Mostrando entradas con la etiqueta patriotismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta patriotismo. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de marzo de 2023

Odio a España

     Recuerdo la polvareda que levantó Rafael Sánchez Ferlosio, (1927-2019) el entrañable cascarrabias y prosista más acendrado de nuestras letras, cuando confesó en la presentación de su libro “God & Gun” (2008), que odiaba de siempre a España, sobre todo, matizó, cuando pensaba en los toros o en la fiesta del Rocío. Se lanzaron enseguida sobre él como perros rabiosos y furiosos los defensores a ultranza de la patria y sus sacrosantas tradiciones, los patriotas de pacotilla, que olvidaban, sin duda, lo que dijo Samuel Johnson de que el patriotismo era el último refugio de los canallas. 

     Alguno llegó a decir que si don Rafael odiaba a España era un incoherente, porque era como si un sabueso odiase la mano que le daba de comer, porque el octogenario novelista y ensayista vivía por aquel entonces de sus libros y sus libros se vendían y se compraban fundamentalmente en España. Como muestra, un botón: El Jarama era novela de lectura obligatoria para tantas generaciones de bachilleres españoles, de cuyos derechos de autor vivía el premio Cervantes, que, sin embargo, siempre renegó públicamente de su obra narrativa en general y de esta en particular. 


     Se le tachó de hipócrita y se comparó su caso con el de Noam Chomsky, el intelectual estadounidense más lúcido, conspicuo y crítico con la política internacional de los Estados Unidos y con la mayoría de sus compatriotas, argumentando que tanto uno como otro vivían a costa de sus criticados conciudadanos, que pagaban por sus libros y sus conferencias.

     Creo yo que don Rafael es un patriota al estilo del señor Keuner de Bertolt Brecht, que, desde su óptica laica y atea, definió el patriotismo o, más literalmente el amor (Liebe) a la patria (Vaterland) como el odio a las diversas patrias (Vaterländer, en plural), porque precisamente ese odio está motivado por amor a la patria que no existe en la realidad, dado que ninguna de las que existen, y menos la nuestra propia, entre tantas como hay,  es la verdadera de verdad.  


    El problema viene por la penalización del odio, por el llamado delito de odio que ha entrado en nuestra legislación. Tanto el odio como el amor son sentimientos humanos que nunca se dan químicamente puros, y que en ningún caso deberían estar penalizados judicialmente. Suelen darse  la mayoría de las veces, confundidos, como en el famoso 'Odi et amo' de Catulo, que le dice a su amada: "Te odio y te quiero, que cómo lo hago quizá me preguntes. // No lo sé pero así / siento y es esa mi cruz."  

 


    A nadie que odiara a su jefe de oficina como Ferlosio odia a España, se le ocurriría considerar un delito ese odio y renunciar al sueldo que le paga. Porque si el jefe le contrató como empleado fue porque decidió utilizarlo -eso quiere decir empleado: utilizado- y porque encontró seguramente un beneficio en el trabajo que él desempeñaba. El empleado, pues, no le debe ningún agradecimiento a su jefe. Es más: se lo debe el jefe a él, que cumple religiosamente con su trabajo. Puede exigirle eso: cumplimiento. Lo que no puede exigirle de ninguna manera es cariño, porque en el corazón no manda nadie. ¿Donde está su incoherencia? ¿Dónde la incoherencia de Ferlosio? ¿No se puede, además, odiar a la madre que lo ha parido a uno? ¿Por qué iba a amarla, porque madre sólo hay una? No es razón suficiente. ¿Es obligatorio amar a la madre de uno solo porque sea la madre de uno, la que lo ha parido, aunque sea una hija, por su parte, de la grandísima chingada?


miércoles, 23 de febrero de 2022

Oh Canadá

    A comienzos del año 2020, Canadá modificó dos palabras de la letra de su himno nacional para hacerlo más políticamente correcto y más inclusivo sexualmente hablando, es decir, para no discriminar a las mujeres, benditas ellas que, como veremos, estaban excluidas del amor patriótico. 
 
    El himno nacional O Canada, oficial desde 1980, cuando sustituyó a God Save the Queen, contenía el siguiente pentámetro yámbico en la lengua del Imperio: “True patriot love in all thy sons command”, que tiene un valor yusivo dirigido a la patria canadiense y puede traducirse, como Infunde un verdadero amor patriótico en todos tus hijos (varones)
 
    La nueva versión, políticamente correcta, será: “True patriot love in all of us command”: Infunde un verdadero amor patriótico en todos nosotros (y todas nosotras). Se ha eliminado el posesivo arcaico “thy” y el término “sons”, opuesto en inglés a “daughters”. 
 
