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martes, 23 de septiembre de 2025

Pareceres LXXXV

416.- The right side of History. Yo no sé cuál es el lado correcto de la Historia del que tanto se oye hablar últimamente a los políticos profesionales de uno y otro signo, indiferentes en el fondo. Es sin duda una expresión grandilocuente, muy a la moda, que sirve para 'congregar acólitos' en torno a la bandería del gobierno o, en su caso, de la oposición. En España se ha viralizado a propósito de Gaza y Palestina para distraer a la opinión pública de los asuntos nacionales. ¿Por quién tomar partido? Por una Palestina libre, por supuesto, libre de Israel y de sí misma. Lo que está pasando allí es una tragedia de grueso calibre, algo atroz y condenable, pero nada distinto de lo que ocurre en cualquier guerra.  ¿Quienes estuvieron en el lado correcto de la Historia en la guerra de Troya, los griegos vencedores o los troyanos derrotados? ¿Los cartagineses o los romanos que echaron sal en Cartago? ¿Los moros o los cristianos? ¿César o Pompeyo? ¿Putin o Zelensky? Sin duda alguna, el lado correcto de la Historia es el de los vencedores. Siempre podemos darle la vuelta al argumento y hacer como Catón y declarar nuestro amor por la causa de los derrotados, y decir que pese a que a los dioses del cielo les agradó la causa victoriosa a nosotros nos agrada la vencida. Pero cualquier guerra que se encause es siempre horrible y execrable. No hay crímenes específicos de guerra porque la guerra  de por sí es un crimen de lesa humanidad. No olvidemos los muertos que han caído como moscas en Yemen, medio millón en la última década, la mayor hambruna y crisis humanitaria en el mundo moderno, en Sudán, más de ciento cincuenta mil en los últimos dos años, en Siria, medio millón de sirios asesinados, en el Sahel en tantos y tantos puntos del planeta que ahora no son relevantes, y, por supuesto, también en Palestina. No olvidemos la tragedia olvidada del pueblo saharaui. Ahora no se habla de ellos, pero se hablará de estos y de muchos otros 'conflictos' cuando convenga para distraer nuestra atención de otros asuntos que nos conciernen más directamente (la vivienda, la sanidad, la carestía de 'la vida', como llaman sarcásticamente al índice de precios al consumo, y un larguísimo etcétera), pero podemos sentirnos orgullosos creyendo, hipócritas fariseos, que estamos en el lado correcto de la Historia. 

 417.- Cisgéneros y tra(n)sgéneros.  Se preguntaba una periodista no poco ingenua en un artículo que sacaba el Periódico Global, alias El País, si era legítimo que actores y actrices cisgénero -atención al neologismo, que, al igual que cis(s)exual, indica que alguien se identifica con su sexo biológico, es decir, que reconoce que tiene los órganos sexuales que la madre naturaleza le ha atribuido- interpretaran en el cine o el teatro a personajes tra(n)s(género) -que son los que no se identifican con el sexo biológico que tienen. Según la mentada periodista, debería dárseles visibilidad a los actores y actrices tra(n)s haciendo que ellos interpreten sus propios roles. El debate, se mire por donde se mire, resulta ridículo y carente además de recorrido. ¿Cómo no va a ser legítimo eso, y lo contrario, si la esencia del actor es precisamente ser lo que no es interpretando cualquier papel sobre las tablas del teatro del mundo? ¿No puede un actor o una actriz encarnar a un asesino sin necesidad de serlo, o a un vegetariano siendo carnívoro?

 

418.- ¿Un Estado o dos Estados? Hay quien dice que la solución al problema palestino es la imposición de un único Estado sobre el territorio considerado Tierra Santa. Las opiniones, las hay para todos los gustos, se dividen entre quienes creen que ese Estado debe ondear la bandera de Israel y los que creen que la de Palestina. Ese Estado único, además, podría ser aglutinante, o exclusivo, y en este último caso, enteramente judío -aunque habría que definir qué pureza de sangre o de religión se requiere para el caso-, con expulsión de los palestinos, o totalmente palestino con expulsión de los judíos invasores. Hay, por otra parte, quienes son partidarios de la creación de dos Estados: el actual de Israel, que debería replegarse y dejar de invadir la franja de Gaza y la Cisjordania, y el de Palestina. Tanto unos como otros abordan el problema desde una óptica estatal, como si el Estado en cualesquiera de sus formas -uno, bien inclusivo o bien exclusivo, o dos y reconocidos por el resto de la comunidad internacional- fuera la solución del problema, cuando no puede serlo de ninguna manera porque precisamente la imposición del Estado es lo que creó el problema en 1948. ¿Sería una locura, me pregunto yo, proponer que no haya ningún Estado en ese territorio? Ni uno exclusivo ni inclusivo ni dos tampoco, sino todo lo contrario: ningún Estado en la denominada Tierra Santa donde ninguna bandera ensangrentada -y todas lo están sin excepción- ondearía a los vientos.

