Apocalipsis es voz griega que significa descubrimiento. Se
denomina así al último libro del Nuevo Testamento de la Biblia escrito
por Juan evangelista en la isla griega de Patmos, donde tuvo una visión
reveladora -de ahí el término apocalíptico- de lo que
sería el fin del mundo -y de aquí la connotación tremebunda de "situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total" que otorga al término la docta Academia.
Así pintó Hans Memling
a Juan el evangelista recibiendo la revelación. En el primer plano de
la visión de Juan pueden verse los cuatro jinetes del apocalipsis:
Juan recibiendo la revelación, Hans Memling (1433-1494)
Buñuel,
clarividente, dejó escrito en alguna parte que la
Información era el quinto jinete del Apocalipsis que no acertó a ver el evangelista, y que era el que se iba a
tragar a todos los demás. Y acertó. ¿Qué iba a ser, en efecto, de los
otros
cuatro jinetes apocalípticos sin la Información? ¿Qué habría sido del
caballo
blanco cabalgado por la Victoria, del rojo de la Guerra, del negro del
Hambre y
del pálido montado por la Muerte sin los medios de comunicación que
constantemente nos bombardean con las tropelías de los otros jinetes:
las
victorias relativas que hay en el mundo, los derramamientos de sangre en
esas guerras que ahora se denominan "misiones humanitarias" con
lenguaje políticamente corregido, las hambrunas y, en definitiva, las
muertes y pestes de los hombres?
Apocalipsis, Viktor Anetsov (1887)
Los cuatro jinetes del Evangelio no son nada sin el más apocalíptico o
revelador
de todos ellos: los medios de formación de masas, según la denominación
de Agustín García Calvo. Los mass media, en la lengua del Imperio, serían el cuarto poder, el único
poder, una vez que ejecutivo, legislativo y judicial, que son los tres
poderes clásicos del Estado que distinguió Montesquieu, han demostrado
su radical impotencia, frente al poder del dinero, que se ha revelado como el único Dios verdadero que a la vez que crea el mundo lo destruye en el mismo acto de la creación. De los tres poderes
fácticos: iglesia, ejército y banca... sólo queda como tal la banca, que, pase lo
que pase, siempre gana y no se declara nunca en bancarrota. La iglesia ha sido sustituida por la Ciencia, la nueva religión. Y el ejército es lo que ahora se llama, con denominación más amplia y rimbombante, "Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado", incluyendo las distintas policías y la Guardia Civil, así como las tropas de tierra, mar y aire, de carácter profesional y permanente, al servicio de las administraciones públicas para el mantenimiento de la idea de seguridad en detrimento de la libertad.
Los media,
que ya no son sólo la prensa escrita en el papel y lo que sale, o nos echan como dice la gente, por la tele sino lo que aparece en
nuestras pantallas individuales, vía internet, son el cuarto poder.
Los media nos informan, crean el fantasma de la opinión pública o mainstream, es decir, conforman nuestras opiniones políticas idiotizándonos, nos manipulan e inoculan el miedo, a fin de
que nos acostumbremos a malvivir con él, o, lo que es lo mismo, para que no vivamos y nos limitemos de ese modo sólo a existir.
Pero
algo de rebeldía contra el orden establecido que nos condena al consumo
masivo de información terrorista late todavía acaso en nuestros
corazones. Hace
tiempo que no reivindicamos ya como los cristianos bienintencionados
pero errados que se dispense un trato humanitario a los esclavos, sino
la
abolición efectiva de toda forma de esclavitud de una vez por todas. Y
es que con el paso del tiempo, los esclavos se convirtieron en siervos,
y los siervos en empleados -eufemismo que oculta la verdad, y la verdad
es que sólo han cambiado las denominaciones, pero que perdura
inalterable lo esencial de las cosas hasta el fin de los tiempos. Tampoco reivindicamos una información veraz, en estos tiempos de fake news, sino la desintoxicación de todo tipo de informaciones que nos impidan ver la falsedad de la realidad del mundo.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Beato de Liébana (circa 798)