jueves, 27 de junio de 2024
Pareceres LII
sábado, 25 de mayo de 2024
Santa Fortunata (Lucky Saint)
sábado, 22 de abril de 2023
¿Quién obtendrá la alcaldía?
lunes, 6 de febrero de 2023
Al catarro dale con jarro
Resulta instructivo comprobar cómo la publicidad antigua -hoy sería impensable el caso- de una bebida alcohólica se presenta como "un arma bien dirigida", en concreto como una bomba saludable, contra la gripe, simbolizada por un tipo de raza asiática con un sombrero cónico vietnamita. La bebida referida es un brandi, que es el aguardiente que se obtiene de la destilación del vino añejado en toneles de madera. La palabra brandy es término inglés, que a su vez es préstamo del neerlandés brandewijn, que significa en esa lengua "vino quemado". Esta bebida tiene una gradación alcohólica bastante más alta que el vino, rondando entre los 36 y 40 grados, y entre los brandis destaca el famoso coñac, que tiene denominación francesa por su origen. La botella del brandi se presenta a su vez como la mejor defensa contra la amenaza de la gripe.
Hemos visto cómo una gripe vulgar y corriente -nos dijeron que era otra cosa, una enfermedad desconocida y nueva en el mundo, además de mortal- ha paralizado prácticamente todo el planeta durante casi tres años consecutivos, ordenando confinamientos, cuarentenas, toques de queda, uso obligatorio de mascarillas, distancias de seguridad, pasaportes de vacunación y una infinidad de protocolos y controles que, para colmo de males, no han servido para nada bueno, y que además no consiguieron su objetivo. Por eso quieren ahora resucitar, entre otros, el fantasma obsoleto H5N1 de la Gripe Aviar.
El doctor Herbert M. Shelton (1895-1985), autor entre otras obras de "Rubies in the Sand" (1961), que se retituló "The myth of medicine", obra publicada post mortem en 1995 en la que se incluyó además material inédito, ya escribió un artículo en 1940 sobre la gripe, titulado técnicamente Influenza, donde dice, entre otras cosas, lo mismo que la sabiduría popular: que el remedio es peor que la enfermedad: Médicos y pacientes rara vez se dan cuenta de hasta qué punto el tratamiento es responsable del aumento y la prolongación del sufrimiento y la muerte.
Afirma el autor que cuando se tiene un resfriado severo, una gripe o una neumonía, lo que hay que hacer en primer lugar es dejar de comer. No hay que tomar ningún alimento, pero sí agua, hasta que desaparezcan los síntomas agudos. No se debe tomar ningún medicamento. Lo que hay que hacer es lo que el cuerpo pide: meterse en la cama y descansar: descanso, ayuno y calor. En estas condiciones y siempre que haya aire fresco en la habitación, el cuerpo se recuperará sin medicamentos de temibles efectos secundarios, complicaciones ni secuelas.
No se necesita tratamiento. La fiebre, la inflamación, la tos y demás síntomas indican que estamos en proceso de curación. En el citado artículo Shelton planteaba dos preguntas que deberíamos todos formularnos: ¿Cuánta fe en la efectividad de las vacunas nos ha inculcado la industria farmacéutica -recordemos el cacareado lema de que "salvan vidas" y, hablando del pasado, "han salvado millones de vidas"-, más atenta a sus cuentas bancarias que a nuestra salud, porque lo que a ella le importa no es curar al paciente sino hacer crónica su enfermedad y convertirlo en un cliente asiduo y así fidelizarlo? ¿Cuántos de nosotros hemos sido adoctrinados para pensar que para que nuestro cuerpo esté protegido necesitamos todo tipo de medicamentos y vacunas y para que desconfiemos de nuestra natural inmunidad?
viernes, 3 de junio de 2022
J'adore
J'adore
(literalmente “adoro” en francés, pero se traduce mejor al castellano como “me encanta”) es un perfume femenino -para mujeres- de la casa Dior, que es
'una oda a las mujeres, a su audacia, a su belleza'. Buscando información sobre el agua de colonia de esa casa me
encuentro con esta literatura: “Un torbellino interminable de flores liberadas
exhalando su perfume hasta el infinito: la rosa centifolia, el jazmín
sambac, el ylang-ylang y el nardo de la región de Grasse se cincelan
con los acentos amaderados de un sándalo cremoso”. Y la siguiente y sugerente foto con el lema Infinitely woman: mujer infinitamente donde se sugiere que el frasco que contiene la odorífera esencia es la mujer misma.
