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martes, 4 de octubre de 2022

Apertura del segundo sello

    Juan en la isla griega de Patmo tuvo una visión reveladora que relató en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, palabra griega ἀποκάλυψις apokálypsis, que significa 'revelación, es decir, descubrimiento'. El término moderno 'apocalipsis', sin embargo, no significa eso, sino catástrofe, fin del mundo, destrucción total, debido precisamente al contenido de la visión que tuvo Juan y que nos relató en ese libro, donde tras las epístolas del profeta a las siete iglesias cristianas de Asia, narra la constitución del tribunal de Dios para el Juicio Final y el despliegue de las fuerzas para luchar contra el mundo y proceder a su destrucción.

    Enseguida aparece el pergamino sellado con siete sellos que cierran los secretos divinos. Cuando el Cordero, que representa al cordero pascual, abrió el primero de los siete sellos, apareció un jinete que montaba un caballo blanco y portaba un arco. Le fue dada una corona. A continuación se abre el segundo de los siete sellos, y, según la traducción que manejo de Nácar-Colunga, “Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y que se degollasen unos a otros, y le fue dada una gran espada” (Apocalipsis, 6, 4). Este segundo caballo y su jinete son, obviamente, una alegoría de la guerra. 


    Cotejando el texto original griego, me detengo en la última frase: καὶ ἐδόθη αὐτῷ μάχαιρα μεγάλη (y le fue dada una gran espada). Reparo en la forma verbal ἐδόθη, que los traductores vierten al castellano como “fue dada”, y me fijo en la frase misma, que es una estructura pasiva en la que brilla por su ausencia el Complemento Agente. Estamos, en efecto, como diría un gramático, ante un Sujeto Paciente  “una gran espada”, que recibe la acción del verbo, un verbo pasivo “fue dada”, y nos falta el Complemento Agente ("por alguien"). En la conversión activa diríamos “(Alguien) le dio una gran espada”, o bien, dejándolo impersonal, en la llamada pasiva refleja,  “Se le dio una gran espada”.

    Pero ¿quién le ha dado la espada a este sanguinario jinete para que siembre la guerra a su paso? Leo que algunos estudiosos de la Biblia han llamado a este uso de la voz pasiva en el Antiguo y Nuevo Testamento en el que no se menciona el complemento agente “passivum divinum” y también “passivum theologicum”, y que la explicación sería que el agente que se oculta es YHWH, el tetragámmaton o cuadrilítero, o sea el nombre impronunciable de Jehová o Yavéh.

    Estamos acostumbrados nosotros al uso que hacen de la llamada voz pasiva sin complemento agente especialmente los periodistas, porque no siempre conocen el causante que ha provocado una noticia, o porque no interesa mencionarlo, pero en el caso que nos ocupa, la frase quiere centrar la atención en el Sujeto Paciente “una gran espada” y en su valor simbólico innegable, y  de ella se dice que le fue entregada al apocalíptico jinete del caballo bermejo, esto es de un rojo encendido como de sangre, sin necesidad de mencionar al complemento agente, que sería la divinidad.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Beato de Liébana (c. 776)
   
  Falta el autor de la entrega de la espada, que no puede ser otro más que Dios mismo, que es uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo,  ya sea directa- o indirectamente a través de sus serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles. No se menciona el nombre de Dios porque según el precepto no debe ser mencionado “en vano”.

    La denominación de pasiva divina o teológica no tiene ningún fundamento gramatical. No hace falta recurrir a esas etiquetas para constatar que en la literatura apocalíptica se intenta más subrayar y enfatizar el hecho en sí que su agente, que siempre se sobreentiende y que no hace falta mencionar.

 

  La Guerra o La cabalgata de la Discordia, Henri Rousseau (1894)

    Sin embargo, algo de razón tienen los que dicen que quien ha liberado al jinete de la guerra, de cuya cabalgata hablábamos aquí,  y quien le ha armado con una gran espada sólo puede ser el dios del Sinaí, Jehová o Yavéh, el Señor de los Ejércitos, que en su versión contemporánea sería Mammón, o sea Don Dinero, que a través de la industria armamentística, suministra las espadas que, como la catana japonesa, el sable del samurái, una vez desenvainadas reclaman desesperadamente una víctima.  Tienen que hacer que la sangre se derrame. La espada tiene que matar.

