viernes, 15 de septiembre de 2023

Seguridad pública y privada

    El gobierno español, según declaraciones del aquel entonces flamante y hoy ajado ex-presidente que predicaba  "motivos para creer", publicó hace unos años convocatoria de treinta y seis mil plazas vacantes para las FCSE (Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado) a razón de 9000 por año en aquella legislatura. El melifluo jefe de aquel ejecutivo dijo para justificar su medida que quería tener unas fuerzas «mejor retribuidas, con más medios y más investigación» ya que, a su juicio, no se trataba sólo de tener más policías «sino de tener una buena Policía». 
 
 
    Aquel presidente siempre sonriente -¿de qué se reía, habría que preguntarle, señor ex-presidente? ¿de qué se reía?- hizo mención de las «nuevas formas de terrorismo» presentes en las sociedades occidentales ante las que, afirmó, resulta imprescindible perfeccionar los servicios de información. Ya no se trataba sólo, por lo que parecía, de luchar contra el terrorismo y la delincuencia generadas por el propio sistema para mantenerse a sí mismo: «Nos acecha un nuevo terrorismo difuso y escurridizo que se alimenta del fanatismo y que se sirve de la mayor permeabilidad de las fronteras», eructaba el presidente. 
 
    Ahí es nada.  En ningún momento de su intervención hacía mención en su huera retórica del creciente fenómeno del aumento de la seguridad “privada” o parapolicial. En los organismos oficiales, infraestructuras públicas privatizadas e instituciones privadas como las bancarias o los centros comerciales hay vigilantes de seguridad armados con una mínima preparación, a sueldo no del Estado sino del capital privado. 
 
 
    Entre estos puede haber agentes con perfil delictivo o psicopático, que diría un psicólogo, que no aprobarían el examen de ingreso en ninguna academia de policía por muy loca que fuera, y que son contratados por la empresa privada facilitándoseles un arma y la consiguiente licencia para emplearla en "legítima defensa".  
 
    Debería prestársele más atención a este fenómeno, y deberíamos analizar por qué hay un negocio tan floreciente alrededor de la seguridad, tanto pública como privada. Sin duda, hay muchos intereses detrás, y no sólo económicos, sino también políticos,  que viene a ser lo mismo. 
 
    Menos lobos, señor ex-presidente. Menos “acecho de terrorismo difuso y escurridizo”. Aquí el fanatismo más evidente es el de los que creen a pie juntillas, como usted y muchos de sus clientes y palanganeros, en la Seguridad con mayúsculas, en que puede haber algo como eso. Aquí el terrorismo más “difuso y escurridizo”, o sea el más abstracto, es el de los que nos meten miedo como usted. 
 
 
    La permeabilidad de las fronteras es buena. Lástima que todavía haya algunas, muchas, impermeables. Lástima que sean más infranqueables que nunca. Lástima que haya fronteras en definitiva.

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