El frasco representa el cuerpo sinuoso de la mujer, que es la destinataria del perfume, como se ve en la imagen, donde para resaltar esta idea publicitaria la modelo lleva un collar anillado y dorado al cuello como el recipiente del perfume siendo su cabeza el tapón. El cuerpo de la rubia modelo es, no podía ser de otra forma, dorado, como el frasco.
El perfume ha sido presentado con el eslogan "Future is gold", material que rodea a la bellísima actriz jolivudense Charlize Theron durante todo el spot dirigido por Jean Baptiste Mondino, en el que aparece luciendo un espectacular vestido dorado y trepando por un telón dorado en un salón cubierto de oro (el salón de los espejos de Versalles, que representa el papel de la mujer subordinada al patriarcado históricamente) para llegar a romper el techo de cristal de su empoderamiento, a través del cual accede a una ciudad repleta de oro también donde se levantan altos rascacielos.
El empoderamiento de la mujer no es ningún logro social como nos lo presenta el anuncio publicitario porque supone la equiparación de la mujer al hombre en lo peor que este tiene, que es precisamente el poder, lo que lejos de destruir el patriarcado actual existente viene a reforzarlo haciendo que el sexo sea indiferente como requisito para desempeñar el mando. En ningún momento se cuestiona el Poder establecido, sino que se defiende el derecho de la mujer a ejercerlo como el varón: tanto monta, monta tanto Isabel cómo Fernando, sus católicas majestades. Lo cual, lejos de derrocar la monarquía, la consolida.
El anuncio de Dior nos va diciendo en la lengua del Imperio: "The past can be beautiful / A memory, a dream / But´s no place to live". Se alude a la belleza del pasado, que no es un lugar donde actualmente se pueda vivir. Y sigue: "And now is the time / The only way out is up / It´s not heaven / It´s a new world / The future is gold". Ahora es el momento de emprender el camino hacia arriba, no hacia el cielo paradisíaco, sino al Nuevo Mundo: una ciudad de fálicos rascacielos. "El futuro es oro" es precisamente el título del filme publicitario.
Al toparme por
la calle con este panel publicitario en una parada de autobús urbano
no he podido dejar de asombrarme, y he tomado la foto que publico, donde el frasco que hemos visto que representaba el cuerpo de la mujer recuerda también, a la vista de esta imagen,
el ofrecimiento del sexo femenino, el coño abierto bajo la boquita cerrada de unos sensuales labios. Si procedemos a la anatomía o despiece, las manos constituirían los labios vaginales (mayores y menores), el tapón el clítoris, debajo del clítoris se adivina el orificio uretral en forma de punto y, más abajo, en el hueco abierto entre las manos se abriría la vagina dorada. La garganta de la mujer donde aparece la inscprición Life is Gold (la vida es oro) sería en esta imaginería el Monte de Venus.
