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miércoles, 4 de enero de 2023

Una mente abierta (y 2)

    Escribe Marco Aurelio  en sus Meditaciones VI. 21 (en traducción de Ramón Bach Pellicer): Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio sí se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia.

Mente abierta, Víctor García Guillén (2018)
 

    Se pueden rastrear algunos ecos de Sócrates en este pensamiento y actitud de Marco Aurelio, por ejemplo en la expresión “busco la verdad”, que hay que entenderlo en sentido negativo: no la poseo, por eso la persigo en una búsqueda interminable a lo largo de la vida. Los ecos socráticos también incluyen la idea subyacente de que la gente actúa mal por error y nadie obra mal a sabiendas. Es, por lo tanto, ventajoso que alguien pueda demostrarme que estoy equivocado, porque lo que daña a la gente no es la verdad, sino la persistencia en la ignorancia, como se ve en la Apología de Platón donde se habla de la búsqueda de la verdad que emprende Sócrates cuando se le dice que la pitonisa de Delfos había proclamado que él era el hombre más sabio del mundo, lo que no dejaba de ser una opinión falsa como cualquier otra:

    ¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho . ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. 

    A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.

 

Estatua ecuestre de Marco Aurelio.
 

    El propio Marco Aurelio nos habla de la conveniencia de cambiar uno de mentalidad y de tener una mente abierta si se le demuestra el error (IV, 12) (...cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones), y también en (VI, 30), donde se dice a sí mismo: No te conviertas en un César o No te cesarices, por así decirlo, que es lo que suele pasar. Y donde se pone como ejemplo a su predecesor Antonino Pío: “Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad (…) y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor”.

martes, 3 de enero de 2023

Una mente abierta (1)

    Marco Aurelio (121-180 de nuestra era) fue emperador de Roma entre 161 y 180, año de su muerte. De origen hispánico como el emperador Adriano o el filósofo Séneca o el poeta Lucano, Marco Aurelio, que no quería convertirse en un César ni empaparse de la púrpura imperial, se convirtió sin embargo en el décimosexto emperador del Imperio romano. Llamado el “emperador filósofo” -en sentido etimológico “amante de la sabiduría” pero no poseedor de ella-, fue considerado uno de los “cino buenos emperadores”, donde “cinco” quiere decir “pocos”. Tuvo que enfrentarse a varias tribulaciones políticas y militares, causadas por los ataques de las tribus germánicas en el límite norte del Imperio y por la rebelión de Avidio Casio en Egipto y Siria, así como a dramas personales como la muerte de algunos de sus hijos. 

    Su lengua materna era el latín, pero como todo romano culto hablaba con fluidez el griego, y eligió esta lengua para escribir sus reflexiones filosóficas, conocidas como Meditaciones, obra dividida en doce libros que probablemente compuso en los últimos años de su vida. Son soliloquios dirigidos a sí mismo que probablemente nunca tuvo intención de publicar, y que han llegado milagrosamente a nosotros constituyendo una especie de íntimo diario personal.     

    Se presenta como un defensor del estoicismo, una doctrina de la Estoa que no era incompatible con el ejercicio del Poder, muy alejada, por lo tanto, de la docrina del Pórtico original de Zenón de Cicio. La filosofía estoica que se difundió entre la aristocracia del Imperio Romano ya no era la de Zenón y sus primeros discípulos, sino una variante harto más conservadora, que es la que conocemos por los escritos de los estoicos imperiales –Séneca, Epicteto, Marco Aurelio–, los únicos que nos han llegado íntegros, en los que persiste un vago ideal humanitario y cosmopolita, pero que ya no intentan cambiar el mundo sino que lo aceptan estoicamente, nunca mejor dicho, tal y como es, lo que explica también el éxito de Las Meditaciones de Marco Aurelio en el mundo moderno como libro de cabecera de muchos poderosos.

