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viernes, 12 de noviembre de 2021

Patriotismo: odiar las patrias

    Existen millones de personas –de once a quince- en el mundo que no son reconocidas por ningún país como ciudadanos: son apátridas. Pero digámoslo al revés: existen, o mejor aún, hay millones de ciudadanos del mundo, entre los que modestamente me incluyo, que no reconocemos a ningún país realmente existente como su patria, porque no somos nacionalistas, o si lo somos de algún modo, nuestro nacionalismo es de una intensidad tan baja, tan baja que no tenemos ni himno ni bandera ni nación ni gobierno que nos gobierne y que nosotros reconozcamos como legítimo.
    Somos como Diógenes el Cínico, o sea el Perro, quien cuándo fue preguntado por su nacionalidad respondió, creando una palabra nueva que luego ha sido devaluada “cosmopolita”, que en griego antiguo, que era su lengua, quiere decir ciudadano del mundo mundial, es decir, ciudadano de ningún país realmente existente.
¿Nacionalidad? Desconocida.
 
    La apatridia en los países europeos con altas tasas de inmigración es habitual en el caso de los inmigrantes ilegales que se niegan a revelar de qué país provienen cuando se lo preguntan en los interrogatorios policiales para ficharlos. Así, al no saber cuál es su procedencia, las autoridades locales no pueden establecer a dónde deben deportarlos o expatriarlos. Estos inmigrantes ingresan en el circuito de la ilegalidad.
    Extranjeros, todos somos extranjeros. O lo que es lo mismo: ninguno de nosotros debe serlo en ningún lugar de este mundo. Porque los problemas no los crean los extranjeros, sino la existencia de los Estados y fronteras.
    En un mundo donde, teóricamente, las fronteras tienden a desaparecer, una persona sin una nacionalidad es, paradójicamente,  un ente sin derechos. Los apátridas son un colectivo invisible, y no son un problema en tanto que no son considerados como tal en el imaginario social, lo que es lo mismo que decir directamente que no existen.

    Aunque, como en el caso de las meigas, no existirán, admitámoslo, pero haberlas haylas. Y hay muchos más que sin ser apátridas renunciamos gustosos a la nacionalidad: nuestro patriotismo consiste en odiar todas las patrias.  El verdadero patriotismo, escribió Bertolt Brecht en sus “Historias del señor Keuner”, consiste en odiar las patrias. El patriotismo o, más literalmente el amor (Liebe) a la patria (Vaterland, o tierra del padre) consiste en el odio a las diversas patrias realmente existentes, porque precisamente ese odio está motivado por amor a la patria auténtica que no existe, dado que ninguna de las que hay, y menos la nuestra propia que nos haya tocado en suerte o desgracia, habiendo tantas como hay,  es la verdadera de verdad que nos corresponde. 
     
   

VATERLANDSLIEBE, DER HASS GEGEN VATERLÄNDER

Herr K. hielt es nicht für nötig, in einem bestimmten Lande zu leben. Er sagte: „Ich kann überall hungern“.
Eines Tages aber ging er durch eine Stadt, die vom Feind des Landes besetzt war, in dem er lebte. Da kam ihm entgegen ein Offizier dieses Feindes und zwang ihn, vom Bürgersteig herunterzugehen.
Herr K. ging herunter und nahm an sich wahr, dass er gegen diesen Mann empört war; und zwar nicht nur gegen diesen Mann, sondern besonders gegen das Land, dem der Mann angehörte; also dass er wünschte, es möchte vom Erdboden vertilgt werden.
– „Wodurch“, fragte Herr K., „bin ich für diese Minute ein Nationalist geworden? Dadurch, dass ich einem Nationalisten begegnete. Aber darum muss man die Dummheit ja ausrotten; weil sie dumm macht, die ihr begegnen.’


PATRIOTISMO: ODIAR LAS PATRIAS.
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
– “Puedo morirme de hambre en cualquier parte”
Pero un día iba por una ciudad que estaba ocupada por el enemigo del país en el que él vivía. Entonces se topó con un oficial del enemigo y le obligó a bajar de la acera.
El señor K. se bajó, y se dio cuenta de que odiaba a este hombre, y no solamente a ese hombre, sino sobre todo al país al que pertenecía el hombre; hasta tal punto que deseaba que fuese borrado de la faz de la tierra por un terremoto.
-“¿Por qué, preguntó el señor K. me he convertido en este instante en un nacionalista? Porque me he topado con un nacionalista. Pero por eso hay que erradicar la estupidez, porque vuelve estúpidos a los que se topan con ella.”

      ¿Papeles para todos? No, papeles para nadie: que no haya papeles ni fronteras, ni patrias, que es lo peor que hay. Estamos contra las patrias, las grandes y las chicas. Pero si hay que elegir nos quedamos con las chicas, las que son tan chicas que ni siquiera existen; o con las grandes, tan grandes que no caben en el mundo porque se extiendan más allá de este ridículo planeta donde nos empeñamos en decir que hay vida.
     

    Samuel Johnson definió el patriotismo como el último refugio de un canalla: Patriotism is the last refuge of a scoundrel; a lo que Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo añade un importante matiz: PATRIOTISMO- Basura combustible adherida a la antorcha de cualquiera que quiera iluminar su propio nombre. En el famoso diccionario del Dr. Johnson, el patriotismo es definido como el último recurso de un granuja. Con el debido respeto a un lexicógrafo tan iluminado, aunque inferior, me atrevo a afirmar que es el primero. 

    De otro lado, autores cristianos mucho más antiguos que Bertolt Brecht, Samuel Johnson y Ambrose Bierce también nos invitan al antipatriotismo. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo. Cuando estos autores hablan de la patria no se refieren a la terrenal, sino a la celestial, la “caelestis patria”, ya que la patria terrena tiene poca importancia. Es más, algunos invitan a abandonarla e incluso a despreciarla para poder alcanzar la celestial. 

    San Ambrosio de Milán, por citar otro autor, llega a escribir en sus Comentarios al Cantar de los Cantares: “Huyamos entonces a la patria más verdadera. Allí nuestra patria, y el padre por el que hemos sido creados, donde está la ciudad de Jerusalén, que es la madre de todas": Fugiamus ergo in patriam uerissimam. Illic patria nobis, et pater a quo creati sumus, ubi est Hierusalem ciuitas quae est mater omnium. 

    En términos cristianos el patriotismo más acrisolado consiste en odiar todas las patrias terrenales porque ninguna de ellas es la Jerusalén celestial, que es la verdadera; y en términos platónicos, odiar las patrias materiales porque ninguna es la espiritual. 

    Hemos, pues, de denunciar toda forma de patriotismo, incluido el patriotismo de baja intensidad de la patria chica, y desenmascarar la más sibilina de todas ellas, el último reducto del patriotismo, que es el egoísmo, el creer que el hombre encarnado en mí mismo,  es el centro del universo, la criatura formada a imagen y semejanza de su creador, que es Dios, con el que se identifica, porque esa fe, esa creencia arraigada e incrustada en nosotros, ha arrasado a lo largo de la Historia campos y ciudades, ha declarado guerras contra los otros y lo otro, ha talado selvas y bosques, ha matado bestias criadas en cadena, ha sacrificado todo poniéndolo al servicio del humanismo y del Hombre encarnado en el Ego, ese ser monoteísta, que se ha proclamado como el único ser racional, quitándoles la razón a los demás seres, a todas las cosas.