Étienne
de La Boétie fue amigo de Montaigne. De la Boétie murió a la edad de
Cristo crucificado, a los 33 años, asistido hasta el último
instante por su íntimo amigo.
Étienne de la Boétie (1530-1563)
Montaigne, en De l'Amitié, el más bello quizá de sus Ensayos y
una de las cumbres más altas de la literatura francesa del siglo
XVI, cantó su amistad. “Por lo demás,
lo que nosotros llamamos ordinariamente amigos y amistad, no son más
que alianzas y familiaridades trabadas por alguna conveniencia o
comodidad, por medio de la que se entretienen nuestras almas. En la
amistad de la que yo hablo, se mezclan y confunden la una en la otra,
con una mezcolanza tan universal que borran y no encuentran ya la
costura que las ha unido. Si me fuerzan a decir por qué yo le
quería, siento que no puedo expresarlo más que respondiendo: porque
era él, porque era yo.”
Su concepto de la amistad va un poco más lejos que el de Cicerón en su diálogo De amicitia. En efecto, Cicerón dice allí, por boca de uno de sus personajes, Verus amicus est tamquam alter idem: un verdadero amigo es como otro igual que tú, otro idéntico a ti, donde
se ha querido ver el origen de la expresión "alter ego": un verdadero
amigo sería un "otro yo". Pero Montaigne va más lejos y dice que su
amigo De la Boétie no era su otro yo, su alter ego, sino él mismo.
Étienne
de la Boétie a los dieciocho había escrito, además, un desconcertante y
breve ensayo que lleva el título de “Discurso de la servidumbre
voluntaria”. Un libro lúcido y desengañado donde los haya, donde
se desmitifica el tópico del supuesto amor por la libertad que
tenemos los miembros y 'miembras' de la especie humana. No hay tal
cosa, concluía el compañero de Montaigne, «lo único que los
hombres no desean es la libertad, y no por otra razón que ésta:
porque, si la deseasen, la obtendrían».
El pueblo no sólo ha perdido su libertad, sino que ha ganado su servidumbre.
No
hay, por lo tanto, pulsión más honda en los hombres y en sus
mujeres que la de servidumbre, por supuesto voluntaria. Es verdad que
Séneca había escrito siglos atrás algo así como “Nulla
seruitus turpior est quam uoluntaria”: Ninguna servidumbre es
más vergonzosa que la voluntaria, no hay ninguna esclavitud más
estúpida que la que uno quiere y acepta.
Lo que ahora el joven
Étienne de la Boétie viene a decirnos es que no hay despotismo
posible o dictadura sin la complicidad activa del siervo. Y pone en ello la «enfermedad mortal» del ser humano, el placer
masoquista del esclavo, su embrutecimiento al que los hombres llaman
vida. «¿Es eso, acaso, vivir feliz?», se pregunta irónicamente.
Y, con desgarro aun más ácido, en lugar de responder, repite la
pregunta para que siga viva, para que nosotros nos la hagamos, para
que no nos apresuremos a buscarle una respuesta: «¿Es eso, acaso,
vivir?». Y ¿qué es la libertad? La libertad es precisamente lo
único que los hombres no desean. Mejor ser siervos: más fácil, más
seguro. ¿Llamamos a eso vivir? Lo hacemos.