El periódico anarquista francés L' Égalité publicó en 1889 una novela por entregas hoy totalmente olvidada de un tal Pierre Andreiew, no menos olvidado, titulada El Zar, acompañada de varias ilustraciones alusivas. El pintor autodidacta Henry Rousseau (1844-1910) se apropió de una de estas ilustraciones que era una caricatura de Alejandro III a caballo sobrevolando por encima de un montón de cadáveres desnudos picoteados por cuervos. Debajo de ella figuraba el siguiente texto: Allá por donde pasaba el misterioso caballo negro, se abatía una desgracia, se había cometido un crimen.
Destacan las nubes rojas y unas tonalidades sombrías. Amante de vegetaciones exuberantes en sus lienzos, aquí nos presenta, sin embargo, árboles desnudos con ramas rotas, que evocan la muerte omnipresente. Y recoge el motivo de los cuervos picoteando los cadáveres que ya encontrábamos en la ilustración periodística. Quizá su aportación más significativa es la sustitución de la caricatura del zar ruso por una alegoría de la Guerra, quizá la diosa guerrera romana Belona, la antigua Duellona, una divinidad mal definida, que a veces pasa por ser la esposa del dios Marte, y que suele representarse con rasgos horripilantes conduciendo un carro de combate y empuñando una espada, una lanza o una antoncha, adquiriendo la simbología tradicional de las Furias. La figura femenina puede ser también una alegoría de la guerra, porque la palabra “guerre” en francés, como en castellano, portugués e italiano, de origen germánico (werra 'discordia, pelea'), tiene género gramatical femenino. También podría ser una alusión a los cuatro jinetes del Apocalipsis, uno de los cuales, como se sabe, es la Guerra.
El caballo que monta la Guerra o la Discordia, negro, salvaje y erizado, representa muy bien la brutalidad y mostruosidad de la guerra. La desnudez de los cadáveres, privados de uniforme militar, impide concretar de qué guerra se trata en particular, por lo que nos hallamos ante la Guerra en general. Los cuerpos desnudos, además, podrían ser también víctimas civiles, y en todo caso representan la indefensión del ser humano ante la violencia desatada.
Para la exposición del cuadro en 1894, Rousseau redactó el siguiente texto: “Pasa aterradora, dejando por doquier la desesperación, el llanto, la ruina”. Se cree que el personaje central que lleva un pantalón y mira al espectador con una mirada vidriosa podría ser un autorretrato del propio artista.
Un dibujo infantil, realizado en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, presenta el mismo motivo de los cuervos carroñeros alimentándose de los cadáveres de las víctimas de la guerra. El niño que realizó el dibujo y que firma Jolivet le hace hablar al cuervo y decir: "¡Ah! No van a quitarme de comer carne después de dos días sin ella".