236.-Parresía: unos octosílabos de Ésquilo, al que restituimos la acentuación esdrújula que corresponde a su nombre, tomados de su tragedia de tema histórico Los Persas (versos 591-594), que decían así en versión original celebrando la parresía de la gente corriente o capacidad de poder decirlo todo con libertad de expresión: οὐδ᾽ ἔτι γλῶσσα βροτοῖσιν / ἐν φυλακαῖς· λέλυται γὰρ / λαὸς ἐλεύθερα βάζειν, / ὡς ἐλύθη ζυγὸν ἀλκᾶς. Podemos traducirlos en prosa y pueden decir algo así como: Los hombres -los mortales, dice él- ya no pondrán freno a sus lenguas porque el pueblo es libre de expresar sus pensamientos a voluntad, ahora que el yugo del poder ha sido quebrantado. Pero quizá convendría traducirlos en verso, tal como fueron escritos, con el mismo ritmo dactílico y con el eco de una rima asonante: Ya no se muerde la lengua / nadie, la gente se suelta / libre a decir lo que piensa, / rota del yugo la fuerza.
237.- Elixir de amor. ¿Qué es el amor? Un niño caprichoso llamado Eros o Cupido, tanto monta, hijo de Afrodita o, si se quiere, porque es la misma, Venus: un mozalbete travieso, venéreo, loco de atar, hideputa y cegato. Ciego, sí, es el amor verdadero y eterno, que dura un par de años y que nos hiere con sus flechas del amor mucho más que Apolo el que hiere de lejos con sus punzantes dardos. ¡Dios nos libre del amor y no sólo del amor de Dios! Y es que no hay peor herida que la del amor, porque es la única que no tiene ni cura ni mucho remedio, como bien sienten y padecen en sus propias carnes todos los enamorados que en el mundo han sido. Bien fuerte era Sansón, y lo venció el amor -pues más tira coño que soga. Y el amor es siempre loco: yo estoy por vos y vos, como reza el refrán, siempre por otro.
238.- Cierre de burdeles, putas callejeras. Felipe IV decretó en su día el cierre de todos los burdeles del reino de las Españas. Al prohibirse los prostíbulos públicos, surgieron las casas de putas clandestinas, pero el puterío lejos de atajarse con esa medida siguió en creciente aumento. Las prostitutas preferían trabajar en prostíbulos en lugar de hacerlo en donde cuadrara, puesto que en los locales de alterne contaban con protección y fuera de allí estaban a menudo desprotegidas a merced de su clientela. Pero ¿no es un trabajo u oficio -el más viejo del mundo- la prostitución? Los que quieren abolirlo creen que no lo es, y que ninguna mujer se dedicaría voluntariamente a ello si pudiera ganar dinero haciendo otras cosas más dignas. Pero no entremos en cuestiones morales de dignidad e indignidad. Los trabajos, incluida la prostitución, son actividades que no se realizan gratis et amore por la gracia de hacerlas, sino por dinero. Ya que el trabajo es una forma de servidumbre -¿voluntaria?- remunerada que está legalizada -y hay incluso un Ministerio de Trabajo y Economía Social- legalizar también las mancebías en vez de tratar de abolirlasy condenar a las prostitutas a hacer la calle, sería más coherente con la política y economía social de dicho ministerio, con la higiene, la seguridad, la salud pública y el bienestar de los súbditos del reino.
239.- Eutanasia: Supongamos que le reclamamos al Estado el Derecho a Morir, el derecho a una Muerte Digna o Buena Muerte. ¿Qué más quiere él, que se dedica de ordinario a administrar la muerte, que es la vida cotidiana, de todos sus súbditos y a matarnos lentamente que no le reclaman así una Vida Digna o Buena Vida? No hay que reivindicar leyes, sino, en todo caso, despenalizar las existentes. El Estado a veces confunde derechos y deberes, e incluso define algunas cosas simultáneamente como un derecho y un deber. Eso podría pasar con la eutanasia, que el “derecho a morir” que reclaman algunos deje de ser un “derecho” y se convierta en un “deber” cuando se obligue a quienes no quieran hacer uso de ese derecho porque, si no lo hacen, ponen en peligro la existencia de la Seguridad Social y la caja de las pensiones se arruina? El problema puede surgir cuando uno se niegue a tomar la decisión correcta y solidaria. El Estado ya tiene demasiado poder y no tiene ningún empacho en abusar de él en cualquier momento, por lo que concederle más poderes sería, literalmente, como hacerse el haraquiri, el suicidio ritual japonés consistente en abrirse las entrañas del vientre.
240.- Guerra y no conflicto. No deja de asombrarnos cómo en esta ocasión los mandarines del mundo y sus medios de formación de la opinión pública, llamando a las cosas por su nombre, han denominado “guerra” a la guerra, y no, como otras veces, “conflicto”, “intervención armada”, “misión humanitaria”, “operación especial” o cualquier otra zarandaja que sirva para ocultarnos la verdad. Sin duda se les ha escapado la palabra a los medios de conformación de la opinión pública. Pero la palabra, libre, se volvió como un bumerán contra los que la habían lanzado. Y hace unos años surgió el clamor popular contra la cruda realidad que designaba. Hasta la máxima jerarquía de la iglesia católica, apostólica y romana, se vio en la obligación de condenarla, no pudiendo bendecir la Santa Sede la guerra como cruzada como hiciera en otras ocasiones. Lo mismo sucede con la paz: no quieren la paz, sino la victoria porque lo que quieren es la guerra, ganar la guerra. No nos engañemos.
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