 419.- Reducción de la población. El 11 de septiembre del año del Señor de 2025 vigente, la revista británica The Economist publicó un artículo bajo el título Peak human, que sugería que habíamos alcanzado el tope de población en el planeta, y decía: «No te preocupes por el colapso global de la fertilidad. Un mundo con menos personas no sería del todo malo», acompañado de una imagen inquietante y provocadora: un aparcamiento de coches casi vacío y una pareja humana con un niño y un globo dirigiéndose hacia el único auto aparcado, el suyo, simbolizando un planeta despoblado. Este mensaje, presentado con una frialdad calculada, minimiza o relativiza la gravedad de la caída demográfica global. Parece querer sugerir que «sobra gente en el mundo», por lo que la reducción de la población no es ningún problema, sino una solución. No se puede negar que las tasas de fertilidad están cayendo a un ritmo no sé si alarmante, pero sí muy rápido desde luego, lo que puede deberse a múltiples factores: presiones económicas debidas al costo de la 'vida', la postergación de la maternidad, problemas de vivienda, políticas gubernamentales como la antigua de China de un solo hijo... Decir que eso no es malo del todo es una declaración cuando menos provocativa. ¿Qué significa esto? ¿Que hay que «eliminar» a una parte de la humanidad para aliviar los problemas del planeta? La imagen del estacionamiento vacío, con sus líneas blancas desoladas y su atmósfera casi post-apocalíptica, refuerza la idea de un mundo «mejor» sin gente. Hay quien ha censurado la portada como inaceptable y ha visto en ella una clara declaración de intenciones. ¿Salvaríamos el Planeta? El problema se plantea cuando la reducción de la población no solo se consigue con el colapso de la fertilidad, sino también con el aumento de la mortalidad y con la 'muerte asistida'. 

 

420.- Dinero efectivo. -Los defensores a ultranza del dinero en efectivo enarbolan la consigna: “¡El dinero efectivo es libertad!”, y se declaran enemigos del dinero digital que consideran, no sin razón, que es control social, por lo que recomiendan pasar a la acción y pagar siempre en metálico, con billetes y monedas, evitando los establecimientos que exijan pagos con tarjetas y huyendo del inminente Euro digital, que la Unión Europea se dispone a implementarnos. Consideran que la imposición de la moneda digital va a aumentar el control social, como si no estuviéramos ya suficientemente controlados. La creación del dinero digital, en efecto, guarda relación con la Agenda 2030, que fomenta precisamente la digitalización para financiar los ambiciosos ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), y con la emisión de monedas digitales, como el euro digital, del Banco Central (CBDC, Central Bank Digital Currency) en la lengua del Imperio: Al parecer, el dinero digital coexistirá en un principio con el dinero en efectivo. Recordemos los más viejos que el 1 de enero de 2002 entró el euro en funcionamiento en la eurozona, sustituyendo a las viejas monedas, que en principio coexistieron con él hasta el 28 de febrero en que desapareció la peseta. Posiblemente acabe sucediendo lo mismo con el dinero físico en un mundo cada vez más digitalizado. En todo caso, la crítica del dinero digital y la defensa del metálico, no afecta para nada a la esencia inmaterial del dinero y del capitalismo, y eso conviene recordárselo a los que se aferran a sus billetes y monedas como si fueran el avaro de Molière y les fuera la vida en ello, una vida que, efectivamente, se les va. 

 

miércoles, 26 de marzo de 2025

Actualidad del mito de Europa

No sólo los antiguos creían en los mitos. También los modernos creemos en ellos, otros mitos pero mitos al fin y a la postre. El problema es que muchas veces nos pasa desapercibido el carácter mítico de nuestras creencias; tan nuestras que son y tan firmes y arraigadas como las tenemos, no somos capaces de verlas como tales en primer lugar y de cuestionarlas mínimamente con sentido crítico en última y no menos importante instancia.  


