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domingo, 25 de septiembre de 2022

De la Inmaculada Concepción a la Unión Europea y a Eurovisión

    El logotipo de la Unión Europea, presente en su bandera,  que consiste en doce estrellas doradas de cinco puntas dispuestas en círculo sobre un fondo azul fue diseñado por el pintor estrasburgués Arsène Hetiz en 1955 y tiene un claro simbolismo religioso, católico y mariano para más señas como veremos a continuación. 
 
  
    Según la inevitable Güiquipedia sabelotodo, el artista se inspiró en un texto del Apocalipsis XII, 1, sobre la inmaculada concepción de la virgen María, que dice en la versión vulgata latina: et signum magnum paruit in caelo: mulier amicta sole et luna sub pedibus eius et in capite eius corona stellarum XII (duodecim), o lo que es lo mismo en castellano: Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.

    Es decir, se inspiró en algo como esto, donde vemos a la virgen María resplandeciendo como un sol con una corona de doce, precisamente una docena de estrellas sobre su cabeza -doce son los meses del año, doce las horas del día y doce las de la noche, doce los apóstoles, doce las tribus de Israel, doce los dioses del panteón olímpico, doce los trabajaos de Hércules, doce los signos del zodíaco...-, y el niño Jesús en sus brazos. Encima, debajo y a los lados el texto apocalíptico latino.


    O, como esta Inmaculada Concepción de Murillo, que tiene la luna a sus pies, resplandece como un sol y está coronada por la docena de estrellas doradas. Todo ello nos lleva a la sugerencia de que Europa, que ya no es la princesa fenicia raptada e inseminada por el rijoso toro de Zeus/Júpiter de la vieja fábula mitológica, sería la virgen María que está a punto de concebir (concepción "inmaculada", sin mácula, sin mancha) un engendro político y económico, tanto monta, denominado Unión Europea.


    El número de estrellas del logotipo europeo no alude a los países que forman dicha unión, que creo que son 28 en la actualidad, 27 si excluimos al Reino Unido tras su salida decidida en referéndum, sino a las estrellas de la corona de la Virgen que son tradicionalmente doce desde el texto apocalíptico de la mujer  preñada que clamaba con dolores de parto y sufría tormento por parir, mientras que el Dragón -el diablo- esperaba ese momento para devorar a la criatura recién nacida, que sería un hijo varón... Pero los ángeles, capitaneados por el arcángel Miguel, lucharán contra el Dragón, la serpiente antigua, lo arrojarán a la tierra, y lo llamarán Diablo y Satanás.

    Siempre que TVE conectaba con eurovisión en los años setenta para ofrecer algún evento, por ejemplo el indecente festival de la canción el llamado eurofestival,  la pantalla se ocupaba con un logotipo con las doce estrellas en círculo mientras se oía el Te Deum de Charpentier a guisa rimbombante de himno. Aquí puede observarse esta relación simbólica religiosa, católica en concreto y mariana más específicamente, de las doce estrellas unidas en círculo que coronaban la cabeza de María santísima.



    Sin menoscabo de todo lo anterior, me gustaría resaltar la similitud existente entre el logotipo de la Unión Europea y el Ícaro de Matisse, que simplifica al máximo la historia mitológica que subyace: el vuelo de Ícaro que dotado de unas alas se acercó tanto al sol que éste derritió la cera que las ligaba, precipitándose al mar donde morirá ahogado el desafortunado volador. Matisse, utilizando la técnica del collage, con una mínima expresión plástica, nos hace ver una gran figura negra humana, cuyas extremidades superiores podrían ser tanto sus brazos como sus alas,  entre estrellas amarillas sobre un fondo de azul celeste oscuro, sin olvidar el pequeño punto rojo de la silueta humana que simbolizaría sin duda el corazón.

   Ícaro, Henri Matisse (1944)

    Quien no conozca la historia de Dédalo e Ícaro puede pensar que se trata de la caída del ángel, o del ángel caído, es decir, de Lucifer, expulsado del cielo por rebelarse contra los mandatos de Dios y desobedecerlos. Otra vez Dragón, la vieja serpiente del paraíso... Su nombre Lucifer significaba "portador de la luz". También era conocido como Luzbel, "el de bella luz", pero desde su expulsión pasó a llamarse Satanás o Satán.

    Sin embargo, el cuadro de Matisse no deja lugar a la duda. Se titula "Ícaro" y refleja la caída de Ícaro, y la reflexión de que sólo el que se eleva, el que levita y alcanza el cielo puede sucumbir a la dura ley de la gravitación universal y caer, después de tocar con su mano las estrellas, en las profundidades del océano. Pese a su fracaso,  un puntito rojo, su corazón, sigue latiendo en su pecho todavía.

