Cuatro años después de la declaración de guerra al virus, hemos pasado del capitalismo vírico al capitalismo bélico. Ahora el camino hacia la guerra tradicional se presenta como la mejor receta médica: Europa debe recuperar la “higiene democrática”. Rusia y China son peligrosos víruses que hay que erradicar mediante sanciones y bloqueos.
La guerra es una higiene, otra vez, democrática.
Recuérdese la metáfora del cordón sanitario que las democracias
neoliberales occidentales tanto de derechas como de izquierdas quieren
poner al fascismo y a la
extrema derecha, o al totalitarismo, como si ellas mismas no fueran la
expresión más cabal de eso mismo que quieren acordonar.
Hablamos de democracias liberales, pero, como dice la gente, donde hay
capitán no manda marinero. Solo una única mano fuerte puede guiar la
nave del Estado, escribía Platón precisamente para rechazar la
democracia. Eso
también lo comparten la pandemia y la guerra que se ha instalado en el
imaginario colectivo europeo: con ellos se ha instaurado la figura del Gran
Timonel más temible que todos los dictadores: el
Capital todopoderoso, de los fondos de inversión que antes invirtieron
en farmacia y ahora lo hacen en multinacionales energéticas y en
industria militar, sin olvidar la industria tecnológica que está detrás
de todo.
Nuestro pasado sacrificio fue en nombre de la Ciencia, que era la nueva
religión, y hoy lo es la defensa de la democracia, que ha venido a sustituirla. Con la pandemia se crearon algunas metáforas. El Estado de alarma, de excepción, de sitio o como quiera denominarse se ha
convertido en la nueva normalidad, se convierte en la regla. La suspensión temporal de los
derechos se hace permanente, como denunció Agamben, y como reconocía la gente de a pie cuando decía "esto que nos ha caído de arriba no puede ser bueno" y "ha venido para quedarse".
De una alarma vamos saltando a otra:
antiterrorista, climática, vírica, bélica...
Por eso no se oye ningún NO a la guerra. No sería raro no vamos a
decir mañana, sino hoy mismo que a las ocho de la tarde sonara la sirena
y algunos, acostumbrados como están a hacer lo que les mandan, salieran a aplaudir a los balcones.
Recordemos a los
rastreadores, aquellos profesionales encargados de seguir el rastro de
todas aquellas personas que hubieran estado en contacto con un positivo
-el enemigo portador del virus- para controlar la situación según los
protocolos.
Recordemos los Códigos de Rápida Respuesta o códigos QR, erre que erre,
que eran el salvoconducto o pasaporte sanitario que nos daba acceso a
volar y a entrar en establecimientos públicos: bares, restaurantes...
Recordemos el control policial en cada esquina revisando tu permiso de movimiento o el tique de la compra.
Recordemos a los sanitarios disfrazados de astronautas que nos apuntaban a la cabeza con una pistola termométrica.
Recordemos que si no estábamos vacunados nos negaban el pase para visitar a nuestros familiares hospitalizados.
Recordemos al Ejército desplegado en cada pueblo rociando con gel casas y aceras, como si el virus estuviera allí depositado.
Recordemos la presencia militar de los tres ejércitos en las calles y en las pantallas, y el vocabulario bélico omnipresente.
Recordemos
cómo nos enseñaban a ponernos y quitarnos la mascarilla y los guantes,
como si fuéramos idiotas.
Recordemos a la regenta de la UE que nos instruía en un vídeo que se hacía viral, mezclando pedagógicamente la teoría y la práctica y predicando con su ejemplo, cómo había que lavarse
correctamente las manos con agua y con jabón.
Hemos a raíz de todo aquello
aprendido muchas cosas que pueden sernos muy útiles en caso de guerra y
que forman parte de la economía bélica: racionamiento en las compras
(sólo se podían comprar artículos de primera necesidad, recuérdese la
discusión sobre lo que era necesario para cada cual y lo que no), toques
de queda, e incineración de ancianos muertos en las residencias de los
que sólo daban a sus familiares las cenizas.
Recordemos
cómo hace cuatro años no voy a decir que renunciamos a la libertad que no teníamos en nombre de la seguridad que nunca tendremos, pero sí que abrazamos lo que llamaron Nueva Normalidad con resignada mansedumbre. Por eso ahora, en 2024, no
va a ser muy difícil que sigamos haciendo lo mismo so pretexto de la
amenaza de una guerra a las puertas, acostumbrados como estamos a seguir
dócilmente los protocolos. Estos lodos precisamente vienen de aquellos protocolos.
Como víctimas fuimos idiotas y dóciles hasta el paroxismo, y en los medios de formación la estupidez alcanzó tales cotas de libertad que como se vuelva a repetir ahora con la apelación guerrera, los enemigos establecidos harían bien en observar las facilidades que la democrática gestión espectacular proporciona para que los líderes puedan gozar de su propia imbecilidad, vileza y demencia sin ninguna restricción. Zelensky ya es una innovación modélica de gobernanza periférica y encarnación de los valores occidentales y la Comisión Europea un cónclave mafioso y centralizado para establecer y distribuir los sacrificios y las cargas que incluso desde otras instancias imperiales vengan asignadas. Las poblaciones censadas tienen la oportunidad de votar para elegir los prelados bien pagados para la insignificancia y mantenimiento de la insulsa y vana comedia parlamentaria. Vade retro.
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