    Y para que el Señor pueda -podrá si es todopoderoso como afirma, pero eso está por ver- celebrar su Juicio Final y pronunciar su veredicto definitivo sobre la salvación o condenación eterna de las almas, es preciso que la espada mate antes a todos, que no quede nadie vivo sobre la superficie de la Tierra.   

jueves, 28 de abril de 2022

La Guerra o La cabalgata de la Discordia

    El periódico anarquista francés L' Égalité publicó en 1889 una novela por entregas hoy totalmente olvidada de un tal Pierre Andreiew, no menos olvidado, titulada El Zar, acompañada de varias ilustraciones alusivas. El pintor autodidacta Henry Rousseau (1844-1910) se apropió de una de estas ilustraciones que era una caricatura de Alejandro III a caballo sobrevolando por encima de un montón de cadáveres desnudos picoteados por cuervos. Debajo de ella figuraba el siguiente texto: Allá por donde pasaba el misterioso caballo negro, se abatía una desgracia, se había cometido un crimen


   Muchos años después de la guerra franco-prusiana de 1870 y de la Comuna de París de 1871, el artista Henry Rousseau, marcado todavía sin duda por estos acontecimientos que había vivido en su juventud, se adueñó de esta imagen hallada en una publicación popular y la modificó ligeramente para su cuadro La Guerra (1894), también conocido como La cabalgata de la Discordia, dándole un colorido especial de tonos terrosos donde predominan los negros y los rojos y ningún color amable, lo que choca bastante en medio de una producción generalmente alegre y festiva como suele ser la paleta de este autor. 

La Guerra o La Cabalgata de la Discordia, Henry Rousseau (1894)
 

    Destacan las nubes rojas y unas tonalidades sombrías. Amante de vegetaciones exuberantes en sus lienzos, aquí nos presenta, sin embargo,  árboles desnudos con ramas rotas, que evocan la muerte omnipresente. Y recoge el motivo de los cuervos picoteando los cadáveres que ya encontrábamos en la ilustración periodística. Quizá su aportación más significativa es la sustitución de la caricatura del zar ruso por una alegoría de la Guerra, quizá la diosa guerrera romana Belona, la antigua Duellona, una divinidad mal definida, que a veces pasa por ser la esposa del dios Marte, y que suele representarse con rasgos horripilantes conduciendo un carro de combate y empuñando una espada, una lanza o una antoncha, adquiriendo la simbología tradicional de las Furias. La figura femenina puede ser también una alegoría de la guerra, porque la palabra “guerre” en francés, como en castellano, portugués e italiano, de origen germánico (werra 'discordia, pelea'), tiene género gramatical femenino. También podría ser una alusión a los cuatro jinetes del Apocalipsis, uno de los cuales, como se sabe, es la Guerra. 

 

Portada de una edición de Los cuatro Jinetes del Apocalipsis de Blasco Ibáñez

    El caballo que monta la Guerra o la Discordia, negro, salvaje y erizado, representa muy bien la brutalidad y mostruosidad de la guerra.  La desnudez de los cadáveres, privados de uniforme militar, impide concretar de qué guerra se trata en particular, por lo que nos hallamos ante la Guerra en general. Los cuerpos desnudos, además, podrían ser también víctimas civiles, y en todo caso representan la indefensión del ser humano ante la violencia desatada.

    Para la exposición del cuadro en 1894, Rousseau redactó el siguiente texto: “Pasa aterradora, dejando por doquier la desesperación, el llanto, la ruina”. Se cree que el personaje central que lleva un pantalón y mira al espectador con una mirada vidriosa podría ser un autorretrato del propio artista. 