    Como muestra, un botón. He aquí una reflexión que escribe sobre la brevedad de la vida (libro IV, 48) y que nos ofrece la espléndida metáfora de la aceituna al final:

    Considera constantemente cuántos médicos han muerto tras haber muchas veces fruncido el ceño sobre sus pacientes; cuántos astrólogos tras vaticinar la muerte de los demás como algo importante; cuántos filósofos, después de haber sostenido mil discusiones sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos poderosos, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos que abusaron, con una terrible arrogancia, como si fuesen inmortales de su poder sobre vidas ajenas; y cuántas ciudades enteras, por así decir, fenecieron: Hélice, Pompeya, Herculano, y otras innumerables (*).

      *NOTA: Son conocidos los casos de Pompeya y Herculano, que fueron destruidas por la erupción del Vesubio en el 79 de la era cristiana. Hélice era una ciudad griega de la Acaya que fue engullida por el mar en el año 373 antes de nuestra era.

   Pasa revista también a todos los que tú has conocido, uno tras otro. Uno, rindiendo los honores fúnebres a ese, fue después sepultado; y otro a aquél, y todo en breve tiempo. Pues has de ver en suma siempre las cosas humanas como efímeras y sin valor; ayer, un moquillo; mañana, momia o ceniza. Procura, pues, pasar este mínimo lapso de tiempo conforme a la naturaleza y disolverte con alegría, como la aceituna que llegada a la madurez cae bendiciendo la tierra que la crió y dando las gracias al árbol que la produjo.  

viernes, 9 de octubre de 2020

Cita con Marco Aurelio

Una cita del sabio emperador Marco Aurelio, al que se trae aquí a cuento no por emperador sino por sabio estoico, menciona la peste (λοιμὸς, loimós, en su lengua, que es la de Homero, pues aunque el emperador gobernó en latín desde Roma, pensó y escribió en griego), que causó auténticos estragos durante su reinado (Meditaciones 9.2.4,5): Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que cualquier contaminación y alteración del aire que nos rodea. Pues esta es la peste de los animales en cuanto son animales, mientras que aquella la de los hombres en cuanto son hombres. λοιμὸς γὰρ διαφθορὰ διανοίας πολλῷ γε μᾶλλον ἤπερ ἡ τοῦ περικεχυμένου τούτου πνεύματος τοιάδε τις δυσκρασία καὶ τροπή· αὕτη μὲν γὰρ ζῴων λοιμός, καθὸ ζῷά ἐστιν, ἐκείνη δὲ ἀνθρώπων,καθὸ ἄνθρωποί εἰσιν. 

 
 Marco Aurelio (121-180) a caballo en bronce, museos Capitolinos.

De alguna manera Marco Aurelio lamenta que la falta de inteligencia, o, como él dice, su destrucción (διαφθορά διανοίας), -porque no es que nos falte, sino que la tenemos todos gratuitamente desde que hacemos uso de razón, entendimiento y lengua, y lo que sucede es que se atrofia, como todo en esta vida, si no se usa, por lo que acaba desvaneciéndose-, es la auténtica peste, mucho más que la otra epidemia, la real, la peste antonina de los años 165 al 180 d. C.

De ella escribe Eutropio en su Breviario (8.12) : "Bajo su reinado (se refiere a Marco Aurelio), en efecto, hubo una epidemia de peste tan grande que después de la victoria sobre Persia murieron de la enfermedad en Roma y a lo largo de Italia y las provincias un gran número de ciudadanos y casi todas las tropas militares" (Sub hoc enim tantus casus pestilentiae fuit ut post uictoriam Persicam Romae ac per Italiam prouinciasque maxima hominum pars, militum omnes fere copiae languore defecerint).


La peste antonina, también llamada la plaga de Galeno(*),  asolaba el mundo romano por aquel entonces, como la del virus coronado de 2019 que asoló durante la primavera de 2020 nuestro país y la vieja Europa, y que se denominós incorrectamente “pandemia”, cuando no dejaba de ser una “epidemia”: algo que, como el Estado, está por encima -ἐπί epí, en griego- del pueblo, pero no afecta a todo el pueblo, al pueblo entero, a toda la población, que es lo que quiere decir πανδημία (pandemía) propiamente en griego, compuesto de παν todo y δήμος pueblo.

