jueves, 28 de septiembre de 2023

El Ejército español se defiende contratacando (I)

    Resulta paradójico y también muy sintomático que el Ministerio de la Guerra, vamos a llamar a las cosas por su nombre, haya publicado recientemente un documento, Las Claves del porqué, con el que intenta justificar socialmente su propia existencia y la del incremento del gasto militar, un gasto desproporcionado que no ha hecho más que progresar en el peor sentido de la palabra, si tiene alguno bueno, con este gobierno progresista. El documento peca de aquello de que el que se excusa de algo, se incrimina a sí mismo de ello:  excusatio non petita, accusatio manifesta.

   La crítica contra el Ejército que emprendemos aquí la hacemos desde el antimilitarismo y no desde la no violencia o el mero e ingenuo pacifismo -la pax Romana, o la paz del cementerio no nos conmueve en absoluto- y no excluye sino todo lo contrario a los cuerpos policiales, cada vez más espectacularmente militarizados y especializados en el mantenimiento del “orden público” y en luchar contra el “enemigo interior”, “hostis intus” o “enemy within”, como diría la señora Thatcher, que condenó nuestro mundo a no tener alternativa.

    El documento se divide en doce cuestiones conceptuales: Las cinco primeras son redundantes. Son especialmente perversas las cuestiones tercera y cuarta. Empecemos por esta última que dice que el gasto militar español es absurdo porque pertenecemos a la OTAN. Justamente es la OTAN la que por permanecer a ella nos obliga a aumentar nuestro gasto militar. 

       Cuando algunos Estados, como el Reino de las Españas, habían disminuido su gasto militar, viene la OTAN/NATO en la que nos metieron de cabeza con el consentimiento de una mayoría asustadiza y adoctrinada, pero nunca de la totalidad, y nos dice que tenemos que ampliar el presupuesto para sufragar la guerra de Ucrania, por ejemplo, que por otro lado han atizado para eso con tal finalidad. 

    Maquiavélica es la tercera cuestión, que sólo puede entenderse desde una óptica belicista, y que dice: que nuestros sistemas de defensa son inútiles porque “no se emplean en guerras y llegan a ser obsoletos sin haber sido utilizados realmente”. ¡Lo que nos faltaba! No entienden nuestros mílites que la obsolescencia de los juguetes de guerra mueve dinero y la obligación de estar siempre al día y de reponer los cacharros inutilizados, pero parece que de lo que se quejan los militares es de no poder estrenarlos en algún conflicto que otro.

       Las otras razones, que pueden reducirse al argumento de "o cañones o mantequilla", son las siguientes: (1ª) Las inversiones en defensa van en detrimento de las correspondientes a sanidad y educación; (2ª) la inversión para la adquisición de los nuevos vehículos blindados 8x8 detrae recursos para gasto social; y (5ª) Con el importe de un Carro de Combate Leopardo podrían adquirirse 440 respiradores.

 

    El 17 de enero de 1936, el ministro de propaganda hitleriano Joseph Goebbels, citando a Hermann Göring, señaló que había que gastar más en cañones, «pues estos nos harán más fuertes, mientras que la mantequilla sólo nos hará más gordos». (Göring no estaba precisamente delgado). A su vez, Benito Mussolini, llegó a imprimir carteles en la Italia fascista justificando que en tiempos de guerra había poca mantequilla, por el gasto militar, con el expresivo texto de que había que elegir entre «burro (mantequilla) o cannoni (cañones)». 

     Los economistas como el premio Nobel Paul Samuelson reutilizan esta expresión para endilgarnos la teoría del "coste de oportunidad", que nos presenta una elección entre cañones y mantequilla y nos plantea el dilema, dado que los recursos de un Estado cualquiera son limitados, de dónde es preferiblemente invertir en armamento o en otras cosas (como garantizar una sanidad suficiente y gratuita a toda la población, resolver el problema del hambre en el mundo, o destinar a educación..., siempre y cuando no consista en adoctrinamiento en valores militares, como se hace en la actualidad en casi todos los centros públicos, subvencionados y privados, convirtiéndose así la educación de las futuras generaciones, es decir, el adoctrinamiento, en un arma poderosa cargada de futuro). 

 

    Es evidente que el dinero dedicado a submarinos o tanques no va a invertirse en hospitales, escuelas, respiradores o gasto social. Con el agravante añadido, además, de que su destino final es la destrucción por activa y por pasiva o, en el mejor de los casos, la obsolescencia programada. Así que no nos detenemos mucho en estas consideraciones peregrinas que caen por su propio peso.

    Lo cierto es que no hay progreso, paso hacia delante, sino que estamos dando pasos hacia atrás: los presupuestos militares aumentan en la medida que la inseguridad y el belicismo se hacen protagonistas en el escenario internacional al tiempo que el mismo problema desaparece de los debates en la política nacional.

    Especialmente espinosa es la cuestión sexta: El Ejército no puede vencer pandemias ni evitar catástrofes, pero colabora humanitariamente en dichas tareas. El argumentario por así llamarlo se ilustra con una fotografía de un militar vacunando a una señora, como si la vacuna sirviera para luchar contra el virus y no favoreciera precisamente la propagación de la pandemia.

    No es el Ejército español el que se defiende en este documento, sino el Ministerio de la Guerra: la misión del Ejército español no es la defensa, sino el ataque. 

    Hacía Fernando Savater en Las razones del antimilitarismo (1984, edit. Anagrama) la siguiente reflexión: Hoy todavía se nos presenta como el mayor mérito de las banderas el que mucha gente ha dado su vida por ellas y pocos se atreven a ver precisamente ahí la mejor razón para detestarlas. Paso a paso, el papel de los ejércitos nacionales ha ido aumentando no sólo hasta convertirse en símbolos, guardianes y encarnación más propia de la patria, sino también en la finalidad principal del Estado al que supuestamente vertebran. Los Estados modernos, incluso los más pacíficos, viven y trabajan para sus ejércitos. "Toda actividad humana y social no se justifica si no prepara la guerra", decía el brutal Lüdendorff en 'La guerra total' (...)"

3 comentarios:

  1. La dimensión sanitaria de esta ofensiva guerrera es inseparable de la interesada y rentable gran movilización de capitales en Ucrania, la destrucción estratégica de vidas y recursos sociales y el despliegue programático de nuevas condiciones de guerra social bajo el imperio de las finanzas y el control policial exhaustivo de las grandes tecnológicas de marras. Los ejércitos nacionales y sus militares venían siendo meros figurines de la pascua para que la ilusión de las naciones pueda vestirse de gala. La NATO, esa organización criminal donde las haya y con amplia experiencia en el pillaje, robo y exterminio de poblaciones, sin embargo ya hace tiempo que implementa guerras cognitivas e invierte con las grandes corporaciones en armas biotecnológicas y bacteriológicas para que no se agoten las oportunidades de negocio. La sostenibilidad de este sistema exige cientos de sacrificios, para apropiarse de todos los recursos que queden disponibles en la Tierra y proyectar el imprescindible capital emocional y simbólico desde el cielo (al que se suman los ejércitos) y con los que la monstruosidad y barbarie de los negocios bien armados se perpetúa en este desenfrenado reino.

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    1. Yo no habría sabido expresarlo mejor. Gracias por el comentario.

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    2. Donde dice: cientos de sacrificios, puede y debe tambien decir: cuentos de sacrificios

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