En esta época nuestra que empezó siendo light y va a acabar resultando net-zero de café descafeinado y hamburguesas vegetarianas, entre otros productos que no son lo que parecen, no es extraño que hayan surgido bebidas alcohólicas sin alcohol, como la cerveza británica Lucky Saint que presenta publicitariamente esta zurbaranesca monja de hábito blanco impoluto que sostiene entre sus delicadas y finas manos que nunca han cometido ningún pecado la botella.
Lo llamativo de esta campaña publicitaria es la iconografía religiosa: La monja mira hacia el cielo, como si le estuviera rogando a Dios Nuestro Señor que no la deje caer en la tentación. Recuerdan estos eslóganes
las últimas palabras del paternóster: ne nos inducas in tentationem
sed libera nos a malo: 'no nos dejes caer en la tentación mas líbranos
del mal'. Los publicistas identifican el mal con la sed, por eso acompañan el eslogan explícitamente religioso Lead me not into temptation de la coletilla: deliver us from thirst 'líbranos de la sed... (del mal').
Algo chirría en la campaña, dado que los cristianos no tienen prohibido beber alcohol como los musulmanes, y de hecho Jesucristo consagró el vino en la Última Cena y se lo ofreció a sus discípulos diciéndoles que era su sangre que se derramaría por todos ellos... Pero si tomamos literalmente la Biblia y nos remontamos al Viejo Testamento, encontramos por ejemplo esta cita en el Levítico (10:9, 10): "No beberás vino ni bebida alguna inebriante tú ni tus hijos cuando hayáis de entrar en el tabernáculo de la reunión, no sea que muráis. Es ley perpetua entre tus descendientes, para que sepáis discernir entre lo santo y lo profano, lo puro y lo impuro." Y si, además, volvemos al Nuevo Testamento, leemos por ejemplo en la epístola primera de San Pedro a los presbíteros (5, 8), y en esta categoría incluimos genéricamente a la sedienta hermana: "Sed sobrios, y vigilad, que vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda rondado y busca a quién devorar."
Pero gracias a una intervención divina, nuestra monja afortunada podrá beber una bebida no inebriante que la providencia de la casa Lucky Saint le ofrece y así apaciguar su sed. Con una mirada perdida de inocencia y culpabilidad, dispuesta a beberse a morro el chorro dorado de la botella, a sabiendas de que no va a cometer ningún pecado mortal ni siquiera venial porque no contiene el origen del mal que es el demoníaco alcohol.
Recordemos aquí a Óscar Guail, que decía aquello de que la única manera de librarse de una tentación era precisamente caer en ella.
No resultaría pecaminosa la monja, pero no estaría bien vista, sobre todo si está dispuesta como parece que está a bebérsela a morro, dado que la botella es un inequívoco símbolo del falo. Sería menos escandaloso y estaría mejor visto si bebiera el oro líquido y espumoso vertido en una jarra, y no de esta manera que tanto recuerda la succión del amamantamiento propio de los mamíferos recién nacidos, y la práctica sexual de la felación.
No cometerá pecado, sin embargo, porque no hay alcohol, que es lo malo en ella, por lo que acabará alegrándose sobremanera su rostro triste y cariacontecido, ya que la bebida no es lo que parece. Por eso en otros carteles han puesto los eslóganes: Rejoice ('regocíjate') y Praise be ('bendita sea'). La monja puede disfrutar así de una cerveza que no es agua de cebada fermentada y que no se ha filtrado para obtener el máximo sabor, por lo que puede ingerirla sin aumentar su tasa de alcoholemia en la sangre, y sentir el minúsculo gran placer que Philippe Delerm atribuía al primer trago de cerveza que empieza mucho antes de llegarnos a la garganta, cuando llega a los labios el sorbo de su oro espumoso, ese frescor que amplifica la espuma, y lentamente llega luego al paladar su dulzura tamizada de amargor, un pequeño placer que se abre al infinito. Ese primer trago, que no es ni grande ni pequeño, que nos hace suspirar, chasquear la lengua, saborear su color, falsa miel, sol frío. Es el primer trago el que cuenta, los otros no son sino meras reminiscencias del primero.
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