Lasciate ogni speranza voi che entrate, escribió el Dante en el canto III del Infierno: Dejad toda esperanza los que entrades en este infierno dantesco que es este mundo, no "el otro", del que no tenemos ninguna certidumbre, y no hagáis caso de los cánticos de sirena que os invitan a la resignación diciéndoos que no perdáis la esperanza, que es lo último que se pierde. Antes al contrario, hay que perderla pronto, porque de ella y sólo de ella depende nuestra desesperación, por aquello de que quien vive de esperanza muere desesperado, o el que espera desespera.
La esperanza no es buena, pese a la doctrina católica que la califica como una de las tres virtudes teologales junto con sus hermanas la fe, que tampoco es buena, y la caridad, que es la cara santurrona y beata del amor. La esperanza no es una virtud, sino un vicio, uno de los peores que hay.
Un refrán griego antiguo dice
así en un trímetro yámbico: αἱ δ᾽ ἐλπίδες βόσκουσι τοὺς κενοὺς βροτῶν las esperanzas nutren al
vano ser mortal, es decir que los que tienen la mente vana, los
casquivanos o ligeros de cascos de entre los seres humanos, la mayoría democrática estadísticamente hablando por lo tanto, suelen no
sólo alimentarse sino cebarse del pienso de la esperanza.
Y es que la esperanza para los antiguos griegos no tenía la connotación positiva que tiene
para el mundo moderno occidental y cristiano, sino que es algo esencialmente
negativo, porque fue el poso que quedó en la jarra o tinaja de Pandora
cuando esta dejó escapar sin querer todos los males que había dentro
menos uno: la esperanza, que, por algo, según nuestro refrán, es lo
último que se pierde, el poso amargo que siempre nos queda en los adentros.
Para ellos y para nosotros la esperanza no deja de
ser un engañoso trampantojo y una ilusión: el bálsamo que nos ayuda a soportar lo
insoportable refugiándonos en el fantasma de un futuro esencialmente
inexistente. Nutrirse de esperanzas es alimentarse de ilusiones falsas que se lleva el viento y
engañarse.
Ella nos hace aguantar lo inaguantable, y por eso un filósofo tan agudo y perspicaz como Byung-Chul Han, el filósofo superstar y superventas que ha destacado por su crítica incisiva y mordaz de la sociedad del cansancio, se alinea ahora, como ya hizo durante la pandemia, con el establishment que tantas veces ha denunciado, y dice que "sin esperanza sólo corremos hacia la muerte".
Dicen que el filósofo del desencanto sale por fin del túnel de la desesperación en su último libro, esperanzado... A través de nuestras pantallas, nos encontramos constantemente expuestos a narrativas apocalípticas de toda clase: el miedo a las pandemias, al colapso climático o a una próxima guerra mundial es omnipresente. Lo apocalíptico (se) vende muy bien, pero nos llena de temor, resentimiento y odio que erosionan la solidaridad y la empatía, y, en última instancia, ponen en riesgo la democracia que con tanto celo defiende Han. El coreano se aleja del patrón crítico que hasta ahora había defendido predicando la esperanza que, según él, es revolucionaria.
《Los revolucionarios modernos proyectaron la Edad de Oro en la posterioridad y se vieron a sí mismos como heraldos de ella. Querían acelerar el compás del tiempo, adelantar la llegada del reino de la libertad. Su arquitectura emocional giraba en torno de la esperanza, la idealización de lo nuevo y la fe en el progreso ilimitado e incontenible.》
ResponderEliminarDe ahí que el afán por《liquidar los saberes, sentimientos y utensilios vinculados a la conservación y transmisión de la memoria no es otro que exorcizar los fantasmas del pasado mediante la amnesia deliberada; construir, con la materia del olvido inducido, un dique de contención ante las potenciales infiltraciones o reapariciones de lo ya acaecido (...)
Mientras, el otrora laureado futuro solo despierta temor y vive el bloqueo constante, recíproco al de la imaginación política, incapaz de concebir futuros civilizados donde el capitalismo haya sido vencido por algo mejor, [e]l eterno presente ha sido fagocitado por los pasados de cartón piedra desenterrados para compensar la cancelación del futuro. A consecuencia de ello, la actualidad muta en pasarela de los espectros de antaño》.