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sábado, 11 de enero de 2025

Pareceres LXV

316.- Neopuritanismo feminista. La película El último tango en París (1972), dirigida por Bernardo Bertolucci, ha vuelto a ser objeto de polémica cincuenta y dos años después de su estreno, como si fuera una película maldita. La filmoteca francesa iba a proyectarla en París el pasado 15 de diciembre de 2024 dentro de una retrospectiva dedicada al actor norteamericano Marlon Brando, pero finalmente fue suspendida tras las protestas de varias asociaciones feministas, justificando la cancelación como “una manera de calmar los ánimos y ante los riesgos de seguridad". En España no se permitió su exhibición hasta varios años después de la muerte del dictador, en 1977. Muchos españoles, antes de su estreno en nuestro país, cruzaban la frontera para ir a ver la película a Perpignan. En Italia generó un escándalo monumental. Poco después de su estreno en 1972, fue llevada a juicio y considerada "obscena". La justicia ordenó la destrucción de todas las copias existentes, aunque afortunadamente algunas sobrevivieron. La película narra la relación ocasional y anónima que establece un estadounidense recién enviudado con una joven parisina, a la que viola analmente en una polémica escena utilizando mantequilla como lubricante. Durante el rodaje de la escena de sodomía no hay penetración, simplemente se simula, pero la actriz María Schneider, que contaba a la sazón 19 años, afirmó haberse sentido maltratada emocionalmente por el director de la película y por el astro de la gran pantalla Marlon Brando, de 48 años edad. La película la lanzó a una fama que quizá no supo digerir. 
 
 
317.- Fe, esperanza y caridad. Si algo hay que agradecer a los antiguos griegos, entre muchísimas otras cosas, es que ignoraran dos de las tres virtudes teologales cristianas: la fe y la esperanza, no así la caridad, entendida en su sentido etimológico de amor, y no en el cristiano de limosna. Los griegos, en efecto, no consideraron que la fe fuera una virtud, al menos desde los escépticos que lucharon contra todos los dogmas. Y la esperanza, por su parte, era uno de los males que quedó en la tinaja de Pandora, lo último que se pierde, pero que tiene una utilidad considerable, sirve para mantener el status quo, establishment o establecimiento.
 
 
318.- El precio de la vivienda. Leyendo la sátira tercera del poeta Juvenal, que relata los males de la gran ciudad, que era la Roma de su tiempo, la Urbe por excelencia, me encuentro con esta expresión que compruebo enseguida que es de rabiosa actualidad: magno hospitium miserabile y que puede traducirse a bote pronto como 'mísero alojamiento a precio de oro' o 'un hospedaje de miseria cuesta caro', como en la traducción de Bartolomé Segura Ramos que manejo, o en la de Manuel Balasch que consulto ahora mismo: 'Aquí un tugurio misérrimo cuesta un ojo de la cara'. Es una de las razones que empujan al amigo de Juvenal a huir de Roma, cuya decisión aprueba el poeta, aunque lamenta la pérdida de su amigo, y que puede resumirse en tres palabras: omnia Romae cum pretio: En Roma todo tiene un precio. Lo mismo sucede, no nos engañemos, en todos los rincones ya de nuestro mundo globalizado. Y es que, como dice el poeta en un hexámetro y medio: “Cuanto parné cada cual conserva en arcón de caudales, / crédito tanto posee”. Lo que traducimos por “crédito” se dice en latín “fides”, que es el origen etimológico de nuestra fe, entendida como confianza que uno tiene y que a la vez inspira a los demás.
 
 
319.- Amanuense. Se está olvidando el placer de escribir a mano y la caligrafía que lleva su tiempo, porque vivimos en una época en que todo se hace deprisa y mal. Escribir a mano lleva su tiempo y requiere un cierto esmero. Con un teclado todo se puede borrar sin dejar rastro del error, sin máculas y, en definitiva, sin huella humana. Poco espacio le queda ya a la grafología, aquella ciencia o pseudociencia que pretendía entender la personalidad del escribiente según la letra que tuviera, determinando las características generales de su carácter. Primero vino el desprecio de la caligrafía, de aquellos cuadernos que pretendían que nuestra escritura fuera legible, pero enseguida se produjo una rebelión contra la dictadura caligráfíca uniformadora, y se dijo que cada cual debía escribir como quisiera. Finalmente hemos llegado a la imposición uniforme de los teclados, y al hecho de que ya nadie prácticamente escriba con un bolígrafo y a mano una carta, un diario, una frase, ni siquiera, si nos descuidamos, la propia firma, que esa sí que tiene valor como expresión singular de la personalidad. 
 