     El promotor del cambio razonaba su propuesta argumentando que el himno nacional no debería ignorar a las mujeres, quienes representaban un 52% de la población canadiense. El primer ministro de dicho país, el señor Justin Trudeau, y la célebre escritora Margaret Atwood celebraron dicho cambio políticamente correcto que equipara a las mujeres a los hombres y acaba con la discriminación sexual que las excluía del espíritu patriótico. 
 
    La letra de Oh Canadá fue escrita en 1908 por el juez y poeta Robert Stanley Weir. En realidad, su versión original no contaba con la frase “True patriot love in all thy sons command”, pero Weir la agregó al final de la Primera Guerra Mundial como homenaje a los soldados muertos en combate. 
 
Ocultan nombre y número de placa en el uniforme para evitar su identificación
 
     Lo que ha hecho Canadá eliminando el lenguaje sexista de su himno nacional no consigue engañarnos, porque todos los himnos, como acertó a decir Rafael Sánchez Ferlosio son declaraciones de guerra: “La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra”. 
 
    Hasta ahora las hijas de Canadá estaban excluidas de la infusión del amor patriótico, bienaventuradas ellas, como digo, que, a lo sumo, se limitaban, algunas como madres, a parir hijos varones a los que la madre patria infundiera el amor patriótico para luchar y morir por ella. Ahora también las mujeres pueden morir (y matar) por la patria. A partir de 1989 las féminas pudieron incorporarse a las CAF o Canadian Armed Forces, es decir, las Fuerzas Armadas Canadienses, exceptuando el servicio submarino, que se abrió también para ellas en 2001.  
    
La policía desaloja uno de los vehículos que se oponen al Régimen en Ottawa.

    Todos los himnos, sean o no sean sexistas, son deleznables. Igual que todas las patrias. Canadá, que ha reprimido brutalmente las protestas contra el Régimen sanitario imperante, no es ninguna excepción, pese a su maquillaje democrático, progresista y políticamente correcto. El primer ministro canadiense, el señor Trudeau, no ha tenido empacho en hacer uso de la Ley de Emergencias que le otorga poderes extraordinarios para sofocar violentamente la protesta ciudadana comenzada por los camioneros contra el Régimen que él preside, desalojando a los camiones que protestaban contra los confinamientos, cuarentenas y el pasaporte 'sanitario' que obliga a la vacunación contra el virus coronado, paralizando el tráfico de Ottawa. La policía detuvo el fin de semana pasado a dos centenares de manifestantes, una minoría de canadienses, según el señor Trudeau, "alimentada por grupos de extrema derecha" -también ha dicho que esos camioneros son racistas y misóginos, lo que esgrime para justificar la violenta represión.
 
 
    Sea como sea, el Estado, en este caso el canadiense, por muy liberal que se pretenda, ha mostrado una vez más su verdadera cara dura, violenta y autoritaria. Las imágenes de la contundente represión han dado la vuelta al mundo y no engañan a nadie. Hemos visto incluso a la legendaria policía montada a caballo de Canadá  en traje de faena patrullando por las nevadas calles de Ottawa, atibrorrada sin duda de ardor patriótico, atropellando y pisoteando a la ciudadanía "por el bien común de todos".

domingo, 5 de diciembre de 2021

El mito de la autoctonía

    El hombre moderno, al igual que sus antepasados, cree en mitos. Es verdad que suelen ser un tanto prosaicos, si los comparamos con los de cualquier mitología tradicional, pero son mitos al fin y al cabo, verbigracia el Progreso, Europa, la Ciencia, la Democracia, las Nuevas Tecnologías... Son tan efectivos y eficaces que su carácter irracional puede pasarnos a poco que nos descuidemos desapercibido, pero no cabe duda de que actúan poderosamente dentro de nosotros como resortes poderosos capaces de dirigir nuestro pensamiento y su conducta.

    Analicemos, por ejemplo, uno de estos mitos: el de la autoctonía, relacionado, obviamente, con el de la MadreTierra. La palabra autoctonía procede de la raíz indoeuropea *dhghem- "tierra", de donde el término griego χθών chthón "tierra, país" -de ahí autóctono- y las latinas humus “tierra”, homo "hombre" y humanus. Autóctono, pues, significa “que ha nacido en la misma tierra en la que reside”. Se trata de una metáfora botánica que equipara la vida de las personas con los árboles y las plantas, que carecen por definición de capacidad de automoción. En torno a esta metáfora de que las personas son árboles que hunden sus raíces en la tierra surge el mito de la autoctonía, con el que se relaciona el ritual funerario de la inhumación. 