La auténtica amenaza que se cierne sobre todo el pueblo, la verdadera pandemia letal, podemos decir nosotros, parafraseando a Marco Aurelio, es la poca inteligencia de la que hacemos uso, la pérdida de la razón y sentido comunes, que es, encima, contagiosa.



*galeno: Coloquialmente es un sinónimo de médico, en el sentido de persona facultada para ejercer la medicina. Deriva precisamente del nombre propio del médico personal del emperador Marco Aurelio, Claudio Galeno de Pérgamo (129-c.201-216), al que se le atribuye el célebre aforismo, que otros asignan sin embargo a Hipócrates, el padre de la medicina: “Cito longe fugias et tarde redeas”. Era su consejo ante la peste: “Huye lejos rápidamente y vuelve tarde”. El proverbio entre nosotros se hizo célebre durante el Renacimiento bajo la fórmula que transmite don Antonio de Cartagena: “Huir de la pestilencia con tres eles es prudencia: luego, lexos y luengo”. Es una traducción de los tres adverbios latinos: cito (o su sinónimo mox), longe, tarde. Lo de que había que salir corriendo de la peste y no regresar hasta que hubiera pasado es cosa que han hecho algunos médicos saltándose a la torera el juramento hipocrático. Para evitar el contagio atienden, es decir, desatienden desde su despacho telefónicamente a los pacientes, sin visitarlos ni reconocerlos.

viernes, 19 de junio de 2020

Estoicamente

Resulta curiosa la noticia que han publicado algunos periódicos de que, durante el confinamiento que hemos sufrido, muchos lectores han acudido a los escritos de Epicteto, Séneca y el emperador Marco Aurelio, es decir, a los filósofos estoicos antiguos buscando algo de consuelo. 

En el mundo anglosajón lo constata el editor de Random House, y en el hispano, la editorial Gredos, especializada en traducción de textos clásicos, que corrobora la demanda de los Pensamientos del emperador sabio Marco Aurelio. 

Del estoicismo lo que nos ha llegado es el tardío romano, que se avenía bastante bien con el Poder, pero nos falta el estoicismo primitivo, de raigambre más cínica y socrática, cuyos textos no se han conservado. 

El estoicismo, que toma su nombre de la Estoa o Pórtico de Atenas, no lejos del ágora, donde se reunían estos filósofos a charlar y a discutir, fue fundado por Zenón de Cicio, nacido en Chipre, que se instaló en Atenas poco después de la muerte de Alejandro Magno y de su maestro Aristóteles. 

Zenón fue discípulo del cínico Crates de Tebas, por lo que se puede afirmar que el estoicismo deriva del cinismo, y ambos de Sócrates. Los estoicos, sin embargo, son menos escandalosos que los cínicos en el comportamiento. Se cuenta la anécdota de que cuando Crates e Hiparquia hicieron el amor a la vista del público, consumando su cinogamia o matrimonio perruno, poniendo así en práctica la anaideia o desvergüenza que predicaban teóricamente, Zenón se interpuso entre ellos y los curiosos tendiendo un tupido velo, interponiendo un manto entre los ojos ajenos y el espectáculo, como si hubiera bajado el telón. 

Los estoicos, por otro lado, son más rigurosos en el razonamiento teórico que los cínicos. Como escuela formal de filosofía, cultivaron la física y la lógica, dándoles un armazón sistemático de doctrina, algo de lo que se habían desentendido los cínicos. 

En cuanto a su pensamiento político, los estoicos primitivos no fueron menos radicales que los cínicos. No se han conservado estos escritos, pero tenemos algunas noticias indirectas. Según ellas, Zenón de Cicio afirmaba que en las ciudades no había que construir ni templos ni juzgados ni gimnasios, que la esclavitud era indigna del ser humano, que hombres y mujeres debían ser y vestir iguales, sin ocultar ninguna parte del cuerpo. Propugnaba que no había que vivir ordenados por Estados ni naciones sino en el cosmopolitismo predicado por Diógenes, siendo todos los hombrees compatriotas y conciudadanos del mundo, así como la abolición del dinero y la propiedad privada. En resumen, el estoicismo primitivo era cosmopolita y defensor de la igualdad del género humano, y la división de la humanidad en naciones era un absurdo. 