¿Pornográfico? No, erótico. La publicidad no suele recaer en pornografía. Pero sí que de alguna forma lo hace porque presenta a la mujer como un coño, lo que recuerda a aquel otro eslogan publicitario de hace unos años "Toda tú eres un culito", ante el que protestaron muchas feministas argumentando que las mujeres eran algo más que "un culito". Nos hallamos aquí aunte una forma más sofisticada de decir algo parecido: "Toda tú eres un coñito".
martes, 11 de enero de 2022
Sanidad contra salud, salud contra Sanidad
¡GOCE USTED DE SALUD PERFECTA!.- No tiene desperdicio la siguiente leyenda, que leí una vez al dorso de una estampita.
lunes, 18 de octubre de 2021
El precio justo
El recurso que hacen los comerciantes y mercachifles de poca monta
del engaño y la falsedad para vendernos sus mercancías, a las que
previamente ponen un precio que deben justificar, recorre como un
verdadero leit-motiv toda la literatura antigua. Y es que las cosas
tienen siempre el valor que queramos darles para su uso, pero el
precio que se les pone para su comercio nunca es, como en el infame concurso televisivo, un precio justo. Para
justipreciar hay que mentir necesariamente. No hay ningún precio justo. Recordemos, a este propósito además, aquello que don Antonio Machado dijo tan bien en pocas palabras: "Todo necio confunde valor y precio".
Frente a la costumbre occidental del precio fijo, que nunca es tal, pese a su nombre, sujeto como está según la disposición y demanda del producto a subidas y bajadas, la costumbre oriental del regateo en que se debate el precio parece un poco más sensata. El comprador y el vendedor discuten el precio hasta llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos, lo que no anula tampoco la noción de que el producto tiene un precio, es decir un valor de cambio medido por el dinero en términos cuantitativos, al margen de su valor de uso.
Según el tetimonio que Platón le hace decir a Sócrates en el Protágoras, el sofista o intelectual, que hace publicidad y venta de bienes inmateriales como son sus conocimientos, haciendo de ellos también un comercio para el alma, se comporta igual que cualquier comerciante o mercachifle, a diferencia del propio Sócrates que no cobraba por sus enseñanzas. Tanto los comerciantes como los intelectuales que comercian con la cultura y las obras de arte engañan a la contraparte comercial gracias al elogio desmesurado de lo que venden para justificar el precio que le ponen.
Oigamos a Sócrates (313 c-e): “De modo que, amigo, cuidemos de que no nos engañe el sofista con sus elogios de lo que vende, como el traficante y el tendero con respecto al alimento del cuerpo. Pues tampoco ellos saben, de las mercancías que traen ellos mismos, lo que es bueno o nocivo para el cuerpo, pero las alaban al venderlas; y lo mismo los que se las compran, a no ser que uno sea un maestro de gimnasia o un médico. Así también, los que introducen sus enseñanzas por las ciudades para venderlas al por mayor o al por menor a quien lo desee, elogian todo lo que venden; y seguramente algunos también desconocerán, de lo que venden, lo que es bueno o nocivo para el alma. Y del mismo modo también los que las compran, a no ser que por casualidad se encuentre por allí un médico del alma”.
La publicidad, siempre engañosa, es el instrumento que en primer lugar crea la apetencia de una cosa, lo que a menudo se ha llamado la “necesidad”, es decir, la creencia de que esa cosa es necesaria o conveniente, y, en segundo lugar, la propaganda persuade al comprador de que el valor de esa cosa se corresponde con el precio con el que se ha tasado, incitándole a participar en el proceso de compraventa. La publicidad era, entonces como hoy, el medio empleado para atraer a la gente a la compraventa. Pero no sólo eran los bienes materiales de consumo como el pan y el vino los objetos de la publicidad, como queda dicho, sino que también la cultura, sólo aparentementre extraña a la lógica del mercado, era un bien vendible, sin que los que comercian con ella sepan si es buena o mala, pese a lo mucho que la elogian.
Igualmente sucede en nuestros días con la salud y con los medicamentos que supuestamente la procuran. Los fabricantes y expendedores deben engañarnos para que procedamos al consumo de los productos diciéndonos que son buenos y saludables, lo que se consigue a veces repitiendo una y mil veces una consigna, que suele ser mentira. La mentira, mil veces repetida, suena a verdadera. Se nos asegura, por ejemplo, que un fármaco es seguro, cuando no se sabe a ciencia cierta que lo sea. Nos repite por todos los medios a su alcance, que no son pocos, que un medicamento o una vacuna no tiene efectos secundarios especialmente preocupantes a corto, medio y largo plazo cuando no se ha experimentado nunca antes.
