Nota fabula est. Dice Cicerón: Es conocida la historia que contaba Heródoto que le contó el sabio Solón al rey Creso cuando le preguntó quién era el hombre más feliz del mundo.
Éranse
una vez dos hermanos gemelos, Cléobis y Bitón, hijos de Cídipe, una
sacerdotisa argiva de Hera, la divinidad principal de Argos, a la que
estaba consagrada la ciudad. En una ocasión, debía Cídipe acudir al
sacrificio anual y solemne de la diosa Hera, que se celebraba en el
santuario del Hereo, lejos de la ciudad de Argos, en un carro, como era
prescriptivo, tirado por dos bueyes de labranza. Pero, llegado el
momento de la partida, los bueyes no habían regresado aún del campo, por
lo que la sacerdotisa no iba a llegar a tiempo al santuario.
Los
dos hermanos gemelos, que eran campeones atléticos por su vigor
corporal, se desnudaron entonces, se ungieron con aceite, se uncieron
al yugo, y tirando del carro, lo llevaron a rastras durante 45
estadios, (el estadio equivalía 174 metros, que era lo que medía el
estadio de Olimpia tomado como referencia), por lo que el trayecto fue
de unos 8 quilómetros, pero además cuesta arriba, porque el santuario
de Hera se hallaba situado a mayor altura con respecto al nivel del mar
que la ciudad de Argos, por lo que la acción de Bitón y de Cléobis
tiene el carácter de una auténtica proeza.
Cléobis y Bitón, Museo Arqueológico de Delfos
Consiguieron
llegar a tiempo a la ceremonia en el templo de Hera, por lo que Cídipe,
agradecida, le pidió con fervor a la diosa de la que era sacerdotisa,
postrándose a los pies de su imagen, que les concediese a sus hijos que
tanto habían honrado a su madre y a la propia diosa, haciendo posible el
sacrificio, el don más preciado que pudiera alcanzar un hombre en esta
vida a juicio de los dioses. No pedía algo en concreto, sino lo que la
diosa considerara que era lo mejor para los seres humanos.
Tras
la súplica y una vez concluido el sacrificio y el posterior banquete,
los muchachos se echaron a descansar en el propio santuario y se
entregaron al sueño. Durmieron un sueño profundo, reparador y placentero
del que nunca ya depertarían: el sueño eterno de la muerte.
La
diosa Hera dejaba así patente que para el hombre era mucho mejor estar
muerto que vivo y que el mayor regalo que podía alcanzar una persona en
esta vida era la propia muerte.
Los
habitantes de Argos mandaron hacer unas estatuas de ellos en su honor y
las consagraron en Delfos al dios Apolo como ofrenda de la ciudad,
donde precisamente, al correr de los siglos, fueron encontradas dos
toscas estatuas de dos κουροί (curoí, muchachos) del siglo VI antes de Cristo, atribuidos al escultor Polimedes de Argos, que podrían ser Cléobis y Bitón.
"Los amados de los dioses mueren jóvenes" es un tópico que arranca probablemente del griego Menandro, que escribió en la lengua de Homero Ὃν οἱ θεοὶ φιλοῦσιν, ἀποθνὴσκει νέος, y que Plauto vertió al latín como "Quem di diligunt adulescens moritur", y que llegó al poeta británico lord Byron como "whom the gods love, dies young". Otro poeta, el italiano Giacomo Leopardi lo tradujo a su lengua como "Muor giovane colui ch' al cielo è caro": Muere joven el que es al cielo grato.
De esta manera alcanzarían muriendo, paradójicamente, la inmortalidad (no-muerte, en sentido literal), viviendo al menos en la memoria y el recuerdo de los hombres. Pero la enseñanza que se desprende de la historia no es que la diosa les concediese la inmortalidad, como han querido algunas interpretaciones cristianas torticeras, considerando la muerte en sí como algo malo, y decidiese recompensarles con la vida eterna post mortem, sino, todo lo contrario: la muerte y no la inmortalidad era lo mejor que podría lograr un mortal.
Litografía del dios Apolo firmada por Jean Cocteau.
"Los amados de los dioses mueren jóvenes" es un tópico que arranca probablemente del griego Menandro, que escribió en la lengua de Homero Ὃν οἱ θεοὶ φιλοῦσιν, ἀποθνὴσκει νέος, y que Plauto vertió al latín como "Quem di diligunt adulescens moritur", y que llegó al poeta británico lord Byron como "whom the gods love, dies young". Otro poeta, el italiano Giacomo Leopardi lo tradujo a su lengua como "Muor giovane colui ch' al cielo è caro": Muere joven el que es al cielo grato.
De esta manera alcanzarían muriendo, paradójicamente, la inmortalidad (no-muerte, en sentido literal), viviendo al menos en la memoria y el recuerdo de los hombres. Pero la enseñanza que se desprende de la historia no es que la diosa les concediese la inmortalidad, como han querido algunas interpretaciones cristianas torticeras, considerando la muerte en sí como algo malo, y decidiese recompensarles con la vida eterna post mortem, sino, todo lo contrario: la muerte y no la inmortalidad era lo mejor que podría lograr un mortal.
Se
preguntaba Borges que cómo se podía amenazar a alguien de otra forma
que no fuera con la muerte, y se respondía "lo interesante, lo original
sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad".
Cléobis y Bitón, Jean Bardin (1762)
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