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domingo, 3 de septiembre de 2023

Europa, 1916

     El dibujante neerlandés Louis Raemaekers (1869-1956), del que hablamos en Carteles contra la guerra y en Europa remasterizada y digitalizada,  nos ha dejado numerosas obras sobre la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, en las que denunciaba la invasión alemana y las atrocidades cometidas por los que consideraba bárbaros, mientras que representaba el bando de los aliados como civilizados.  Su obra se caracteriza por la denuncia de las guerras que emprendió Alemania en el pasado siglo, pero puede servirnos para condenar cualesquiera otras guerras en particular, y la guerra en general, como la que ahora se desarrolla en el siglo XXI en suelo europeo de Rusia contra Ucrania y la OTAN.

    A propósito de las quejas de que los dibujos de Raemaekers sobre los horrores de la guerra eran muy sangrientos y de su alegoría Europa, 1916, escribía G. K. Chesterton lo siguiente:

    Hay algunos críticos ingleses que aún no han considerado algo tan simple como que el alegato contra los horrores debe ser horrible. Sólo en este sentido, esta publicación de la obra del distinguido dibujante extranjero es algo que merece nuestra atención e iluminación. El punto central de la espantosa experiencia que hoy se ha tragado todas nuestras experiencias menores es que en cualquier caso nos enfrentamos a lo abominable; y lo más bello que podemos esperar mostrar es sólo una abominación de ello. Sin embargo, hay horror y horror. La distinción entre la exageración bruta y el énfasis artístico difícilmente podría estudiarse mejor que en la alegoría del Sr. Raemaekers, y el uso que hace del antiquísimo símbolo de la rueda. 

 

    Europa es representada arrastrada y rota sobre la rueda como en la antigua tortura; pero la rueda es la de un cañón moderno, de modo que el tenue fondo puede llenarse con la sugerencia de una maquinaria totalmente moderna. Se trata de una sátira muy verídica, pues hay muchos científicos que parecen reconciliarse con el aplastamiento de la humanidad por un vago entorno mecánico en el que hay ruedas dentro de ruedas. Pero la contención interior del artista se sugiere en el tratamiento del propio tormento, que se sugiere por un cierto desgarro en las vestiduras, mientras los miembros están flácidos y la cabeza casi somnolienta. No se esfuerza ni llora; tampoco se oye su voz en las calles. El artista no tenía que dibujar el dolor, sino la desesperación. El artista no tenía que dibujar el dolor, sino la desesperación; y aunque el dolor es bastante antiguo, la desesperación en particular es moderna. La víctima atormentada por un credo podía al menos gritar "Me he convertido". Pero aquí incluso los términos de la rendición son irreconocibles; y ella sólo puede preguntar "¿Soy civilizada?".

 

    En esta otra representación de la mujer amarrada a la rueda del vehículo -un tanque- con una  mano en el fuego, bajo el epígrafe "Prusianismo y civilización" figura una frase terrible de Friedrich von Bernhardi, el teórico militar prusiano más influyente de comienzos del siglo XX: Might is the supreme right, and the dispute as to what is right is decided by the arbitrement of war.   “El poder es el derecho supremo, y la disputa sobre lo que es correcto se decide mediante el arbitraje de la guerra." Cuya continuación es: War gives a biologically just decision since its decision rest on the very nature of things. "La guerra da una decisión biológicamente justa ya que su decisión descansa en la naturaleza misma de las cosas".

jueves, 8 de diciembre de 2022

La cordura de los locos frente a la locura de los cuerdos

    Decía Chesterton, ese gran amigo de las paradojas, que un loco no es alguien que haya perdido la razón, como vulgarmente se cree, sino alguien que lo ha perdido todo, absolutamente todo menos la razón paradójicamente, que es lo único que le queda. Y pienso en la lucidez de la locura, psicosis esquizofrénica diagnosticada como tal y recluida contra su voluntad en un hospital psiquiátrico, que muchas veces nos pregunta: ¿Tú crees que yo estoy loca de verdad? ¿No razono, no tengo razón igual que tú? Y pienso en cómo Chesterton le da la razón a la locura y, de rechazo, tacha de locura toda esta infamia que es el mundo de los que presuntamente estamos cuerdos. 
 
    Y pienso en los denominados enfermos mentales, privados de libertad, víctimas de un hospital psiquiátrico cuya existencia sólo se justifica por el hecho de que el Sistema tiene una fuerte tendencia a definir como enfermedad mental o conduc­ta antisocial todo aquello que no puede o no quiere digerir. Apoyándose en la psicología oficial, determina si la persona es apta o no para la supervivencia, para convivir en esta sociedad, pudiendo llegar a decretar su segregación, una reclusión que no sólo no “cura” sino que contri­buye a que el enfermo sea crónico y la enfermedad se agrave, y que sólo sirve para que los que estamos fuera creamos, por contraposición, que estamos cuerdos y no locos por completo. 
 
La nave de los locos, Jerónimo Bosch (1494-510)
 
     La prescripción indiscriminada de psicofármacos, además, se presenta cómo panacea universal pero no deja de ser una nueva herramienta de control social que por un lado invalida a las personas y por otra parte enriquece a los laboratorios farmacéuticos. Conozco un caso de alguien que me hizo esta pregunta: ¿Cómo demuestro mi cordura si estoy encerrado en un hospital psiquiátrico porque he sido diagnosticado como loco? ¿Cómo demuestro que no estoy loco?
 
   Al parecer, ya no hay manicomios en España, porque una reforma sanitaria de índole psiquiátrica decretó que se atendiera a las personas con trastorno mental de forma comunitaria y no se los aislara en un hospital especializado, por lo que se procuró cerrar los viejos manicomios y se fomentó la creación de unidades de salud mental, lo que viene a ser lo mismo. Un cambio de etiqueta. El mismo perro con distinto collar. 
 
La loca Meg, Brueghel el Viejo (1562)
 
     Quien me hizo esta pregunta me confesó que estaba muy contenta porque habían dejado de suministrarle la inyección mensual -la inyección letal, la llamaba-, y la medicación que tomaba ahora era, al parecer, menos agresiva. Creía que era una medida encaminada paulatinamente hacia su libertad, un paso adelante en su lento caminar hacia el alta médica definitiva, hacia su salvación, ese espejismo o trampantojo, esa zanahoria amarrada a un palo, ese porvenir que nunca llega. No sabe o si lo sabe en su fuero interno no quiere admitir que el alta médica sólo le llegará, ay, con el certificado de defunción.