Tomo de Luis Andrés Bredlow la noticia de que dos estoicos antiguos Esfero de Borístenes y Blosio de Cumas participaron en política intentando cambiar la sociedad. 

El primero de ellos en Esparta, cuando en el año 227 antes de Cristo asistió como encargado de reorganizar la educación pública al rey Cleómenes, que “en una suerte de revolución desde arriba, liquida el poder político de los oligarcas, admite a la ciudadanía a los pobres y redistribuye la tierra en lotes iguales entre todos”. 

 Séneca, Amadeo Ruiz Olmos (1913-1993)

Blosio de Cumas, otro estoico de esta primera hornada, fue cien años después asesor en Roma de Tiberio Graco, el primer reformador social de la república romana. “Tras el asesinato de Graco, Blosio participó en el Asia Menor en la insurrección de los heliopolitas, el primer movimiento social del mundo antiguo que luchó abiertamente y sin concesiones por la abolición de la esclavitud”. (Luis Andrés Bredlow, "Cínicos y Estoicos",  incluido en Días rebeldes. Crónicas de insumisión, edit. Octaedro 2009...).

Esos movimientos, como tantos otros, fueron derrotados; y la filosofía estoica que luego se difundió entre la aristocracia del Imperio Romano ya no era la de Zenón y sus primeros discípulos, sino una variante harto más conservadora, que es la que conocemos por los escritos de los estoicos imperiales –Séneca, Epicteto, Marco Aurelio–, los únicos que nos han llegado íntegros, en los que persiste un vago ideal humanitario y cosmopolita, pero que ya no intentan cambiar el mundo sino que lo aceptan estoicamente tal y como es. 

Hay, por lo tanto, importantes diferencias entre los primeros estoicos, en general afincados en Grecia, y los del periodo romano, que son los que ahora se releen porque son los que se han conservado, y que aceptaron participar en los gobiernos. Ya se ha mencionado que Marco Aurelio fue emperador. 

Tanto Marco Aurelio, que gobernó en latín, como Epicteto escribieron en griego. Séneca, sin embargo, lo hizo en latín. Sus textos han llegado hasta el presente y, traducidos al inglés, al alemán, al francés, al castellano y a otros idiomas, siguen sirviendo de enseñanza y consuelo para muchos lectores. 

Para los estoicos la felicidad residía en la imperturbabilidad o ataraxia, que consistía en no dejarse arrastrar por las agitaciones mundanas, librándose uno de deseos y temores. El estoico perseguía la serenidad, por lo que no daba entrada a la turbación universal. Más que un conformismo, suponía una negación de la realidad, un intento de que no nos afectaran las noticias del mundo.

Quizá por eso mismo se han vuelto a leer los escritos de estos filósofos. Hemos recurrido a estos autores como consuelo, para tomarnos todo esto que nos estaba pasando con estoicismo, con resignación, como si fuera un mal menor. 

 Estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio

Ofrezco, como muestra de uno de estos autores, un botón: Se trata de un texto de Marco Aurelio. El 14 del libro primero de sus Pensamientos o Meditaciones en traducción de Antonio Gómez Robledo (Bibliotheca scritporum Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM 1992): 

Así debieras vivir tres mil años, o aún treinta mil, acuérdate que ninguno pierde, al morir, otra vida que ésta, que vive, ni vive otra que la que pierde. La vida más larga y la más breve vienen así a reducirse a lo mismo. El presente es igual para todos, y lo que perece es, por tanto, igual, y lo que se pierde aparece así como indivisible. En cuanto al pasado y al futuro, no podríamos perderlos, porque ¿cómo podría alguien despojarnos de lo que no tenemos? 

Acuérdate, pues, siempre de estas dos cosas: la primera, que no todo, desde la eternidad, es uniforme y gira en círculo, por lo que no hay ninguna diferencia entre asistir al mismo espectáculo por cien o doscientos años o por un tiempo infinito; y la segunda, que el hombre más harto de años y el que muere en seguida pierden lo mismo, porque es del presente sólo de lo que son privados, por ser lo único que poseen y no se pierde lo que no se posee.