El filósofo italiano, que ya había denunciado a propósito de la lucha contra el terrorismo
que cualquier ciudadano era para el Estado un terrorista virtual, un presunto terrorista que tiene que demostrar su inocencia cuando no es culpable de nada, y que la
excepcionalidad del Estado de Alarma se había convertido en la
regla, denuncia ahora en su artículo Una pregunta del 13 de abril del corriente año publicado en quodlibet la irresponsabilidad de aquellos que deberían haber velado por la dignidad humana, y no lo hicieron, a raíz de la emergencia sanitaria del virus coronado: “En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renunciado radicalmente a sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe”.
En segundo lugar denuncia al poder legislativo, que ha enmudecido ante la prepotencia del ejecutivo: “Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites y se tiene la impresión de que las palabras del Primer Ministro y del Jefe de Protección Civil se han convertido inmediatamente en ley, como se decía para las del Führer. Y no vemos cómo, habiendo agotado el plazo de validez de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad pueden ser, como se anuncia, mantenidas. ¿Por qué medios legales? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro? (¿Por qué calláis, juristas, en el desempeño de vuestro oficio)".
Giorgio Agamben
Y concluye con esta aseveración: “Una norma que establece que hay que renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como una que, para proteger la libertad, requiere que se renuncie a ella”.
Esto me recuerda a mí a aquel oximoro que dijo y dio la vuelta al mundo un comandante de infantería después de la batalla de Bến Tre, en el delta del río Mekong, reducida a escombros tras los ataques norteamericanos durante la guerra del Vietnam: "it became necessary to destroy the village in order to save it" (se hizo necessario destruir la aldea para salvarla).
Otro celebérrimo oximoro fue, allá por el verano de 2002, el del por aquel entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush que propuso, a raíz de la ola devastadora de incendios veraniegos, la tala de árboles para acabar con los fuegos forestales (sic). Suena contradictorio, fuera de contexto. El presidente no sólo quería eliminar la maleza que arde enseguida, sino también árboles adultos, muy codiciados por la industria maderera, a fin de reducir así la masa forestal. Parece contradictorio. Y lo es. Dentro y fuera de contexto.
Otro celebérrimo oximoro fue, allá por el verano de 2002, el del por aquel entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush que propuso, a raíz de la ola devastadora de incendios veraniegos, la tala de árboles para acabar con los fuegos forestales (sic). Suena contradictorio, fuera de contexto. El presidente no sólo quería eliminar la maleza que arde enseguida, sino también árboles adultos, muy codiciados por la industria maderera, a fin de reducir así la masa forestal. Parece contradictorio. Y lo es. Dentro y fuera de contexto.
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