    Disponemos, sin embargo, en nuestra literatura castellana de otra metáfora bien distinta que compara la vida humana no con árboles que echan raíces y crecen verticalmente, sino con el curso de los ríos. Aparece en las coplas que Jorge Manrique consagró a la muerte de su padre, donde se dice nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir. ¿Somos vegetales que necesitan anclarse en la tierra y echar raíces o somos ríos que fluyen constante- y horizontalmente, y reciben la afluencia de otras corrientes en su carrera hacia la mar? Según optemos por una u otra metáfora, nos estamos decantando por un modelo de vida sedentario y por el establecimiento en el lugar de nacimiento como los aborígenes o por el nomadismo, la trashumancia y el vagabundeo desarraigado, que consiste en estar siempre de paso sin asentarnos nunca del todo en ningún lugar definitivo. 

    Contra el orgullo nacionalista de haber nacido en el sitio donde se vive se revuelve a veces la voz del pueblo, que exclama: Uno no es de donde nace, sino de donde pace. Contra el orgullo nacionalista ateniense, se rebelaron los filósofos cínicos. En primer lugar, Antístenes, que era hijo de padre ateniense y madre tracia, como la madre de los dioses, decía él con orgullo, reprochándoles a los atenienses que se jactaban de ser hijos de la tierra de que su origen no era más noble que el de los caracoles y las langostas del país. Y se rebeló también Diógenes, otro filósofo cínico, quien ἐρωτηθεὶς πόθεν εἴη, "κοσμοπολίτης," ἔφη, preguntado de donde era, dijo “ciudadano del mundo”, acuñando el término hoy bastante devaluado de 'cosmopolita' o ciudadano del universo. Contra el orgullo nacionalista de haber nacido en algún sitio, cantó el gran Georges Brassens la Ballade des gens qui sont nés quelque part, dedicada a los 'imbéciles felices de haber nacido en alguna parte', a los que maldice de esta guisa: "Malditos sean esos hijos de... madre patria".
 



    El mito de la autoctonía parece que nació en Atenas, y está relacionado con la diosa Atenea que dio nombre a la ciudad, pues del semen que derramó Hefesto en los muslos de la virgen, cuando intentó poseerla,  y que ella se limpió con un paño de lana que arrojó al suelo, surgió de la tierra fecundada con la simiente del dios, Erictonio, el primer ateniense nacido de la tierra. Y el único autóctono, a decir verdad, pues todos sus descendientes lo serán de él por filiación, pero no ya directamente de la tierra como había nacido él. Y la diosa, en la disputa por el patronazgo del Ática, que tuvo con Posidón, plantó un olivo en la acrópolis. Si el dios del mar clavó su tridente y le regaló a la ciudad un mar de agua salada, la virgen le ofreció no sólo el  árbol que arraiga, que nace de la tierra, y del que nacen las olivas y el aceite, sino también la metáfora que nos condena al arraigo y al sedentarismo.

     El mito de la patria está relacionado con el de la madre Tierra. La patria, de hecho, es en su origen en latín no un sustantivo, sino un adjetivo que determinaba a la palabra “terra”, y que, omitida esta, acabó reemplazándola y sustantivándose: la tierra del padre de uno. Sabino Arana, el fundador del nacionalismo vasco y del lema «Euzkadi Euzkaldunon Aberria da» (Euscalerría o Vasconia, como se decía en castellano, es la patria de los vascos), acuñó precisamente el neologismo “aberri”, que no existía en eusquera, sobre aba (“padre”) y herri (“país”), a imagen y semejanza de “(tierra) patria”, de donde deriva después con el sufijo -(t)zale que quiere decir “amante” la palabra abertzale que en vascuence significa “patriota” o, si se quiere, “nacionalista”. Se llegó a decir que uno era un vasco “de pura cepa”, por ejemplo, cuando tenía al menos cuatro u ocho apellidos vascos. Sin embargo, el hecho de haber nacido en el país vasco y de contar con esa retahíla de apellidos no condiciona para nada la obligación de que uno tenga que vivir (y morir) allá donde ha nacido, porque, entre otras cosas, las personas no somos árboles ni plantas carentes de movilidad, sino ríos que van a dar a la mar...
 
    Precisamente la expresión “de pura cepa” (que se puede utilizar en otros contextos no nacionalistas para decir cosas como “poeta de pura cepa” y significar “auténtico” por alusión no sólo al tronco de la vid sino de cualquier árbol o planta enterrados y en contacto con la raíz), sugiere que las personas somos plantas o árboles, como si no perteneciéramos al reino animal. 

