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viernes, 19 de junio de 2020

Estoicamente

Resulta curiosa la noticia que han publicado algunos periódicos de que, durante el confinamiento que hemos sufrido, muchos lectores han acudido a los escritos de Epicteto, Séneca y el emperador Marco Aurelio, es decir, a los filósofos estoicos antiguos buscando algo de consuelo. 

En el mundo anglosajón lo constata el editor de Random House, y en el hispano, la editorial Gredos, especializada en traducción de textos clásicos, que corrobora la demanda de los Pensamientos del emperador sabio Marco Aurelio. 

Del estoicismo lo que nos ha llegado es el tardío romano, que se avenía bastante bien con el Poder, pero nos falta el estoicismo primitivo, de raigambre más cínica y socrática, cuyos textos no se han conservado. 

El estoicismo, que toma su nombre de la Estoa o Pórtico de Atenas, no lejos del ágora, donde se reunían estos filósofos a charlar y a discutir, fue fundado por Zenón de Cicio, nacido en Chipre, que se instaló en Atenas poco después de la muerte de Alejandro Magno y de su maestro Aristóteles. 

Zenón fue discípulo del cínico Crates de Tebas, por lo que se puede afirmar que el estoicismo deriva del cinismo, y ambos de Sócrates. Los estoicos, sin embargo, son menos escandalosos que los cínicos en el comportamiento. Se cuenta la anécdota de que cuando Crates e Hiparquia hicieron el amor a la vista del público, consumando su cinogamia o matrimonio perruno, poniendo así en práctica la anaideia o desvergüenza que predicaban teóricamente, Zenón se interpuso entre ellos y los curiosos tendiendo un tupido velo, interponiendo un manto entre los ojos ajenos y el espectáculo, como si hubiera bajado el telón. 

Los estoicos, por otro lado, son más rigurosos en el razonamiento teórico que los cínicos. Como escuela formal de filosofía, cultivaron la física y la lógica, dándoles un armazón sistemático de doctrina, algo de lo que se habían desentendido los cínicos. 

En cuanto a su pensamiento político, los estoicos primitivos no fueron menos radicales que los cínicos. No se han conservado estos escritos, pero tenemos algunas noticias indirectas. Según ellas, Zenón de Cicio afirmaba que en las ciudades no había que construir ni templos ni juzgados ni gimnasios, que la esclavitud era indigna del ser humano, que hombres y mujeres debían ser y vestir iguales, sin ocultar ninguna parte del cuerpo. Propugnaba que no había que vivir ordenados por Estados ni naciones sino en el cosmopolitismo predicado por Diógenes, siendo todos los hombrees compatriotas y conciudadanos del mundo, así como la abolición del dinero y la propiedad privada. En resumen, el estoicismo primitivo era cosmopolita y defensor de la igualdad del género humano, y la división de la humanidad en naciones era un absurdo. 

Tomo de Luis Andrés Bredlow la noticia de que dos estoicos antiguos Esfero de Borístenes y Blosio de Cumas participaron en política intentando cambiar la sociedad. 

El primero de ellos en Esparta, cuando en el año 227 antes de Cristo asistió como encargado de reorganizar la educación pública al rey Cleómenes, que “en una suerte de revolución desde arriba, liquida el poder político de los oligarcas, admite a la ciudadanía a los pobres y redistribuye la tierra en lotes iguales entre todos”. 

 Séneca, Amadeo Ruiz Olmos (1913-1993)

Blosio de Cumas, otro estoico de esta primera hornada, fue cien años después asesor en Roma de Tiberio Graco, el primer reformador social de la república romana. “Tras el asesinato de Graco, Blosio participó en el Asia Menor en la insurrección de los heliopolitas, el primer movimiento social del mundo antiguo que luchó abiertamente y sin concesiones por la abolición de la esclavitud”. (Luis Andrés Bredlow, "Cínicos y Estoicos",  incluido en Días rebeldes. Crónicas de insumisión, edit. Octaedro 2009...).

Esos movimientos, como tantos otros, fueron derrotados; y la filosofía estoica que luego se difundió entre la aristocracia del Imperio Romano ya no era la de Zenón y sus primeros discípulos, sino una variante harto más conservadora, que es la que conocemos por los escritos de los estoicos imperiales –Séneca, Epicteto, Marco Aurelio–, los únicos que nos han llegado íntegros, en los que persiste un vago ideal humanitario y cosmopolita, pero que ya no intentan cambiar el mundo sino que lo aceptan estoicamente tal y como es. 

Hay, por lo tanto, importantes diferencias entre los primeros estoicos, en general afincados en Grecia, y los del periodo romano, que son los que ahora se releen porque son los que se han conservado, y que aceptaron participar en los gobiernos. Ya se ha mencionado que Marco Aurelio fue emperador. 

Tanto Marco Aurelio, que gobernó en latín, como Epicteto escribieron en griego. Séneca, sin embargo, lo hizo en latín. Sus textos han llegado hasta el presente y, traducidos al inglés, al alemán, al francés, al castellano y a otros idiomas, siguen sirviendo de enseñanza y consuelo para muchos lectores. 

Para los estoicos la felicidad residía en la imperturbabilidad o ataraxia, que consistía en no dejarse arrastrar por las agitaciones mundanas, librándose uno de deseos y temores. El estoico perseguía la serenidad, por lo que no daba entrada a la turbación universal. Más que un conformismo, suponía una negación de la realidad, un intento de que no nos afectaran las noticias del mundo.

Quizá por eso mismo se han vuelto a leer los escritos de estos filósofos. Hemos recurrido a estos autores como consuelo, para tomarnos todo esto que nos estaba pasando con estoicismo, con resignación, como si fuera un mal menor. 

 Estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio

Ofrezco, como muestra de uno de estos autores, un botón: Se trata de un texto de Marco Aurelio. El 14 del libro primero de sus Pensamientos o Meditaciones en traducción de Antonio Gómez Robledo (Bibliotheca scritporum Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM 1992): 

Así debieras vivir tres mil años, o aún treinta mil, acuérdate que ninguno pierde, al morir, otra vida que ésta, que vive, ni vive otra que la que pierde. La vida más larga y la más breve vienen así a reducirse a lo mismo. El presente es igual para todos, y lo que perece es, por tanto, igual, y lo que se pierde aparece así como indivisible. En cuanto al pasado y al futuro, no podríamos perderlos, porque ¿cómo podría alguien despojarnos de lo que no tenemos? 

Acuérdate, pues, siempre de estas dos cosas: la primera, que no todo, desde la eternidad, es uniforme y gira en círculo, por lo que no hay ninguna diferencia entre asistir al mismo espectáculo por cien o doscientos años o por un tiempo infinito; y la segunda, que el hombre más harto de años y el que muere en seguida pierden lo mismo, porque es del presente sólo de lo que son privados, por ser lo único que poseen y no se pierde lo que no se posee.