El incombustible Fernando Savater, después de su despido fulminante de El Periódico Global, alias El País, publica en The Objective el artículo “Fumando espero”, su particular panegírico del tabaco y confiesa que: Fumar es un placer y a mi edad ya no me quedan tantos como para menospreciarlo con el pretexto de «cuidar» mi salud. ¿Para qué quiero salud sino para seguir fumando?
Y allí escribe que "los prebostes" -es decir aquellos que hemos puesto (-pósiti) democráticamente al frente (prae-) haciéndonos la ilusión de que somos libres porque hemos elegido a nuestros rabadanes, aclaro yo etimológicamente- "que nos pastorean" intentan prohibir todo lo que pueden desde el día que toman posesión de su cargo, erigiéndose en guardianes de las buenas costumbres y de nuestra salud, porque lo hacen por nuestro propio bien, como si no supiéramos procurarnos nosotros mismos nuestro bienestar. Y formula el siguiente y acertado aforismo de raigambre ácrata, debido seguramente a su pasado libertario: el poder se demuestra -y se ejerce- prohibiendo, permitir está al alcance de cualquiera. Pero como no pueden cumplir su ideal totalitario, que sería prohibirlo absolutamente todo, se dedican a hacerlo parcial- y paulatinamente, tratando de convencernos de que lo hagamos por nuestra propia voluntad, sin tener que llegar a obligarnos, como sucedió con la vacunación contra el virus coronado, por ejemplo. Prohibir, a fin de cuentas, no está muy bien visto, y algunos seguimos todavía defendiendo el viejo eslogan de aquella primavera parisina de 1968: prohibido prohibir. Como no pueden prohibirlo todo, quieren que hagamos lo que pretenden o que dejemos de hacerlo por nuestra propia voluntad, esgrimiendo la "evidencia científica" como hacía el otro día la ministra sanitaria apelando a la "calidad de vida" en su lucha quijotesca contra el tabaquismo para demonizar cosas tan variopintas como el consumo de bebidas azucaradas, las grasas saturadas, el alcohol, la carne roja o cualquier cosa que se les ocurra.
Ahora le toca el turno al vicio de fumar, cuyo uso ha sido bastante restringido ya en nombre de nuestra salud y de la del planeta que se quiere libre de humos, pero, como razona Savater en el citado artículo: Si fumar no fuese aún negocio para grandes multinacionales, habríamos perdido el vicio hace bastante. Y negocio también para el Estado, añado yo, que se lucra de ello, dándose la paradoja de que pese a haber menos fumadores en el Reino de las Españas, el precio de las cajetillas sube tanto que los ingresos son ahora mayores que antes, cuando fumaba mucha más gente.
Cuenta Savater que empezó a fumar en pipa a los dieciséis años. De ahí, tras su estancia en la cárcel de Carabanchel, que nos recuerda su pasado antifranquista, se pasó a los cigarrillos negros, aquellos Habanos, que yo también he fumado, fabricados con tabaco cubano de Vuelta Abajo "según se leía en la cajetilla, entonces aún libre de calaveras y amenazas de muerte". Pero reconoce que nunca se acostumbró a los pitillos, por lo que no renunció a la pipa y finalmente pasó a los puros -ejemplo eximio del adjetivo que acaba suplantando al sustantivo "cigarros", en este caso-, y con ellos, confiesa, descubrió el auténtico deleite de fumar.
No le recomienda fumar a nadie pero, como acertadamente escribe, no hay que hacer como "quien vive como si estuviera gravemente enfermo por miedo a llegar a estarlo". Y como buen liberal que es ahora después de haber sido libertario en su mocedad, dice que lo que no quiere es que le impongan lo bueno porque cuando lo bueno se impone deja de ser bueno.
Concluye su artículo irónicamente constatando que ahora fuman más las mujeres que los hombres: A pesar de las prohibiciones y de la subida de precio del tabaco, hay un rasgo social que nos hace concebir esperanzas a los amigos del vicio. Por la calle se ve a seis o siete mujeres fumando por cada hombre humeante. Cualquier cosa apoyada por el sexo antes irónicamente llamado «débil» creo que tiene el futuro asegurado…
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