viernes, 29 de septiembre de 2023

El Ejército español se defiende contratacando (y II)

    La cuestión séptima del documento que nos ocupa dice que España no tiene en la actualidad ninguna amenaza hostil directa de guerra que justifique la existencia de un Ejército. El Ministerio parte de la premisa de que no existe el riego cero, y que por lo tanto puede surgir o crearse ad hoc un enemigo de la noche a la mañana: Ucrania, Marruecos, y allá donde nos llame la Organización que para eso somos sus vasallos.

    No podía faltar la cuestión ecológica: las maniobras militares destruyen el medio ambiente.   Como muestra un botón: El carácter militar de los terrenos del Monte Iroite, el más alto de la sierra de Barbanza en La Coruña, que hace años se convirtió en base militar (para la defensa aérea y “del espacio”) albergando al Escuadrón de Vigilancia Aérea núm. 10 (EVA 10), con su cierre perimetral, hace de este futuro bosque un lugar prácticamente «intocable» y obviamente protegido, alejado de los usos comunes de la gente de la sierra de Barbanza, como son el pastoreo, la ganadería, la agricultura o la caza, y estará, gracias a los sistemas de seguridad, protegido de incendios forestales y «quemas controladas».

    La justificación de este atropello, patrocinado por la Fundación Iberdrola, es científica: se pretende evitar con la plantación de 7.200 árboles autóctonos la emisión a la atmósfera de 1.145 toneladas de dióxido de carbono en los próximos cincuenta años, convirtiendo la naturaleza que previamente han destruido construyendo este acuartelamiento aéreo en un parque protegido. 

 

    Quieren así poner coto, nunca mejor dicho, hipócritamente al Acuartelamiento Aéreo de Barbanza, y recuperar la vegetación que previamente han destruido. Financiado por la Fundación Iberdrola España, han colaborado voluntarios repoblando el campo de tiro de plantones y el EVA 10, que así pretende hacerse un lavado de cara ecológico. El Ministerio de la Guerra quiere así salvar el Planeta a costa de hacerles un poco más insufrible la vida a sus habitantes.

      La cuestión novena justifica la presencia del Ejército en las instituciones educativas para ofrecerles a los jóvenes de ambos sexos, sin discriminación, una salida profesional, como si eso fuera lo deseable. La prostitución también puede ser una salida profesional para los jóvenes de ambos sexos y no por eso se publicita abiertamente en nuestro sistema educativo. De ahí que los ejércitos occidentales intenten, como ahora hace el nuestro con este documento, adoctrinar a la sociedad civil sobre su importancia, ofreciéndoles a los jóvenes de ambos sexos una educación, que es el arma más poderosa,  en  valores militares y de defensa así como un futuro profesional, aventura y emoción regados con un discurso que justifica las intervenciones especiales con argumentos humanitarios y democráticos que llaman 'misiones de paz', denominando obviamente “paz” a la guerra.

    La cuestión décima trata de justificar la presencia del Ejército en las procesiones religiosas, por lo que se defiende diciendo que “la participación de los militares en tales actos será siempre con carácter voluntario, respetando así el ejercicio del derecho a la libertad religiosa.” Y publican esta imagen de una procesión de Semana Santa, donde los militares llevando un Cristo crucificado no participan como civiles, sino como militares, con uniforme y todo (¿con armamento reglamentario?).

 

    Llegamos a la cuestión undécima: El Ejército no es democrático, sino jerárquico y autoritario por su propia idiosincrasia: las decisiones, reconocen los autores del panfleto, no se toman por mayoría ni siquiera de forma colegiada, sino que emanan de la cadena de mando, pero están “al servicio de un poder democrático”, pero ¿no es una contradicción entre medios y fines estar al servicio de un poder democrático renunciando a la democracia?

    La duodécima cuestión es la más interesante y pone el dedo en la llaga: “La participación militar en la resolución de conflictos, lejos de solucionarlos, genera nuevos problemas: muertos, refugiados, violaciones, etc.” Y, desgraciadamente, ese etcétera es muy largo.

    Claro es que, como dicen ellos, las guerras no las declaran los militares, sino los políticos, que ya ni siquiera necesitan declararlas solemnemente para hacerlas, pues como escribió el general e historiador prusiano Carl Von Clausewitz, “la guerra es la mera continuación de la política por otros medios”, y, podríamos decir nosotros, dándole la vuelta a la frase: la política es la continuación de la guerra camuflada de “paz”. En su célebre estudio, el teórico de la guerra establece que no puede haber un Estado-nación único que detente el monopolio del uso de la fuerza, como algunos quisieran, porque para que haya uno tiene que haber por lo menos otro, a ser posible varios más, a los que oponerse y enfrentarse, porque cada Estado es una entidad de concordia interna y de discordia y rivalidad exterior.

    El eje argumental de este documento es que el ejército aporta seguridad a la sociedad civil, pero los antimilitaristas siempre hemos argumentado lo mismo: si civil se opone y contrapone a militar, civilizado, por su parte, se contrapone y opone a militarizado.

    La razón de los Ejércitos no es otra que la guerra, que está en la raíz misma del origen de los Estados, pero eso no significa que sean deseables ni los unos ni las otras. Si emprendemos la vía del rearme, estamos fabricando una bomba de relojería que nos puede explotar en las manos en cualquier momento. ¿Saldremos algún día de la prehistoria, de los valores guerreros y de la sofisticación armamentística para resolver nuestras diferencias? Nuestros gobiernos, sean del signo político que sean, están empeñados en que no.

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