    En inglés suele decirse “full-blooded”, por ejemplo: “She is a full-blooded English”: la traducción literal de la lengua de Shakespeare a la nuestra sería de pura sangre, esto es de sangre no mestiza, de antepasados no contaminados con sangre foránea. Claro que purasangre, en castellano, y escrito junto,  alude al pedigrí de un caballo más que de una persona, en concreto, a una raza que es producto del cruce -y por lo tanto, del mestizaje- de la árabe con las del norte de Europa. Es decir, que ni siquiera los purasangres en su origen son de sangre “pura” o no contaminada, sino mestiza, lo que debería darnos mucho en que pensar. 


    No hace falta decir que el mito de la autoctonía que estamos analizando es uno de los más perniciosos y nocivos que hay porque ha generado, como contrapartida, el de la aloctonía o extranjería: el de los nacidos en otra parte, es decir, el de los metecos. Si no tienes la ciudadanía, eres un extranjero, y por lo tanto no tienes derecho a vivir aquí, o, al menos, no tienes los mismos derechos que los autóctonos y aborígenes que "son" de aquí “de toda la vida”. Ese mito, claro está, fundamenta la creación política de los Estados, las naciones y las banderas, y, por supuesto, la xenofobia,  las fronteras y los ejércitos y policías que las defienden como perros guardianes.  

sábado, 13 de noviembre de 2021

Un patriota es un idiota

Patria, antes de convertirse en el sustantivo que es, era un adjetivo que hacía referencia a otro nombre que era padre, por lo que patrio quería decir relativo al padre, paterno. La forma femenina del adjetivo se aplicó ya en latín a varios sustantivos, por ejemplo a potestas: la patria potestas o potestad paterna era el poder que tenía el padre en principio y no la madre sobre los vástagos no emancipados. El paterfamiliās ejercía sobre sus hijos e hijas un derecho absoluto (iūs uītae necisque, derecho de vida y muerte), exclusivo de los ciudadanos romanos.

También se aplicó al sustantivo terra: patria terra: la tierra del padre, la tierra paterna. En este caso, el sustantivo acabó omitiéndose y cuando se decía patria se sobrentendía terra sin necesidad de mencionarla. En ese momento la forma femenina del adjetivo se sustantivó y pasó a significar “país natal, suelo natal, lugar de origen, nación”. Así por ejemplo Cicerón le reprocha a Catilina: Nunc te patria, quae communis est parens omnium nostrum, odit ac metuit: ahora a ti la patria, que es la madre común de todos nosotros, te odia y te teme.


Desde el siglo XV disponemos en castellano de la palabra patria. Tenemos también los compuestos expatriar, repatriar, patriota y compatriota (a través del griego patriṓtēs), patriotismo, patriotero, apátrida.

En francés se dice patrie, como en el célebre himno beligerante que es La Marsellesa: allons, enfants de la patrie En italiano es patria, como en castellano. En inglés, sin embargo, se dice homeland y fatherland, como en alemán Vaterland (tierra del padre), pero existen también patriot, patriotic, patriotism de clara raigambre latina.

En cuanto a las definiciones de patria el diccionario de la RAE da dos:
1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.
Y recoge la expresión patria chica, que define como “lugar, pueblo, ciudad o región en que se ha nacido”, y la expresión patria celestial, que define como “cielo o gloria”.

En latín tenemos algunas buenas definiciones de patria:
-Patria mea tōtus hic mundus est: Mi patria es todo este mundo. Lo dijo Séneca.
-Ubi libertas ibi patria: Donde esté mi libertad, allí está mi patria.  Divisa de Benjamin Franklin.
-Ubi bene, ibi patria:  Donde se está bien, allí está la patria. Proverbio citado por Cicerón, que recuerda el verso de Pacuvio: Patria est ubicumque est bene: La patria está donde quiera que uno está bien.
-Nūlla terra exsilium est sed altera patria: Ninguna tierra es un lugar de destierro sino otra patria.  Atribuida a Séneca, por su carácter estoico y cosmopolita.


Y tenemos también algún verso de Horacio bastante despreciable, por cierto, y tristemente célebre, el hendecasílabo alcaico: dulce et decōrum est prō patriā morī. Es por la patria dulce y cabal morir. Lo escribió Horacio que no murió precisamente en combate defendiendo la república, sino que abandonó no muy decorsoamente su escudo, relicta non bene parmula, como Arquíloco, porque prefirió salvar el pellejo a convertirse en un héroe de epopeya.

Pasando a nuestras lenguas modernas, tenemos:
-Mi única patria, la mar. Verso de Espronceda, de  La canción del pirata.
-A minha pátria é a língua portuguesa: Mi patria es la lengua portuguesa.  Lo dijo Pessoa, en el Libro del Desasosiego, escrito con el heterónimo de Bernardo Soares.

