Una
de las
características más patéticas de estos beligerantes tiempos que corren es la
proliferación de gimnasios
donde se rinde un culto fetichista al cuerpo mediante todo tipo de
entrenamientos, ejercicios, sacrificios y tormentos físicos
fundamentados en la fe fervorosa en la salud. Las dependencias de estos
establecimientos parecen salas de tortura de la Inquisición, llenas como
están de aparatos que provocan estiramientos y encogimientos. Se da la
paradoja de que al gimnasio suelen acudir sus fieles clientes en
automóvil para una vez allí montar durante largas horas en una
bicicleta estática o caminar o hacer running sobre una cinta móvil sin moverse del mismo sitio en el que están.
Los
gimnasios son los templos donde se rinde culto al cuerpo practicando lo que en la lengua del Imperio se llama body
building: la construcción del cuerpo, como si uno fuera su propio
arquitecto y al mismo tiempo su obra escultórica, como si el cuerpo
nos perteneciera -¿a quién?- y fuéramos sus dueños y responsables de su
mantenimiento; poseedores y poseídos a la vez, diseñadores y diseños al mismo tiempo. Algo de
eso sugiere ese horrible palabro que es "culturismo", derivado de
"cultura" es decir de cultivo, que da a entender que uno mismo es el
cultor y el campo que cultiva, sin olvidar la connotación religiosa que
conlleva la palabra "culto" y la fe ciega y fervorosa que subyace detrás de todo ello y por debajo.
La fiebre de
los gimnasios no es sino un síntoma de lo que en la lengua del
Imperio se llama fitness, que es el sustantivo derivado del
adjetivo fit ('sano, saludable'): la obsesión por la salud del
cuerpo y lo saludable, que va irremediablemente unida a la mal llamada educación física, que es una contradictio in terminis ya que físico quiere decir 'natural' y la educación no es natural, sino lo más antinatural y más social que puede haber.
Algunos
filósofos antiguos opinaban que ocuparse continuamente del cuerpo
constituía un síntoma de pobreza espiritual. No vamos a lamentar
aquí que el culto al cuerpo haya desplazado al del alma, más
propio de épocas pretéritas, y que los ejercicios corporales hayan
desbancado a los
espirituales, y lo físico a lo psíquico como si fueran dos cosas
radicalmente distintas. A fin de cuentas cuerpo y alma no son sino una y
la misma cosa,
dos caras de la misma moneda: el alma no es más que la conciencia
del propio cuerpo, por lo que ambos cultos son en esencia la misma
religión:
el culto al ego, egolatría, egoísmo, o yoísmo, que dicen ahora los que
han olvidado el latín.
Este culto
al cuerpo, que está intrínsecamente unido a la exaltación de la juventud y el consiguiente
menosprecio hacia las personas mayores y la senectud, tiene algo, y no es poco, de fascista. No en vano Giovinezza, esto es, juventud en italiano, era el himno
de la Italia de Mussolini.
La escritora
Anaïs Nin escribió en sus diario, recién llegada a Nueva York en
la década de los años 40 del pasado siglo: La tragedia es que
cuando precisamente estábamos a punto de disfrutar de la madurez en
Europa, que ama y valora la madurez, fuimos todos desarraigados y
colocados en un país que sólo ama la juventud y la inmadurez.
Se refiere evidentemente a los Estados Unidos de América, de donde nos
llegan igual que Santa Claus, Jálogüin, los Viernes Negros, las fiestas y
hasta ceremonias y bailes ahora también de graduación en los
institutos, el culto a la juventud y a la falta de madurez, relacionado
todo como está con el body building.
El
entusiasmo que
despiertan los profesionales del deporte es otro de los síntomas que
denota que los ídolos de nuestra sociedad y época no son como
en otros tiempos los héroes épicos y legendarios que nos liberaban de
los monstruos más perniciosos, sino
unos mentecatos que baten récords, ganan competiciones, acumulan
medallas,
triunfan en la vida, llenan estadios y se forran de dinero a costa de
unos idiotas como nosotros, reducidos a la condición de meros telespectadores
de sus gestas. Muchas
veces se ha dicho, y hoy es siempre todavía como cantó Machado, que
esto se parece mucho a la
antigua Roma del pan y circo, y que hoy los
gladiadores son los futbolistas u otros deportistas profesionales cuya máxima aspiración son las olimpiadas...
pero eso es poco.
El deporte, Claude Serre (1977)
Si
relacionamos esto con la tesis de Ortega y Gasset sobre el origen
deportivo del Estado, es decir, que el deporte es la fuerza que dio
origen a la organización social que padecemos, estaremos de acuerdo
con Rafael Sánchez Ferlosio, que es uno de nuestros escritores que
más ha despotricado contra el deporte con toda la razón del mundo, en que "el deporte es desde
siempre lo que más cabalmente cumple la función primaria de toda
cultura como instrumento de control social".