En dos versos del poema “Para vivir no quiero” incluidos en el poemario de 1933 “La voz a ti debida” de Pedro Salinas (1891-1951), miembro insigne de la generación poética del 27, el poeta exclama: “¡Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres!”.
Me vienen a la cabeza estos versos que el poeta, representado por un “yo” en primera persona, le dedica a su amada, representada por un “tú” en segunda, los dos pronombres personales que sustituyen a todos los nombres tanto propios como comunes. Recuérdese la definición escolar de “pronombre”, esa clase de palabra que sustituye al nombre sin nombrarlo, desprendiéndose en el caso del poema de Salinas de todo lo superfluo que es inherente a la persona, como es la propia identidad personal o personalidad, o las convenciones sociales.
La alegría del poeta consiste en vivir en los pronombres, no en los nombres propios ni comunes, que enterraría gustoso: “enterraré los nombres, / los rótulos, la historia. / Iré rompiendo todo / lo que encima me echaron / desde antes de nacer”.
Yo, igual que tú porque yo soy tú y tú eres yo, es un pronombre personal, como dice la gramática, al que hay que añadirle "indefinido". "Yo es otro", dijo otro poeta, Arthur Rimbaud, huyendo así de la definición. Por eso es imposible que me defina yo, que ya estoy muy definido por los demás y autodefinido por mí mismo y por mis actos, por los que me conocéis, como para definirme más, porque soy otro, otro que como Proteo huye siempre de todas las definiciones. Proteo, como se sabe, era un personaje mitológico que cambiaba de forma a su antojo, por lo que nunca se dejaba atrapar en las redes de una definición. Según nuestra docta Academia, un proteo, sin embargo, es un 'hombre que cambia frecuentemente de opiniones y afectos', un hombre voluble, por lo tanto, pero Proteo era mucho más que eso: era siempre otro. De él escribió Borges: Urgido por las gentes asumía / la forma de un león o de una hoguera / o de árbol que da sombra a la ribera / o de agua que en el agua se perdía.
Más bien, lo que me queda a mí y a ti, y a cualquiera, por hacer en esta vida a partir de ahora es todo lo contrario, des-definirme, liberarme de los límites conceptuales o etiquetas que me hemos impuesto (sí digo bien, no me he equivocado: que nosotros –vosotros y yo- me hemos impuesto a mí mismo: vosotros le habéis impuesto y yo también le he impuesto a este menda que ahora se desdice y quiere deshacer el entramado que -se- ha tejido en torno a su vida). Quiero des-definirme para defenderme de las rejas de la cárcel de las definiciones.
Adjunto el poema de Pedro Salinas, al que le sorprendió el golpe de Estado del general Franco que dio lugar a la guerra civil española en Santander, implicado como estaba en la creación de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de dicha ciudad, de la que fue secretario general entre 1933 y 1936, y desde donde partió al exilio, en primer lugar a Francia y posteriormente a los Estados Unidos, donde murió en Boston.
La reproducción prohibida, René Magritte (1937)
Se trata de un poema de amor carente de rima regular en heptasílabos salvo dos versos de tres sílabas:
Para vivir no quiero / islas, palacios, torres. / ¡Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres! / Quítate ya los trajes, / las señas, los retratos; / yo no te quiero así, / disfrazada de otra, / hija siempre de algo. / Te quiero pura, libre, / irreductible: tú. / Sé que cuando te llame / entre todas las gentes / del mundo, / sólo tú serás tú. / Y cuando me preguntes / quién es el que te llama, /
el que te quiere suya, / enterraré los nombres, / los rótulos, la historia. / Iré rompiendo todo / lo que encima me echaron / desde antes de nacer. / Y vuelto ya al anónimo / eterno del desnudo, / de la piedra, del mundo, / te diré: / «Yo te quiero, soy yo».
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