 

-Ma patrie, c’est la langue française: Mi patria es la lengua francesa. Lo dijo Albert Camus al recoger el premio Nobel de Literatura en 1957.
-Die wahre Heimat ist eigentlich die Sprache: La verdadera patria es realmente la lengua. Lo dijo Wilhelm von Humboldt.

Contra la Patria y contra todas las patrias se levanta el grito popular de la gente de a pie, de los de abajo: “Un patriota es un idiota, mil patriotas mil idiotas”. No se trata con esa consigna de lanzar un insulto al patriotismo, sino de definirlo como lo que es: una forma de autismo, solipsismo, chovinismo, jingoísmo y egoísmo, y, en definitiva, de idiotismo.

Mucho más que una rima graciosa y fácil de recordar y corear en manifestaciones callejeras, tiene un sentido muy profundo que hay que buscar en la etimología griega de ambas palabras: Patrioótees idioótees: un patriota es un individuo particular, alguien que tiene una naturaleza muy propia, muy suya, una idiosincrasia, una idiocia privada, alguien, como diría Ferlosio, que se pee en botija vacía para que retumbe y al que no le huelen mal sus propias ventosidades, pero sí los pedos ajenos, que llegan incluso a ofender a su fino olfato, pero no comprende que los suyos huelen tan mal y hieden tanto como los de los demás. (Nótese el recurso estilístico del eufemismo “ventosidad” aplicado a lo propio, frente a “pedo” a lo ajeno). 


El sufijo -ot- que comparten idiota y patriota se utilizó en griego para gentilicios de algunos lugares como, por ejemplo para los nacidos en la isla mediterránea de Chipre: Chipriota 

El patriota tiene un idioóma, que es una particularidad (linguïstica) que lo aleja de lo común, de la lengua y la razón comunes, del logos, que decían los griegos, que está por debajo o por encima, como quiera verse la cosa, de todos las lenguas y dialectos de Babel. Y es que como dijo Heraclito: “Pensar es común a todos, pero cada hombre cree tener un pensamiento propio, unas ideas propias, un saber propio”. El logos es común a todos, como el sentido o la razón comunes, pero la lengua, el idioma y el idiolecto, es particular a cada uno, como las opiniones personales que se expresan por doquier.

El nacionalismo sirve para exacerbar el patriotismo en torno a lengua, bandera y demás monsergas y tradiciones culturales. La existencia de una lengua propia, como la de una patria, sólo sirve para distraernos e idiotizarnos con nuestro propio idioma y nuestra patria.

Dice el marqués de Maricá, don Mariano José Pereira da Fonseca, que el patriotismo mal entendido es egoísmo o idiotismo. Haría falta saber qué es el patriotismo bien entendido según él, porque cualquier patriotismo bien o mal entendido es una forma de egocentrismo mejor que de egoísmo y de autonfaloscopia, es decir, de autocomplacencia en la contemplación del propio ombligo, y, por lo tanto una forma de idiotismo que excluye a los demás y se excluye a sí misma de la comunidad. 


Ahora bien, todos los patriotismos tienen algo en común, y algo de razón en ello: el odio hacia los demás patriotismos, que se ven como particularismos ridículos. También dijo el susodicho marqués, en la lengua de Pessoa, que "A Filosofia, quando não extingue, dilui o patriotismo", es decir, que la filosofía sirve para diluir o atenuar, cuando no para extinguir, el patriotismo, y, diríamos también, el chovinismo, que es un patriotismo exacerbado o nacionalismo hiperbólico, que refleja una admiración exagerada y exclusiva por el país propio, es decir, una exaltación desmedida de lo nacional frente a lo extranjero, de lo particular frente a lo general y común. El nombre de Chovinismo procede al parecer de un soldado Nicolas Chauvin que defendía su país, la Francia y su bandera tricolor, por encima de todo, y que sólo sabía gritar “yo... yo...” como un idiota: “Je suis Chauvin, je suis Français”. 
 
Patria o muerte” una falsa disyuntiva: patria (como cualquier otra idea) es muerte de lo que podía haber por debajo de la idea.

Se cita mucho en castellano la frase La verdadera patria del hombre es la infancia,  y se le atribuye a Rainer Maria Rilke, quien, por lo poco que yo sé, nunca dejó escrita ni en prosa ni en verso una cosa así. Sin embargo, en el mundo literario hispánico es un tópico ya consolidado, siempre que se habla de la infancia,  recurrir a esa cita y endilgársela a Rilke.

