Frente
a la campaña “El humo no te deja ver” orquestada por el
Ministerio de Sanidad de prevención del tabaquismo y de protección del medio ambiente que quiere darnos a entender que el tabaco no es bueno ni para nosotros ni para el planeta, dentro del Plan de Recuperación,
Transformación y Resiliencia (sic), financiado por la Unión
Europea, cabe reivindicar el acto de fumar como un acto placentero en
sí, independientemente de que sea bueno o malo para nuestra salud y para la planetaria.
Algunos son
tan necios que aplauden estas campañas antitabaqueras porque intentan conseguir
que respiremos “aire puro” en los lugares públicos, como si
pudiera haber en nuestro mundo tan contaminado algo como el "aire
puro", como si se pudiera purificar el aire porque los fumadores
dejaran de fumar.
Quieren
mejorar nuestra salud y la del planeta, ese nuevo mito que se proyecta al futuro, como si les importara algo a ellos, para que
no acumulemos nicotina en los dientes, no tengamos gingivitis y los
pulmones no se nos pudran por el cáncer, y para que, en definitiva, el globo terráqueo pueda sobrevivir a nuestros malos humos.
Administran
nuestra salud y nuestra felicidad situándolas en el futuro, que es
la muerte; por lo tanto es una salud falsa, está en el porvenir, que
por definición nunca llega, no aquí y ahora, la que me están
vendiendo. Quieren preservar una pureza ideal, higiénica,
inexistente. Pronto nos obligarán a hacer deporte por “nuestro
propio bien”, por “nuestra salud”, y a comer coles hervidas o
sardinas o lo que se les ocurra.
El humo
molesta a otros; el alcohol parece que no, salvo a los atropellados
por borrachos, a las mujeres muertas por sus maridos ebrios o
“parejas sentimentales”, a los hijos desatendidos y maltratados
por sus padres alcohólicos. Con el emporio del alcohol no se meten. Ya se vio lo
que pasó con la Ley Seca en los Estados Unidos...
Los
creadores de la Ley del Tabaco han llegado a tal grado de
empecinamiento en su empeño que hay que decir que su cruzada contra
el consumo de tabaco es una campaña fascista: las primeras medidas antitabaquistas las
tomó el régimen nazi. Los creadores de dichas leyes y campañas se arrogan el derecho de decirnos lo que es bueno y malo, y quieren convencernos de que lo hacen por nuestro bien.
El
tabaco apesta, es verdad, pero la prohibición y la condena que sobre él recae
apesta todavía mucho más. Fumar es todavía más placentero ahora
que está prohibido en la mayoría de los lugares públicos. Y no contentos con eso parece que quieren prohibirlo también en los privados, convenciéndonos de que lo hagamos por las dos poderosas razones susodichas.
Sara Montiel en la película El último cuplé (1957) reivindicaba el placer "genial, sensual" del tabaco, interpretando “Fumando espero”. En esta actuación más
reciente, aparecía fumando un puro a finales de los años 90
en un programa de la televisión española.