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sábado, 18 de septiembre de 2021

Fumar es un placer

    Hubo un tiempo no del todo muy lejano en que era políticamente correcto fumar, era un rito de paso de la infancia a la adolescencia, significaba que si eras chico o chica y fumabas, dejabas ipsofacto de serlo y ya eras mayor, podías ser considerado un adulto, un hombre o, en su caso, una mujer hecha y derecha, como solía decirse. Y fumar no estaba mal visto, e incluso era signo de buena educación tolerarlo en público aunque uno no fuera fumador. Y además, fumar, como rezaba aquel cuplé que cantaba Sarita Montiel, que esperaba fumando al hombre que más quería, era "un placer genial, sensual", y el humo embriagador del cigarrillo acababa prendiendo "la llama ardiente del amor". 

    Resulta curioso cómo el nombre de la chaqueta que se ponía para fumar (smoking jacket en la lengua del Imperio) sobre el traje de etiqueta de caballero a fin de no impregnarlo del olor del tabaco, acabó designando en nuestra lengua al propio traje del caballero: el esmoquin, adaptación del gerundio inglés smoking.  

 


     Pero lo más pasmoso de todo es que llegó a decirse que el tabaco era saludable o, al menos, no era perjudicial para la salud. Había numerosos anuncios televisivos. La industria tabacalera cacareaba a través de su publicidad que había “evidencia científica” (scientific evidence, en la lengua del Imperio) de que el tabaco no era nocivo, como nos muestra este viejo anuncio de propaganda de Chesterfield aparecido en la prestigiosa revista Life de 23 marzo de 1953, que decía que después de diez meses de estudios los especialistas médicos concluían que no había efectos adversos en nariz, garganta y senos nasales en los fumadores de esos cigarrillos.  De los pulmones no decían nada. 

 

    El suave sabor que anhelan las madres expectantes (o mujeres embarazadas).        

      Comparando la imagen publicitaria de arriba de la mujer preñada que está fumando con la fotografía de la que está recibiendo la vacuna abajo, veo cierta similitud, salvando las distancias temporales: En ambos casos se afirmaba que era saludable la ingestión de algo para las embarazadas (el humo del tabaco entonces, ahora la vacuna). Con el paso del tiempo se ha acabado reconociendo que el tabaco era bastante perjudicial tanto para la madre como sobre todo para el bebé que estaba gestando. ¿Sucederá lo mismo con la vacuna? ¿Tendrá que pasar el tiempo para que lo sepamos?


    ¡Cómo ha cambiado el discurso! Ahora el Estado, a través de sus Autoridades Sanitarias, nos dice que el tabaco es perjudicial para la salud, y que puede llegar a matar. Fumar está prohibido por decreto ley en todos los lugares públicos. Durante la crisis sanitaria actual, sin embargo, se dispensaba a los fumadores del uso de la mascarilla cuando era obligatoria en exteriores siempre que puedan guardar la distancia de seguridad con el resto de la gente: al parecer los viruses no viajan en el humo del cigarro. A partir de 2003 aparece en todas las cajetillas la advertencia de lo malo que es el tabaco que se despacha en los estancos, y que en España había sido un monopolio estatal -del mismo Estado que ahora nos advierte de su peligrosidad mortal- durante el franquismo hasta que en 1999 se privatizó y convirtió en monopolio del Capital... La primera ley antitabaco española se promulgó en 2006, y se endureció en 2011 prohibiendo la habilitación de espacios públicos para fumadores que contemplaba la anterior.
 
    ¿Qué ha pasado para que cambie tanto la narrativa oficial? A corto plazo el cigarrillo calmaba la ansiedad del momento de la embarazada que estaba nerviosa, era innegable, pero a largo plazo se ha visto después, con el paso del tiempo, que era cancerígeno, por lo que se llegó a decir "El tabaco mata lentamente", a lo que los fumadores jóvenes que estaban empezando a desarrollar el hábito adictivo solían replicar "no tenemos ninguna prisa". Muchos jóvenes hoy en día a la hora de pedir un cigarrillo a algún colega le dicen desafiantes con la misma insolencia: "¡Pásame la muerte!", la muerte que les da la vida.