En el prólogo de sus “Dos historias de Praga” (1897) Rilke escribió: „Dieses Buch ist lauter Vergangenheit. Heimat und Kindheit – beide längst fern – sind sein Hintergrund.“ Este libro es el pasado sin más. La patria y la infancia - ambos de larga distancia – son su trasfondo. Aquí junta por primera vez las dos palabras Heimat, que es patria y es hogar y es lugar natal, con Kindheit, que es la infancia, pero porque son el telón de fondo de sus relatos: su niñez y su patria chica, su Praga natal, no porque haya establecido la ecuación de que su patria es su infancia. Rilke, que, en efecto, nació en Praga, no sentía que esta ciudad fuera su “Heimatstadt”, su ciudad natal, su patria, por lo que no sentía un especial aprecio por ella. Dejó a propósito escrito: „Nur werden wir nicht in unsere Heimat geboren, und mir scheint sogar, als ob alles Große immer aus diesem Verlangen gekommen wäre, sie irgendwo zu finden – offen und festlich und wie wartend unsere Wiederkehr.“ No hemos nacido en nuestra patria, y hasta me parece como si todo lo bueno siempre hubiera venido de este deseo de encontrarla en algún lugar –abierta y festiva y como esperando nuestro regreso .

También hay quien atribuye la frase a Baudelaire, pero sin mucho fundamento tampoco, por lo que a mí se me alcanza. Suele pensarse que, como metáfora que es, la formuló algún poeta, ya sea Rilke, que para los alemanes es el prototipo del poeta lírico en su lengua, ya sea Baudelaire, para los franceses.

 El dibujante argentino Liniers se hace eco de la falsa cita de Rilke, y le añade una bella coletilla de su cosecha.

Rilke ha dicho cosas muy bellas sobre la infancia, y le ha dedicado muchos versos a ese "camarín que guarda el tesoro de los recuerdos", pero nunca dijo que fuera la verdadera patria del hombre como se ha hecho proverbial entre nosotros.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Patriotismo: odiar las patrias

    Existen millones de personas –de once a quince- en el mundo que no son reconocidas por ningún país como ciudadanos: son apátridas. Pero digámoslo al revés: existen, o mejor aún, hay millones de ciudadanos del mundo, entre los que modestamente me incluyo, que no reconocemos a ningún país realmente existente como su patria, porque no somos nacionalistas, o si lo somos de algún modo, nuestro nacionalismo es de una intensidad tan baja, tan baja que no tenemos ni himno ni bandera ni nación ni gobierno que nos gobierne y que nosotros reconozcamos como legítimo.
    Somos como Diógenes el Cínico, o sea el Perro, quien cuándo fue preguntado por su nacionalidad respondió, creando una palabra nueva que luego ha sido devaluada “cosmopolita”, que en griego antiguo, que era su lengua, quiere decir ciudadano del mundo mundial, es decir, ciudadano de ningún país realmente existente.
¿Nacionalidad? Desconocida.
 
    La apatridia en los países europeos con altas tasas de inmigración es habitual en el caso de los inmigrantes ilegales que se niegan a revelar de qué país provienen cuando se lo preguntan en los interrogatorios policiales para ficharlos. Así, al no saber cuál es su procedencia, las autoridades locales no pueden establecer a dónde deben deportarlos o expatriarlos. Estos inmigrantes ingresan en el circuito de la ilegalidad.
    Extranjeros, todos somos extranjeros. O lo que es lo mismo: ninguno de nosotros debe serlo en ningún lugar de este mundo. Porque los problemas no los crean los extranjeros, sino la existencia de los Estados y fronteras.
    En un mundo donde, teóricamente, las fronteras tienden a desaparecer, una persona sin una nacionalidad es, paradójicamente,  un ente sin derechos. Los apátridas son un colectivo invisible, y no son un problema en tanto que no son considerados como tal en el imaginario social, lo que es lo mismo que decir directamente que no existen.

    Aunque, como en el caso de las meigas, no existirán, admitámoslo, pero haberlas haylas. Y hay muchos más que sin ser apátridas renunciamos gustosos a la nacionalidad: nuestro patriotismo consiste en odiar todas las patrias.  El verdadero patriotismo, escribió Bertolt Brecht en sus “Historias del señor Keuner”, consiste en odiar las patrias. El patriotismo o, más literalmente el amor (Liebe) a la patria (Vaterland, o tierra del padre) consiste en el odio a las diversas patrias realmente existentes, porque precisamente ese odio está motivado por amor a la patria auténtica que no existe, dado que ninguna de las que hay, y menos la nuestra propia que nos haya tocado en suerte o desgracia, habiendo tantas como hay,  es la verdadera de verdad que nos corresponde. 
     
