El veterano semanario británico The economist, que se considera a sí mismo free thinking for free thinkers, es decir, 'librepensamiento para librepensadores', ni más ni menos, lo que no es poco, pero no es verdad -en todo caso, 'liberal' en el sentido económico y político del término, pero no 'libre', ni 'pensamiento' tampoco-, da el siguiente dato escalofriante: entre 2012 y 2022 setecientos mil británicos murieron antes de la cuenta, es decir, antes de lo estadísticamente esperado.
Gran Bretaña habría visto que la esperanza de vida de sus súbditos y contribuyentes se habría ralentizado, estancándose y afectando a todos los grupos de edad, y especialmente a los más pobres, no sólo a los ancianos. Afirmar que la esperanza de vida disminuye en los más pobres y aumenta en los más ricos, como hace la revista, es descubrir el Mediterráneo, sobre todo cuando hemos visto, y estamos viendo, cómo los pobres se empobrecen más y los ricos se enriquecen más debido a la carestía de la vida.
La esperanza de vida disminuye en los pobres y aumenta en los ricos.
No se trata solo de la crónica de las muertes anunciadas de la pandemia, y de los retrasos de la atención médica y social debidos a las medidas implementadas contra el virus coronado, por no hablar de las muertes relacionadas con la inoculación, que The economist no menciona ni siquiera de pasada como dato anecdótico, sino de un fenómeno multicausal iniciado mucho antes, que explicaría de este modo la sobremortalidad o exceso de muertes que se están produciendo ahora mismo y observando. Normalizan, por así decirlo, las muertes inesperadas en todos los grupos etarios afirmando que son normales desde hace una década, y se deben a múltiples causas, no sólo a la pandemia y sus secuelas.
Así pues, después de eliminar de un plumazo casi medio millón de muertos atribuibles supuestamente a la pandemia -entre los que hay que incluir también los protocolos implementados contra ella, pero ahí no se moja la revista-, del número inicial de las 700.000 almas, aún quedarían un cuarto de millón de muertes inexplicables.
La revista hace un análisis comparativo con los Estados Unidos, donde la esperanza de vida se ha reducido aún mucho más que en el Reino Unido en los últimos años, dado que han aumentado las “muertes por desesperación” (deaths of despair, literalmente) a causa de las drogas, el alcohol y los suicidios. Lo mismo sucedería en Escocia, donde las muertes por drogas se han cuadruplicado en una década en relación con Inglaterra y Gales, destacando Dundee como la capital europea actual de muerte por drogadicción.
Portada del 11 de marzo de 2023 de The economist.
Las largas esperas hospitalarias y la crisis de la atención primaria con los consiguientes retrasos de la atención médica podrían explicar el exceso de muertes pospandémicas, pero no las anteriores a la pandemia.
Los británicos más pobres tienen un 20 por ciento más de probabilidades de que se les diagnostique cáncer demasiado tarde, cuando la enfermedad es más compleja y costosa de tratar. Una solución sería la de abrir más centros de diagnóstico.
Algunas afirmaciones resultan harto discutibles desde un punto de vista estrictamente científico y médico como la siguiente que se desliza alegremente en el artículo que comentamos: “También sería bueno recetar más estatinas(!) para aquellos en riesgo de ataque cardíaco o accidente cerebrovascular”.
Las personas son responsables de sus propias decisiones, pontifica el semanario, pero las intervenciones de salud pública, desde las vacunas -incluyendo en esta denominación las inoculaciones experimentales que no son propiamente 'vacunas'- hasta los programas contra el tabaquismo y la pérdida de peso, pueden mejorar las cosas.
Gran Bretaña, concluye el artículo, hizo todo lo posible tratando de evitar la muerte precoz de sus ciudadanos durante la pandemia, que puede darse por concluida, pero no ha solucionado el problema de las muertes prematuras. ¿Por qué será?
No hay comentarios:
Publicar un comentario