Según unas estadísticas sacadas de la manga de las encuestas -¡maldito vicio pedopsicagógico de hacer sondeos y rastrear no el sentido común, que es el menos común de los sentidos, sino la opinión personal mayoritaria o voto de cada átomo personal intransferible!- con que nos bombardean los medios masivos de (in)formación, y con que nos distraen de lo que realmente importa para que no nos demos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, y para la formación del espíritu nacional de nuestra conciencia democrática acrítica y aturdida, a los chicos y chicas españoles de la franja de edad que va de los once a los quince años de edad, la democracia al parecer se la trae flojísima, muy floja.
En efecto, estos“-ceañeros”, vamos a llamarlos así, si se me permite la licencia del palabro, repudian esto de la democracia, y eso nos lo sirven los medios masivos a los mayores para que tratemos de educarlos llevándolos por el buen camino y de inculcarles los valores cívicos constitucionales propios del sistema de dominio vigente, a fin de que acaben entrando por el aro y empiecen a ser cuanto antes ciudadanos de pleno derecho: fierecillas domadas, que cumplen religiosamente, en una época esencialmente laica, con las normas establecidas, es decir, como buenos contribuyentes y votantes, o sea, que se confiesan y le declaran amorosamente al Fisco las intimidades de sus bienes -olvidando que toda propiedad es un hurto o expropiación del común, si no un pecado-, y que son consumidores de ideologías políticas en conserva y de artilugios de látex políticamente correctos para el uirile membrum, y, en definitiva, para que traguen sapos y culebras reales como la vida misma por un tubo a través del móvil que es ya un apéndice de la mano derecha que centra la atención de sus ojos, que no ven más allá de la pantalla y de lo que por ella les arrojan. A estos “-ceañeros” la sociedad quiere adulterarlos, o sea, hacerlos adultos, hombres y mujeres hechos y derechos como Dios manda.
Estos jovencitos, además, sólo se identifican, y hacen bien, con su pueblo o ciudad y con sus gentes más cercanas e inmediatas, no con ideas, sino con las realidades tangibles más próximas: ni con la idea de España (sólo un 14%), ni siquiera con la de su comunidad autónoma respectiva (sólo un 10%), ni muchísimo menos con la entelequia de Europa, cuya incidencia, pese a los esfuerzos de los políticos que nos llaman a votar cada cinco años, es prácticamente nula y anecdótica: un 2%.
Los medios masivos sacan la conclusión, apresurada a todas luces, de que les atraen las dictaduras, y que esto les pasa, claro, porque no han conocido y vivido en sus propias carnes la del Generalísimo F.F., por ejemplo, ni, remontándonos un poco más atrás, tampoco la del General Primo de Rivera, por supuesto. Es cierto, han nacido bajo la férula de la democracia; casi, si se descuidan, ni siquiera han conocido las regencia socialista ni la popular. Todavía no habían nacido, angelicales criaturas perversas polimorfas, según el padre Freud. No tienen la culpa de no haber venido antes al mundo -ellos a violarlas y ellas a ser violadas- y de no conocer más forma de dominio que esta que padecemos todos: la única que hay hoy por hoy en la realidad, la única que cuenta.
¿Democracia? ¡No, gracias! Analicemos un poco el tinglado este del gobierno que dicen del pueblo, por el pueblo y para el pueblo según el cacareado dogma de fe vigente. Detengámonos en una pequeña cuestión gramatical, aparentemente inocua: el artículo determinado y determinante: “el” pueblo. Cabe preguntarse: ¿Qué pueblo? No es lo mismo, en efecto, el pueblo español, que el vasco, que el bombardeado pueblo gazatí, que el sufrido pueblo ucraniano, que el pueblo ruso o americano, o más propiamente, estadounidense... No es lo mismo, porque todavía hay pueblos y pueblos. Los hay de primera, de segunda y de tercera división, todavía hay clases y categorías, como en la liga nacional del despotismo absoluto balompédico. Si analizamos el cotarro actual, un pueblo concreto impone sus decisiones a todos los demás, lo cual no parece muy democrático que digamos. No es lo mismo, pues, “el” pueblo, en general sin apellidos, que ”el pueblo de los Estados Unidos” en particular, que es, ni falta hace decirlo, el que corta en el universo mundo el bacalao político, económico, militar y cultural, que es lo mismo todo.
Pero en EE.UU., esa rancia democracia, tampoco manda el pueblo: el pueblo, que es la encarnación de la vieja 'gracia de Dios' que legitimaba los gobiernos y monarquías, delega, no en su totalidad sino mayoritariamente, en un presidente del gobierno para que ejerza el poder de su despotismo sobre él. Frente a la monarquía hereditaria y dinástica del Ancien Régime, nos encontramos en los regímenes hodiernos con una monarquía electiva o gobierno de uno, no de carácter vitalicio, sino temporal, para un período de tiempo que va generalmente de los cuatro a los siete años, con posibilidad de reelección. No se llama rey, claro, sino presidente del gobierno, pero es lo mismo. Luego, tampoco es el pueblo el que gobierna en los EE.UU., sino un tyrannosaurus rex sufragado por la mayoría, que no totalidad, de ese pueblo. Este sistema de dominación es cuasiperfecto porque convierte al pueblo en electorado o clientela política y sólo permite que éste se subleve contra el poder que toca en ese momento, sustituyendo un gobierno por otro, un partido por otro, recambiando una pieza por otra, una marca por otra, un voto por otro, por lo que habitualmente se alternan impunemente en el trono republicanos y demócratas, derechas e izquierdas, sin alterar para nada el sistema subyacente que permite la supervivencia del aparato del poder por encima o por debajo de la moda de cada gobierno de turno.
El antifascismo, que podría haber seguido siendo en la actualidad un
movimiento de oposición al sistema de dominio vigente, a cualquier forma de
poder, se ha convertido sin embargo en una corriente de adhesión inquebrantable
al orden nuevo, al nuevo y último IV Reich instaurado democráticamente
en el vastísimo universo mundial globalizado. ¿No es cierto, acaso, que, pese a
la toma del palacio de invierno en 1917 y el derrocamiento del último
emperador, sigue saliendo, valga como ejemplo, el zar en Rusia de las urnas?