    Otro tratamiento moderno de este mito, mucho más convencional, sería el que hizo Marc Chagall en 1975, que reflejó así la caída de Ícaro, entre una multitud de gente que lo observa y que no hace o no puede hacer nada por evitarlo, reducida a su condición de telespectadora.  En nuestros días la multitud seguramente sacaría su esmarfon y grabaría el vídeo para colgarlo en las redes.

La caída de Ícaro, Marc Chagall (1975) 

    ¿Estará el engendro político-económico o económico-político de la Unión Europea, abocado como Ícaro, tras haber alcanzado las doce estrellas del firmamento, una vez abrasadas sus frágiles alas por haberse acercado demasiado al astro rey,   abocado a precipitarse en el mar y ahogarse ante el asombro y la indiferencia de todos? ¿Será retransmitida su caída y el hundimiento de todas las bolsas europeas por eurovisión? Permaneceremos atentos a las pantallas de nuestros teléfonos inteligentes en las próximas horas de los próximos días... 

Un pueblo, un imperio, una moneda.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Dos cuestiones vexilológicas

1ª Cuestión vexilológica: Nueva Zelanda vs. Australia (y viceversa): Suele haber discordia entre Nueva Zelanda y Australia a cuenta de la similitud de sus respectivas banderas nacionales, ambas azules, ambas con la del Reino Unido de Gran Bretaña inserta en la cuarta parte de la tela, en la franja superior izquierda, en recuerdo de la época imperial y colonial, y con varias estrellas en el firmamento azul... Las dos son muy similares, de hecho, y el gobierno neozelandés ha acusado en varias ocasiones a Australia de copiar su enseña, pero no son iguales... Si nos fijamos bien, ambas tienen estrellas: cuatro la de Nueva Zelanda y seis la de Australia; las neozelandesas son rojas, mientras que las australianas son blancas; las primeras tienen cinco puntas, las segundas siete, salvo una más pequeña que las otras que tiene cinco en el caso de la australiana... 

 Bandera de Nueva Zelanda

¿Son banderas distintas o son prácticamente iguales? ¿Son una copia la una de la otra? ¿Cuál de cuál? En estas y parecidas cuestiones bizantinas se entretienen, a falta de otra cosa mejor que hacer,  los vexilólogos. En verdad no podemos hablar nunca de banderas distintas, porque todas, bien miradas, por mucho que se diferencien, son en el fondo la misma,  todas son idénticas, bien miradas, por muy distintas que sean, porque todas y cada una representan lo mismo.

 Bandera de Australia

Asimismo todos los himnos son iguales, por muy solemnes o rimbombantes que suenen: no dejan de ser la misma tachunda de la marcha militar. Recuerdo el escándalo que se organizó en el final de la copa Davis en Australia en 2003. Había ganado el equipo español, y se oyó en la ceremonia de entrega de premios el himno nacional español sí..., pero de la segunda república, el himno de Riego, interpretado por un trompetista, ante el estupor de los propios deportistas y algunos aficionados presentes que, no reconociéndolo como propio, lo abuchearon. El secretario español para el deporte de aquel entonces reaccionó con indignación considerando lo que parece que fue un error como “una provocación y una grave ofensa”. 

Algo parecido sucedió más recientemente en Italia cuando, estando presentes los diarcas españoles, el rey Felipe VI y el emérito Juan Carlos I en un acto oficial, sonó el himno nacional español, la Marcha Real,  cantada con la letra aquella de José María Pemán de los tiempos de Franco y Maricastaña (¡Viva España...Gloria a la Patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del Sol. Triunfa España..., etc.)


2º Cuestión: Cantabria vs. Polonia (y viceversa): Pero hay casos en que no se trata de un notable parecido, sino de práctica igualdad. Juzgad vosotros, si no lo creéis así, cómo la enseña de Cantabria y la de Polonia, por ejemplo, son exactamente iguales, o decidme, en caso contrario, cuál es la diferencia a primera vista entre una y otra, porque yo no la veo. La bandera nacional de Polonia, oficial desde 1919, está formada por dos franjas horizontales de idénticas dimensiones: la superior es blanca y la inferior, carmesí. 

