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lunes, 20 de noviembre de 2023

El discurso del filósofo institucional del reino

    Resultaba emocionante y, al mismo tiempo, patético para los que hemos admirado a Fernando Savater alguna vez escuchar el otro día al filósofo oficial del reino, en Cibeles, dándose un baño de multitudes ante miles de personas que ondeaban banderas nacionales rojigualdas, él que se había rebelado en su juventud contra todas las patrias y en su madurez contra los nacionalismos periféricos, entregado ahora al nacionalismo central y español en la villa y en la corte. 
 
    Comenzó el exordio recordando a Agustín Ibarrola, "un gran español, un gran vasco,  un gran artista", dijo, que había muerto el día anterior, y que había ayudado a muchos “a seguir luchando como el luchó toda su larga vida”, con lo que consiguió arrancar los primeros todavía algo tímidos aplausos del público. 
 
 
    A continuación hizo un elogio de la diversidad de España, que era patrimonio de todos los españoles, afirmando que no hay países homogéneos “más que en la imaginación de algunos totalitarios”, y a continuación matizó: “Pero una cosa es que en España reine -y está muy bien- el derecho a la diferencia, (...), una cosa es el derecho a la diferencia y otra cosa es la diferencia de derechos: que se inventen derechos distintos para los españoles y que haya unos españoles de primera, unos españoles de segunda, unos españoles con más derechos que otros... eso es lo que no se puede tolerar.” Arrancaba así unos aplausos más entregados y acordes con el acto. 
 
    Pero quizá el momento en que el público se le entregó sin condiciones fue cuando afirmó que había cosas, una sola cosa, especificó, en la que estaba de acuerdo con el gobierno, y que iba a decir: que era que quería ponerle una escolta al prófugo de la justicia: “Y a mí me parece bien. Yo creo que hay que escoltar a Puigdemont, llevarlo a Alcalá Meco y dejarlo allí bien escoltado unos cuantos años. Eso es precisamente lo que hay que hacer.” Lograba así el filósofo sus quince minutos de fama entre el público devoto y en olor de multitud.
 
    A continuación planteó el tema de la amnistía con la que el gobierno ha logrado el apoyo de los independentistas catalanes para su investidura, preguntándose a quién había que creer, si a los expertos (juristas, jueces, abogados, fiscales diplomáticos...) o “a lo que dicen el señor Bolaños y los editoriales de El País? La puya lanzada contra el periódico incondicional del gobierno y del Régimen, que tantas veces había acogido sus artículos, fue muy aplaudida por el público asistente. 
 
 
    A continuación dijo solemne que había llegado la hora de la verdad, y que esa manifestación era el primer paso de una resistencia que tenía que continuar... Me recordaron aquí sus palabras a las de Agustín García Calvo frente a los indignados del 15M en la Puerta del Sol, animándoles a continuar, a no desistir, a hacer que aquello durara. Decía Savater, recordando las palabras de su antiguo maestro: “Aquello en que confía el gobierno es en el aburrimiento, en el cansancio, en el decir: bueno, están ahora así pero ya se les pasará, y dentro de unas semanas se habrán aburrido y estarán en otra cosa.” Pero frente a eso el filósofo animaba a luchar contra la propia cobardía y el aburrimiento. 
 
    La única cosa que me gustó de su discurso es la referencia satánica al Non seruiam, el “no seré siervo” que se atribuye a Lucifer, que con esas palabras expresó su rechazo a servir a Dios en el reino de los cielos. Y frente al concepto de “obediencia debida” contrapuso Savater el de “desobediencia debida”, pero no estaba haciendo  un elogio de la rebeldía en general, como el Savater juvenil, que escribió un Panfleto contra el Todo, y acabó tragando con (casi) todo por un tubo,  dado que ahora predicaba  la obediencia a la constitución y a las leyes, y la desobediencia sólo  ante “cualquier persona que manipule a su antojo la constitución y las leyes.” 
 
    Fernando Savater, que había publicado un libro Contra las patrias, (1984) se había decantado por un nuevo patriotismo: el patriotismo constitucional de Jürgen Habermas, que ahora defendía a capa y espada en esta España nuestra, en esta democracia remasterizada, como dice un amigo,que ya cuenta con un avatar de Unamuno para hacer más tragicómica y "rehistórica" la dcramática zarzuela española.
  

     Acababa su discurso con la peroración de “no lo dejéis, no os aburráis, no os canséis”, y una frase de la que se han hecho eco muchos medios: “No toleréis lo intolerable, porque quien tolera lo intolerable termina viviendo de una manera miserable.” 
 
    La traca final fue: "De modo que, adelante todos nosotros: ¡Viva España! ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey!" No era extraño que lanzara en su epílogo, como filósofo institucional del reino de las Españas, vivas a las instituciones: a España, a la Constitución, y al Rey -él que fue ácrata en su juventud y en su madurez se había decantado tantas veces republicano-, vivas que eran coreados por el fiel auditorio entregado.