        Un dibujo infantil, realizado en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, presenta el mismo motivo de los cuervos carroñeros alimentándose de los cadáveres de las víctimas de la guerra. El niño que realizó el dibujo y que firma Jolivet le hace hablar al cuervo y decir: "¡Ah! No van a quitarme de comer carne después de dos días sin ella".    

martes, 29 de junio de 2021

El quinto jinete del Apocalipsis

    Apocalipsis es voz griega que significa descubrimiento. Se denomina así al último libro del Nuevo Testamento de la Biblia escrito por Juan evangelista en la isla griega de Patmos, donde tuvo una visión reveladora -de ahí el término apocalíptico- de lo que sería el fin del mundo -y de aquí la connotación tremebunda de "situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total" que otorga al término la docta Academia
 
    Así pintó Hans Memling a Juan el evangelista recibiendo la revelación. En el primer plano de la visión de Juan pueden verse los cuatro jinetes del apocalipsis:

   Juan recibiendo la revelación, Hans Memling (1433-1494)

    Buñuel, clarividente, dejó escrito en alguna parte que la Información era el quinto jinete del Apocalipsis que no acertó a ver el evangelista, y que era el que se iba a tragar a todos los demás. Y acertó. ¿Qué iba a ser, en efecto, de los otros cuatro jinetes apocalípticos sin la Información? ¿Qué habría sido del caballo blanco cabalgado por la Victoria, del rojo de la Guerra, del negro del Hambre y del pálido montado por la Muerte sin los medios de comunicación que constantemente nos bombardean con las tropelías de los otros jinetes: las victorias relativas que hay en el mundo, los derramamientos de sangre en esas guerras que ahora se denominan "misiones humanitarias" con lenguaje políticamente corregido, las hambrunas y, en definitiva, las muertes y pestes de los hombres?

 Apocalipsis, Viktor Anetsov (1887)

    Los cuatro jinetes del Evangelio no son nada sin el más apocalíptico o revelador de todos ellos: los medios de formación de masas, según la denominación de Agustín García Calvo. Los mass media, en la lengua del Imperio, serían el cuarto poder, el único poder, una vez que ejecutivo, legislativo y judicial, que son los tres poderes clásicos del Estado que distinguió Montesquieu, han demostrado su radical impotencia, frente al poder del dinero, que se ha revelado como el único Dios verdadero que a la vez que crea el mundo lo destruye en el mismo acto de la creación. De los tres poderes fácticos: iglesia, ejército y banca... sólo queda como tal la banca, que, pase lo que pase, siempre gana y no se declara nunca en bancarrota. La iglesia ha sido sustituida por la Ciencia, la nueva religión. Y el ejército es lo que ahora se llama, con denominación más amplia y rimbombante, "Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado", incluyendo las distintas policías y la Guardia Civil, así como las tropas de tierra, mar y aire, de carácter profesional y permanente, al servicio de las administraciones públicas para el mantenimiento de la idea de seguridad en detrimento de la libertad.

    Los media, que ya no son sólo la prensa escrita en el papel y lo que sale, o nos echan como dice la gente, por la tele sino lo que aparece en nuestras pantallas individuales, vía internet,   son el cuarto poder. Los media nos informan, crean el fantasma de la opinión pública o mainstream, es decir, conforman nuestras opiniones políticas idiotizándonos, nos manipulan e inoculan el miedo, a fin de que nos acostumbremos a malvivir con él, o, lo que es lo mismo, para que no vivamos y nos limitemos de ese modo sólo a existir.

    Pero algo de rebeldía contra el orden establecido que nos condena al consumo masivo de información terrorista late todavía acaso en nuestros corazones. Hace tiempo que no reivindicamos ya como los cristianos bienintencionados pero errados que se dispense un trato humanitario a los esclavos, sino la abolición efectiva de toda forma de esclavitud de una vez por todas. Y es que con el paso del tiempo, los esclavos se convirtieron en siervos,  y los siervos en empleados -eufemismo que oculta la verdad, y la verdad es que sólo han cambiado las denominaciones, pero que perdura inalterable lo esencial de las cosas hasta el fin de los tiempos. Tampoco reivindicamos una información veraz, en estos tiempos de fake news, sino la desintoxicación de todo tipo de informaciones que nos impidan ver la falsedad de la realidad del mundo.

 Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Beato de Liébana (circa 798)