 Bandera de Polonia

Según el Estatuto de Autonomía de Cantabria de 1981: "La bandera propia de Cantabria es la formada por dos franjas horizontales de igual anchura, blanca la superior y roja la inferior." Siendo puristas, no es lo mismo el color rojo que el carmesí. Si entramos en el campo semántico de este color, nos encontramos con que las lenguas disponen de numerosos matices para reflejar las distintas tonalidades más o menos intensas o encendidas de este color tan primario: escarlata, colorado, grana, carmesí, granate, púrpura, carmín, rubí, bermellón... Pero en la práctica no diferenciamos la bandera polaca de la cántabra, a no ser que incluyamos los respectivos escudos en cada una de ellas… 

 Bandera de Cantabria

Me diréis que es coincidencia. No lo es, sin embargo, porque en el fondo, y bien miradas, todas las enseñas nacionales y pendones de comunidades autónomas y nacionalidades son idénticas, al margen de los colores y diseños que posean.

domingo, 19 de septiembre de 2021

De uexillis (sobre las banderas)

    La vexilología (del latín uexillum “bandera” y del griego λόγος lógos discurso, razonamiento, tratado”) es la disciplina que estudia el diseño, significado y la forma de las banderas, pendones y estandartes.

    Una de las primeras cosas que salta a la vista en el estudio de esta disciplina es la relevancia de los colores. El rojo, por ejemplo, es el color más frecuente porque se ve a primer y simple vistazo. Históricamente era el color del estandarte que se izaba sobre la tienda del general romano, y que se usaba para dar la señal de combate.
 
  
    El uexillum era, en efecto, una pequeña pieza de tela cuadrada, generalmente de llamativo color rojo, enganchada en un travesaño horizontal fijado en el extremo de una lanza del que colgaba verticalmente, engalanada en ocasiones con un bordado inferior de flecos y unas bandas laterales. Se trata pues de una bandera que junto al águila y a los diferentes emblemas que identificaban a los manípulos representaba a las diversas centurias de infantería o escuadras de la caballería romanas. Su función era evidente: la rápida formación de cada unidad agrupada detrás de su centurión y de su portaestandarte. Igualmente el general de cada legión tenía como uexillum una enseña propia con el nombre de la legión y el suyo propio clavado ante su tienda. La expresión latina sub uexillo designaba a los hombres movilizados en armas integrados en las legiones y cohortes auxiliares, organizadas en torno a sus enseñas.

    La importancia de las banderas y estandartes en la vida militar (y en la civil, que es su trasunto) se ha mantenido sin grandes variaciones desde la antigüedad hasta nuestros días.
  
     Tertuliano ya anticipó, en el siglo II de nuestra era cristiana, lo que podríamos llamar la religión de las banderas, a las que él  denomina signa, en su Apología contra los gentiles XVI, 8: Religio tota castrensis signa ueneratur, signa adorat, signa iurat, signa omnibus deis praeponit: Toda la religión castrense venera las enseñas, adora las enseñas, jura por las enseñas y pone las enseñas por encima de todos los dioses


    Todavía recuerda uno, haciendo uso de su particular memoria histórica, y a pesar de lo mucho que ha llovido desde entonces,  la ceremonia de la jura de fidelidad a la bandera de los reclutas españoles cuando había servicio militar obligatorio en esta curtida piel de toro: ¡Soldados! ¿Juráis por Dios o por vuestro honor y prometéis a España, besando con unción (sic) su Bandera, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarles nunca y derramar, si es preciso, en defensa de la soberanía e independencia de la Patria, de su unidad e integridad territorial y del ordenamiento constitucional, hasta la última gota de vuestra sangre? Los soldados contestaban al unísono: ¡Sí, lo juramos!  No todos, algunos, si no muchos, callábamos, pero nuestro silencio, sordo como era,  no se oía. 
 
 
    El glorioso coronel o general o lo que fuera aquel militroncho con estrellas que nos tomaba el juramento replicaba:  Si así lo hacéis, la Patria os lo agradecerá y premiará, y si no, mereceréis desprecio y castigo, como indignos hijos de ella.  Y añadía alzando el tono de voz para adquirir mayor solemnidad: ¡Soldados!, ¡Viva España! ¡Viva el Rey! A lo que la mayoría, pero no todos, nunca todos, respondía al unísono: ¡Viva! Algún hijo indigno de la patria respondía, harto de servir al Rey, por lo bajo: ¡Muera! A continuación comenzaba el desfile de uno en uno: cada recluta pasaba bajo la bandera y agachando la cabeza acercaba el trapo a su boca para darle un simbólico beso. Recuerdo a un sargento chusquero que el día del ensayo decía a la tropa:  Imaginad que la bandera es vuestra propia novia, coño, y besad la bandera con ganas y cariño, sin asco, morreándola.