Un buen ejemplo puede ser el mito de Europa, de la que tanto se oye hablar últimamente porque se siente amenazada e indefensa. Para los antiguos, Europa era una princesa fenicia de la que se enamoró Zeus o Júpiter, que le decían los romanos,  cuando la vio jugando con sus amigas en la playa de Sidón, o de Tiro, según otras fuentes. El dios, enardecido de amor por la belleza de la muchacha,  se transformó en un toro de resplandeciente blancura y cuernos en forma de luna creciente -"media Luna los cuernos de su frente", que cantó Góngora-; y se tumbó  mansamente a los pies de la doncella. Ella, asustada al principio, cobró ánimo y acabó confiándose, acariciando al toro y sentándose sobre su lomo, momento en el que la bestia aprovechó para lanzarse al mar y llevársela consigo. La travesía, rumbo a Occidente, a través de las olas acabó en la isla de Creta, donde el "mentido robador de Europa",  según el verso gongorino que evoca al falso toro que la raptó, se une carnalmente a la virgen, y, como recompensa, otorga el nombre propio de la princesa a esa parte del mundo donde se había producido la unión de la que nacerá el legendario rey Minos. Había nacido Europa. 

El toro, cuya forma había adoptado Zeus se convirtió, posteriormente, según la leyenda, en una constelación que fue colocada entre los signos del zodíaco y que conserva, como cultismo, su antiguo nombre: tauro.

Europa, fotografía de Madame Yevonde,  (1935)

El simbolismo de esta princesa fenicia, por otra parte, está abierto a toda clase de sugerencias e interpretaciones: "ex Oriente lux" dice el proverbio latino, que significa que de Oriente nos viene la luz del sol, como vienen de Oriente los Reyes Magos, en la tradición cristiana, a adorar al recién nacido... Y de Fenicia, en concreto, tomaron los griegos algo tan importante y crucial para nuestra cultura como el alfabeto, que es el origen del abecedario latino que empleamos hoy casi universalmente.  Así que de Oriente nos vino, al menos, la escritura alfabética, y con ella el comienzo de la historia humana propiamente dicha y de nuestra cultura.

  Europa, Valentin Serov (1910)

Los mitos modernos, tales como el Progreso, Europa, la Democracia, los Mercados... y un larguísimo etcétera son mucho más prosaicos que los antiguos, como podéis comprobar, pero no menos poderosos y más dogmáticos, por lo que no es mal ejercicio desmitificarlos, es decir, analizarlos, disolverlos como si de un análisis químico se tratara. Nos exigen no sólo la fe ciega de que creamos en ellos sin ponerlos nunca en tela de juicio,  sino también  que hagamos algún sacrificio que otro en sus altares.

 Rapto de Europa, Botero (1995)

"Somos conscientes de los sacrificios exigidos para fortalecer Europa", ha dicho recientemente un prohombre del Estado y político de las finanzas elegido democráticamente. Lo ha dicho en pleno siglo XXI de la era moderna. Ha querido decir que hay que fortalecer un dogma de fe, un mito ("Europa"), que hay que darle credibilidad -ahora no dicen "fe", que suena a religión, sino "credibilidad", que es lo mismo pero parece más moderno y distinto porque,  frente a la monosilábica "fe",  la "credibilidad" tiene nada más y nada menos que cinco sílabas, lo que le da mucha más enjundia y empaque a la palabra. Hay que fortalecer a Europa, ha dicho, y rearmarla porque su seguridad está en peligro, aunque exija en sus aras y a tumba abierta  el sacrificio de todos los europeos.


En la moneda griega de dos euros figura hoy, qué paradoja, el rapto de Europa, dando a entender mucho más de lo que parece que representa. ¿No será acaso el toro bravo hoy en día una metamorfosis no ya del obsoleto Júpiter o del no menos rancio Zeus, sino del propio Euro, la "moneda única" que está a punto de digitalizarse y es la última epifanía del poderoso caballero Don Dinero (Quevedo dixit), o Das Kapital, que diría don Carlos Marx, el nuevo, único y moderno dios verdadero que rige los destinos no sólo de la llamada comunidad o unión europea,  que necesita estar constantemente fundándose y refundándose y defendiéndose de los euroescépticos sino también del mundo entero? 

Una muestra del humor genial del llorado Forges abunda sobre el mismo tema, muestra el moderno "rapto" de Europa.