   

VATERLANDSLIEBE, DER HASS GEGEN VATERLÄNDER

Herr K. hielt es nicht für nötig, in einem bestimmten Lande zu leben. Er sagte: „Ich kann überall hungern“.
Eines Tages aber ging er durch eine Stadt, die vom Feind des Landes besetzt war, in dem er lebte. Da kam ihm entgegen ein Offizier dieses Feindes und zwang ihn, vom Bürgersteig herunterzugehen.
Herr K. ging herunter und nahm an sich wahr, dass er gegen diesen Mann empört war; und zwar nicht nur gegen diesen Mann, sondern besonders gegen das Land, dem der Mann angehörte; also dass er wünschte, es möchte vom Erdboden vertilgt werden.
– „Wodurch“, fragte Herr K., „bin ich für diese Minute ein Nationalist geworden? Dadurch, dass ich einem Nationalisten begegnete. Aber darum muss man die Dummheit ja ausrotten; weil sie dumm macht, die ihr begegnen.’


PATRIOTISMO: ODIAR LAS PATRIAS.
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
– “Puedo morirme de hambre en cualquier parte”
Pero un día iba por una ciudad que estaba ocupada por el enemigo del país en el que él vivía. Entonces se topó con un oficial del enemigo y le obligó a bajar de la acera.
El señor K. se bajó, y se dio cuenta de que odiaba a este hombre, y no solamente a ese hombre, sino sobre todo al país al que pertenecía el hombre; hasta tal punto que deseaba que fuese borrado de la faz de la tierra por un terremoto.
-“¿Por qué, preguntó el señor K. me he convertido en este instante en un nacionalista? Porque me he topado con un nacionalista. Pero por eso hay que erradicar la estupidez, porque vuelve estúpidos a los que se topan con ella.”

      ¿Papeles para todos? No, papeles para nadie: que no haya papeles ni fronteras, ni patrias, que es lo peor que hay. Estamos contra las patrias, las grandes y las chicas. Pero si hay que elegir nos quedamos con las chicas, las que son tan chicas que ni siquiera existen; o con las grandes, tan grandes que no caben en el mundo porque se extiendan más allá de este ridículo planeta donde nos empeñamos en decir que hay vida.
     

    Samuel Johnson definió el patriotismo como el último refugio de un canalla: Patriotism is the last refuge of a scoundrel; a lo que Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo añade un importante matiz: PATRIOTISMO- Basura combustible adherida a la antorcha de cualquiera que quiera iluminar su propio nombre. En el famoso diccionario del Dr. Johnson, el patriotismo es definido como el último recurso de un granuja. Con el debido respeto a un lexicógrafo tan iluminado, aunque inferior, me atrevo a afirmar que es el primero. 

    De otro lado, autores cristianos mucho más antiguos que Bertolt Brecht, Samuel Johnson y Ambrose Bierce también nos invitan al antipatriotismo. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo. Cuando estos autores hablan de la patria no se refieren a la terrenal, sino a la celestial, la “caelestis patria”, ya que la patria terrena tiene poca importancia. Es más, algunos invitan a abandonarla e incluso a despreciarla para poder alcanzar la celestial. 

    San Ambrosio de Milán, por citar otro autor, llega a escribir en sus Comentarios al Cantar de los Cantares: “Huyamos entonces a la patria más verdadera. Allí nuestra patria, y el padre por el que hemos sido creados, donde está la ciudad de Jerusalén, que es la madre de todas": Fugiamus ergo in patriam uerissimam. Illic patria nobis, et pater a quo creati sumus, ubi est Hierusalem ciuitas quae est mater omnium. 

    En términos cristianos el patriotismo más acrisolado consiste en odiar todas las patrias terrenales porque ninguna de ellas es la Jerusalén celestial, que es la verdadera; y en términos platónicos, odiar las patrias materiales porque ninguna es la espiritual. 

    Hemos, pues, de denunciar toda forma de patriotismo, incluido el patriotismo de baja intensidad de la patria chica, y desenmascarar la más sibilina de todas ellas, el último reducto del patriotismo, que es el egoísmo, el creer que el hombre encarnado en mí mismo,  es el centro del universo, la criatura formada a imagen y semejanza de su creador, que es Dios, con el que se identifica, porque esa fe, esa creencia arraigada e incrustada en nosotros, ha arrasado a lo largo de la Historia campos y ciudades, ha declarado guerras contra los otros y lo otro, ha talado selvas y bosques, ha matado bestias criadas en cadena, ha sacrificado todo poniéndolo al servicio del humanismo y del Hombre encarnado en el Ego, ese ser monoteísta, que se ha proclamado como el único ser racional, quitándoles la razón a los demás seres, a todas las cosas.

jueves, 30 de abril de 2020

Timón, el filántropo misántropo (I)

Una cita de Luciano de Samósata extraída de Timón o El filántropo (43), en traducción castellana de Manuela García Valdés: “Miembros de tribu”, de “clan”, de “demo” y “patria” son nombres fríos e inútiles, vanagloria de hombres insensatos. φυλέται δὲ καὶ φράτορες καὶ δημόται καὶ ἡ πατρὶς αὐτὴ ψυχρὰ καὶ ἀνωφελῆ ὀνόματα καὶ ἀνοήτων ἀνδρῶν φιλοτιμήματα. 