Lo triste de todo es que muchos de los que se dedican a vendernos el producto elogiando su bondad, como le dice el bueno de Sócrates a su interlocutor, desconocen lo que es nocivo tanto para el cuerpo como para el alma. Igual que nosotros, los compradores que, como dice la voz popular, “hemos sido engañados”.
viernes, 8 de octubre de 2021
El Nenuco está malito
El año pasado por estas fechas salieron algunas muñecas al mercado, las famosas Barbies entre otras, si no recuerdo mal, que llevaban mascarillas de diversos diseños y colores, para que las niñas fueran acostumbrándose a esta nueva prenda de su vestuario que la dictadura sanitaria que padecemos nos había impuesto como lo más natural del mundo de la noche a la mañana. No dejaba de ser un método de adoctrinamiento sutil para las futuras generaciones que, desde muy pequeñas, se iban así acostumbrando a estos ridículos embozos que sólo sirven para taparnos la boca.
Habrá a quienes les parezcan educativos y responsables estos juguetes políticamente correctos, sobre todo si a las Barbies enmascarilladas les acompañan los Kens, sus novios, igualmente enmascarillados, cosa que ignoro, porque a fin de cuentas lo que se considera bueno de las obligaciones no es que sean constricciones que nos fuerzan a hacer algo que no queremos, sino que no discriminen por razón de sexo a nadie.
Recuerdo -porque uno tiene su particular memoria histórica- cómo algunas feministas abogaban por la imposición del servicio militar obligatorio, la vieja mili, también a las féminas, porque era discriminatorio que estuvieran excluidas de ella, en vez de oponerse sin más a la conscripción obligatoria de los mozos y luchar por la desaparición del alistamiento militar y del Ejército. Lo único “bueno” del embozo, en este caso, es la igualdad de su imposición sexual a todo titirimundi, no como el nicab islámico, que sólo lo llevan las mujeres.
Pues tienen algo de razón los que piensan que estas muñecas son educativas. Son educativas en el sentido de adoctrinamiento que tiene hoy la palabra educación. A los niños y a las niñas, ojo, se los forma hoy precisamente como soldados, desde que desapareció el servicio militar obligatorio y se sustituyó por la educación secundaria igualmente obligatoria, con una duración más larga que la antigua mili y sin discriminación sexual, y desde que los colegios e institutos dejaron de ser lugares de enseñanza para convertirse en focos de ideologización, adoctrinamiento e imposición de lo que llaman protocolos. Este adiestramiento de los pequeños, aunque siempre lo hubo, ya es declaradamente descarado.
En España, según datos oficiales, han muerto "oficialmente" de covid-19, sin entrar en si ha sido 'de' coronavirus o 'con' coronavirus, que eso es otro cantar, desde marzo del año pasado hasta ahora, es decir, durante la pandemia, a lo largo ya de dieciocho meses, 36 niños y adolescentes menores de edad. Se pretende ahora inocular a algo más de nueve millones de españolitos que hay en esa franja de edad cuando el riesgo que corren de contraer la enfermedad -si la contraen es en forma tan leve que ni se enteran, como el muñeco de Nenuco- y de morir a consecuencia de ella es prácticamente nulo, y cuando se sabe que no son contagiosos y se sabe, además, porque ya hay bastantes estudios científicos que lo corroboran, que la vacuna no evita el contagio y que los efectos adversos o daños colaterales que están produciendo las inoculaciones en toda la población a corto plazo -no sabemos a medio y largo- son bastante ya preocupantes.
No sé si debería, en fin, preocuparnos más la mente retorcida que ideó este anuncio de pésimo y repugnante gusto o los enfermos mentales que puedan llegar a adquirirlo, que no dejará de haber algunos, para que Papá Noel o los Reyes Magos se lo regalen a sus vástagos.