Creo que fue Pedro García Olivo quien acuñó, el primero, el término "el síndrome de Viridiana", basándose en el personaje de la película Viridiana (1961) de Luis Buñuel, adaptación de la novela Halma (1895) de Benito Pérez Galdós.
Viridiana busca pobres a los que socorrer para de ese modo ganarse ella el Cielo, atenta sólo a sus obras egoístas de caridad, que realiza por el único afán del lucro de salvarse personalmente y de redimir su alma individual. De alguna manera la Iglesia ha padecido siempre este síndrome, fomentando la caridad como virtud teologal e inculcándoles a sus fieles, almas caritativas, el altruismo egoísta que subvencionaba la pobreza para que siguiera existiendo, y justificando con su existencia la labor caritativa o, diríamos hoy, solidaria y social de la propia Iglesia.
A los que padecen dicho síndrome les interesa, nunca mejor dicho el término en su sentido económico, que haya pobres y necesitados, por eso subvencionan la miseria con su limosna que, lejos de resolver el problema, lo consolida.
Viridiana observa a Moncho ordeñando a la vaca.
Hay una escena en la película en la que Viridiana, interpretada magistralamente por Silvia Pinal, desea tomar un vaso de leche fresca recién ordeñada, reminiscencias de su niñez. Moncho, que ordeña a la vaca sin enfundar sus desnudas manos en unos guantes asépticos de látex, le dice que pruebe ella misma a sacársela. Viridiana no osa estrujar la teta de la ubre pletórica de la vaca lechera: sospecha, aunque no se atreva a decirlo, de ahí su secreta repugnancia, que hay algo obsceno y carnal en el ordeño que se hace sin guantes preservativos, en la naturaleza desnuda de la teta de la ubre vacuna, que semeja el “uirile membrum”, que ella no ha conocido todavía, que además es preciso manipular también para sacarle la leche de su emulsión.
Viridiana siente repulsión cuando intenta ordeñar personalmente a la vaca.
Cuando era una criatura inocente mamaba directamente del pezón la leche de los pechos de su madre, y entonces no tenía los pensamientos impuros que tiene ahora, porque ahora no es más que una novicia, que, a fin de cuentas, no se ordenará monja.
Preferirá, al final de la película censurada de su biografía, ordeñar la vida, en el sentido de exprimirle su zumo y sacarle su jugo a la fruta prohibida, una vez vencidas todas sus reticencias, y jugar al tute con su primo y con la criada en una inolvidable y sugerente partida en "ménage à trois".
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