“Tribu, clan o fratría, demo y patria” son agrupaciones de carácter socio-político de los ciudadanos atenienses, de las que entre nosotros sólo pervive la última:
Φυλέται eran los miembros de una misma tribu. Atenas estaba dividida en cuatro tribus. Desde Solón, la tribu se dividía en tres fratrías, por lo que en Atenas había doce fratrías. 
Φράτορες son los miembros de una misma fratría. La fratría o clan estaba compuesta de treinta familias, por lo que en Atenas había trescientas sesenta familias. 
Δημόται miembros de un demo o cantón en Atenas. Subdivisión de la tribu. En tiempos de Heródoto había cien demos por cada tribu. 
Πατρίς la patria o tierra paterna: un adjetivo que significa “propio del padre” y que acompañaba al sustantivo “tierra” al que acabó sustituyendo, sustantivándose como en latín “patria (terra)”: la tierra del padre de uno
 


Timón, el filántropo que se volvió un acérrimo misántropo, tan cerca están el amor y el odio, reniega de todas ellas porque son denominaciones vacías de significado, frías, dice él (ψυχρὰ, en griego, esto es, glaciales como el hielo, nombres que le dejan a uno helado porque no le dicen nada más que lo que dicen, meros flatus uocis o soplos de voz, pero con la connotación de inútiles, improductivas, vanas, nulas, estériles; en griego el calor se asocia a la idea de fecundidad) que sólo son valoradas por los ignorantes. 

Lo que dice Timón es como si, mutatis mutandis, dijéramos hoy en día cualquiera de nosotros, renegando de todas las patrias, incluso de las patrias chicas, que por lo pequeñas que son parecen insignificantes, y haciendo nuestro aquel auténtico patriotismo que consiste en odiar todas las patrias,  algo así como: Ser de una ciudad o de otra, de un pueblo o de otro, de una u otra nación es tener una denominación de origen fría e inútil, que no aporta nada más que unas señas de identidad que, aunque nos clasifican, no dicen nada verdadero ni sensato de nosotros. De esas señas identitarias -falsas, porque cualquier identidad es una falsa identidad- sólo pueden enorgullecerse los ignorantes, es decir, los que creen que por ser reales son verdaderas, los que no se percatan de la falsedad de la realidad, los que están privados de la facultad de razonar y de inteligencia porque sólo tienen prejuicios, nociones preconcebidas, típicos tópicos, ideas. 

Pero Timón no sólo reniega de su pertenencia a una tribu, a una fratría, a un demo, y, en definitiva a una patria, a Atenas, reniega también de su pertenencia al género humano, apartándose de toda humana sociedad. Luciano pone estas palabras en su boca: Solitaria sea mi vida como la de los lobos, y un solo amigo tenga: Timón (μονήρης δὲ ἡ δίαιτα καθάπερ τοῖς λύκοις, καὶ φίλος εἷς Τίμων). Todos los demás sean enemigos y conspiradores (οἱ δὲ ἄλλοι πάντες ἐχθροὶ καὶ ἐπίβουλοι). Y hablar con alguno de ellos sea contaminación (καὶ τὸ προσομιλῆσαί τινι αὐτῶν μίασμα). Y si veo a uno sólo, sea ese día nefasto (καὶ ἤν τινα ἴδω μόνον, ἀποφρὰς ἡ ἡμέρα). En una palabra, en nada ellos se diferencien para mí de las estatuas de piedra o bronce (καὶ ὅλως ἀνδριάντων λιθίνων ἢ χαλκῶν μηδὲν ἡμῖν διαφερέτωσαν). No recibiré embajadores de su parte ni haré tratados con ellos (καὶ μήτε κήρυκα δεχώμεθα παρ᾽ αὐτῶν μήτε σπονδὰς σπενδώμεθα). El desierto sea mi frontera con ellos (ἡ ἐρημία δὲ ὅρος ἔστω πρὸς αὐτούς).  (Timón o El Misántropo 42,43, Luciano de Samósata, Traducción de Manuela García Valdés).