320.- La certeza y la duda. La duda nace de abajo, es lo que brota en nosotros a poco que nos dejemos llevar mientras que la certeza, las creencias, vienen de arriba, se nos imponen desde las Altas Instancias: nos son impuestas. No venimos al mundo con creencias, sino inmersos en un mar de dudas. Sin embargo, necesitamos aferrarnos a las creencias: da igual a cuáles de ellas: los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez, cuando somos niños, unas creencias que nos imponen nuestros mayores. Necesitamos hacernos la ilusión, pero sabemos que nos están engañando y aun así nos dejamos engañar. Cuando entramos en la sociedad adulta y crecemos, creemos en la democracia, o en la astrología o en lo que sea.Y, en el peor de los casos, creemos que no creemos.
 

miércoles, 10 de abril de 2024

El filósofo esperanzado

    Lasciate ogni speranza voi che entrate, escribió el Dante en el canto III del Infierno: Dejad toda esperanza los que entrades en este infierno dantesco que es este mundo, no "el otro", del que no tenemos ninguna certidumbre, y no hagáis caso de los cánticos de sirena que os invitan a la resignación diciéndoos que no perdáis la esperanza, que es lo último que se pierde. Antes al contrario, hay que perderla pronto, porque de ella y sólo de ella depende nuestra desesperación, por aquello de que quien vive de esperanza muere desesperado, o el que espera desespera.
 
    La esperanza no es buena, pese a la doctrina católica que la califica como una de las tres virtudes teologales junto con sus hermanas la fe, que tampoco es buena, y la caridad, que es la cara santurrona y beata del amor. La esperanza no es una virtud, sino un vicio, uno de los peores que hay. 
 
      Un refrán griego antiguo dice así en un trímetro yámbico: αἱ δ᾽ ἐλπίδες βόσκουσι τοὺς κενοὺς βροτῶν las esperanzas nutren al vano ser mortal, es decir que los que tienen la mente vana, los casquivanos o ligeros de cascos de entre los seres humanos, la mayoría democrática estadísticamente hablando por lo tanto, suelen no sólo alimentarse sino cebarse del pienso de la esperanza. 
 
    Y es que la esperanza para los antiguos griegos no tenía la connotación positiva que tiene para el mundo moderno occidental y cristiano, sino que es algo esencialmente negativo, porque fue el poso que quedó en la jarra o tinaja de Pandora cuando esta dejó escapar sin querer todos los males que había dentro menos uno: la esperanza, que, por algo, según nuestro refrán, es lo último que se pierde, el poso amargo que siempre nos queda en los adentros. 
 
    Para ellos y para nosotros la esperanza no deja de ser un engañoso trampantojo y una ilusión: el bálsamo que nos ayuda a soportar lo insoportable refugiándonos en el fantasma de un futuro esencialmente inexistente. Nutrirse de esperanzas es alimentarse de ilusiones falsas que se lleva el viento y engañarse.
 
Byung-Chul Han (1959-...)
 
    Ella nos hace aguantar lo inaguantable, y por eso un filósofo tan agudo y perspicaz como Byung-Chul Han, el filósofo superstar y superventas que ha destacado por su crítica incisiva y mordaz de la sociedad del cansancio, se alinea ahora, como ya hizo durante la pandemia, con el establishment que tantas veces ha denunciado, y dice que "sin esperanza sólo corremos hacia la muerte". 
 
    Dicen que el filósofo del desencanto sale por fin del túnel de la desesperación en su último libro, esperanzado... A través de nuestras pantallas, nos encontramos constantemente expuestos a narrativas apocalípticas de toda clase: el miedo a las pandemias, al colapso climático o a una próxima guerra mundial es omnipresente. Lo apocalíptico (se) vende muy bien, pero nos llena de temor, resentimiento y odio que erosionan la solidaridad y la empatía, y, en última instancia, ponen en riesgo la democracia que con tanto celo defiende Han. El coreano se aleja del patrón crítico que hasta ahora había defendido predicando la esperanza que, según él, es revolucionaria.