En el Libro del profeta Samuel (I, 8-10) del Antiguo Testamento se lee cómo se estableció la monarquía entre los hebreos. Los ancianos de Israel, descontentos con los jueces que tenían, acudieron al profeta Samuel, ya anciano, y le pidieron que les pusiera como gobernante un rey en condiciones, no profetas o jueces como hasta entonces habían tenido. La institución de la monarquía formaba parte de las
ilusiones de los hebreos, que querían tener un sistema de gobierno homologado con el de los pueblos vecinos para no ser menos que ellos.
Dios, Jehová o Yavé, aunque de mala gana, consintió que el pueblo hebreo se rigiera por reyes. Samuel, haciendo uso de sus dotes proféticas, les advirtió a los ancianos de lo mal que les iría con el futuro rey. Puede apreciarse en sus palabras un dejo de amargura y una clara corriente antimonárquica, revelándoles lo que les infligirá la futura monarquía: Tomará a vuestros hijos y (...) les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y el atalaje de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas. Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas y vuestros vinos para sus eunucos y servidores. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores bueyes y asnos para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos. Y aquel día clamaréis a causa del rey que vosotros elegisteis, pero entonces Yavé no os responderá”.
Unción de Saúl, Marc Chagall (1958)
La profecía de Samuel refleja, en realidad, no tanto el futuro como los abusos salomónicos que el pueblo de Israel había sufrido en el pasado. El pueblo hebreo, sin embargo, desoyó las advertencias del clarividente Samuel, y siguieron reclamando que hubiera sobre ellos un Rey, como las ranas de la vieja fábula grecolatina, que le piden un monarca a Júpiter para que las gobierne.
Samuel, el vidente, tuvo una visión divina: debía ungir rey a Saúl, un buen mozo que descollaba por su estatura, y lo hizo a regañadientes pues, como queda dicho, no era partidario de la monarquía. Reunió al pueblo de Israel y habló en nombre de Yavé: “...Yo hice subir a Israel de Egipto, yo os he liberado de la mano de los egipcios y de la de cuantos reyes os oprimieron; y vosotros hoy rechazáis a vuestro Dios, que os ha librado de vuestros males y de vuestras aflicciones, y le decís: ¡No, pon sobre nosotros un rey!”... “Aquí tenéis al elegido de Yavé. No hay entre todos otro como él”. Y el pueblo se puso a gritar: “¡Viva el Rey!”. Saúl, pues, fue coronado como primer rey de Israel, al que le sucedería David.
David y Saúl, Ernst Josephson (1878)
La lectura de este episodio bíblico nos trae a la memoria la fábula de Fedro de las ranas pidiendo rey y el viejo y fecundo debate: ¿Es necesario que haya gobierno? Las ranas de una charca, hartas del desgobierno en el que vivían, pidieron a Júpiter un monarca. El dios, indignado, les mandó un tablón del que se rieron las ranas, y reivindicaron un monarca en condiciones. Júpiter, el dios supremo, decidió enviarles una hidra que se las zampó una tras otra a todas y cada una de las ranas.
Traduzco la versión de Fedro en senarios yámbicos prolongados en medio pie con rima asonante. Esopo entonces les contó esta vieja fabla: / Viviendo
en unas pozas libres unas ranas / pidieron
rey a Júpiter con gran bullanga, / que
reprimiera a fondo, torpes, sus usanzas. / El padre
de los dioses rió y les echó una tranca / no grande,
que, arrojada de repente al agua, / del golpe
y ruido asustó a la especie timorata. / Yaciendo
largo tiempo hundidas en la lama, / saca una
el morro sin ruido un día de la charca / y, visto
el rey, convoca a todas sus hermanas. / Ellas,
perdido el miedo, ya a porfía nadan, / y salta
sobre el tronco la tropa descarada. / Habiéndolo
ultrajado con total jarana, / mandaron
otro a pedir a Júpiter monarca, / que el
concedido no valía para nada. / Entonces
les mandó un endriago(1), que a dentelladas / comenzó a
atacarlas una a una. En vano, escapan / de la
muerte inermes; el miedo ahoga su garganta. / En secreto
a Júpiter por Mercurio así le mandan / que
socorra a las infelices. Pero el dios proclama / entonces:
“Si no quisisteis soportar bonanza, / la pena
sufrid.” (2) "Ciudadanos, dijo, soportadla / también
vosotros, no otra mayor encima os caiga".
(1) Con
“endriago” (monstruo fabuloso, con facciones humanas y miembros
de varias fieras) traduzco el “hydrum”, una hidra en el original
de Fedro. El Arcipreste sustituye la hidra por una cigüeña
“manzillera” (matadora, carnicera) que se comía a las ranas de
dos en dos porque era ventenera, es decir, probablemente
“venternera”, de vientre: glotona y tragona: Enbióles
por rey çigüeña manzillera:/ çercava todo el lago, ansí faz' la
ribera,/ andando picoabierta; como era ventenera,/ de dos en dos las
ranas comía bien ligera.
(2) La
moraleja del Arcipreste no tiene pérdida: el que no tenga gobierno
(premia dice él, o sea, opresión, sujeción, cadena), no quiera ser
gobernado: Quien tiene lo que l' cunple,
con ello sea pagado,/ quien puede seer suyo, non sea enajenado;/ el
que non toviere premia, non quiera ser apremiado:/ libertat e soltura
non es por oro conprado.