiertos y de las playas, pero de alguna forma todas las cosas lo
son, incluso las verdes hojas de la albahaca que estaba regando la
muchacha. El estudiante quiso avergonzar a la joven porque no
sabía contar, pero la muchacha le demostró al estudiante que había
cosas que él, que sabía contar, porque eso habría aprendido
seguramente en Salamanca, no podía numerar.
Quod natura non dat Salmantica non praestat. Salamanca no te presta lo que no te da la naturaleza, dice el viejo adagio latino, aludiendo a que la inteligencia de las cosas no la da ningún título académico. ¿Qué es lo que da entonces Salamanca, prototipo de Universidad? Títulos que no te hacen más sabio que aquella humilde moza de Don Benito o de donde fuera que no sabía contar pero que le sacó a relucir dos ejemplos de la infinitud de lo sin fin y le sacó los colores al estudiantón.
La respuesta popular de la doncella me trae el recuerdo de los cultos hendecasílabos falecios del poema de los besos de Catulo: Me preguntas que cuántos besos tuyos, / Lesbia, son suficientes y me bastan. / Tan gran número como el de la arena / libia que hay en Cirene rica en silfio / entre el templo de Júpiter ardiente / y el sepulcro sacral del viejo Bato, / o de estrellas que en noche silenciosa / ven furtivos amores de los hombres; / que le beses con tantos otros besos / basta al loco, y le sobra, de Catulo, / que ni puedan contarlos los chismosos / ni una pérfida lengua echar mal de ojo.
En el poema de Catulo, en efecto, el poeta le dice a su amada, oculta bajo el pseudónimo de Lesbia, en honor de la poetisa Safó de Lesbos, que los besos que le pide que le dé son innumerables como las arenas del desierto del Norte de África, o como las numerosas estrellas del cielo por la noche, contraponiendo una imagen diurna y cálida con otra nocturna y fría de la infinitud.
Se trata, en efecto, de un poema repleto de alusiones culteranas: la ciudad de Cirene, que producía silfio o laserpicio, una planta que tenía muchos usos culinarios, medicinales y se empleaba también en perfumería, el famoso templo de Júpiter Amón, en el oasis de Siwa, en el límite del desierto ardiente de Libia. Y se alude también al sepulcro, en realidad cenotafio del viejo Bato, el primer rey de Cirene y fundador de esta populosa ciudad de la costa de Libia, donde floreció una escuela filosófica hedonista, la escuela cirenaica. Pero la alusión cultísima de Catulo se refiere sin duda a su admirado poeta griego Calímaco (310-240), que nació en Cirene, precisamente.
Tras toda esa parafernalia helenística y alejandrina del poema de Catulo, late, sin embargo, la misma reivindicación de lo sin fin que hace la doncella que no sabía contar. Contar los bienes que tiene uno, es decir, saberlos, saber el número supone ser consciente de la felicidad que se posee, lo que aumenta el riesgo de perderla: uno podía librarse del mal de ojo de la envidia, tanto propia como ajena, si no era consciente de los bienes que poseía.
Me sugiere lo siguiente:
ResponderEliminarPor los bienes que posees te preguntan en el Banco
antes de contraer la Deuda con el asesoramiento financiero del cielo. Así viene haciéndose
desde tiempos inmemoriales,
pues no por vieja la Moral deja de integrarse en la moderna Contabilidad, ese empecinamiento absoluto por transmutar los bienes en posesiones: adiós bienes que en el Mercado todo son Valores, adiós mundo que lo que importa son las Acciones.
Los bienes solo son tales cuando se escapan de las garras contables, es decir, cuando se pueda estar, simplemente bien, que los males nos vienen del Ser, y esa es la guerra mientras todavía haya vida.
Gracias por el comentario, muy sugerente, y muy bien traída la relación con los bienes y los valores.
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