El filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) profetizó algo que desgraciadamente es hoy realidad. A raíz de la prohibición en Francia de la película L' Ombre des anges de Daniel Schmid en 1977, acusada de antisemitismo, publicó Deleuze un artículo en Le Monde, 18 de febrero de ese mismo año, titulado Le juif riche (El judío rico), que leo recogido en su libro “Deux Régimes de fous, textes et entretiens 1975-1995”, donde analiza dicha prohibición y reconoce que la película es tan bella que podría perdonársele un poco de antisemitismo... Al parecer está basada en una obra de teatro de Rainer Werner Fassbinder y la sinopsis de su argumento podría ser esta que leo en una página de cine de la Red: Una prostituta sin muchos clientes es contratada por un tipo llamado "el Judío" para que le escuche las escenas grotescas y sexuales que imagina. Lamenta en su artículo Deleuze que la Liga contra el antisemitismo declare antisemitas a todos los que pronuncian la palabra “judío”, y escribe: “Es como si se prohibiera una palabra en el diccionario”.
Lo que me interesa del texto de Deleuze, más allá de la anécdota de la prohibición de esta película que no he tenido la ocasión de ver, es la reflexión que hace a propósito de este tema y que es válida para la situación actual que atraviesa cuarenta años después el mundo: Por muy actual y poderoso que sea en muchos países, el viejo fascismo ya no es el problema de nuestro tiempo. Se nos prepara otros fascismos. Se está instalando un neo-fascismo en comparación con el cual el antiguo pasa por ser folclórico (...) En lugar de ser una política y una economía de guerra, el neo-fascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una “paz” no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar cada cosa, cada rostro, cada palabra un poco fuerte en nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestra sala de cine.
La aparición del neo-fascismo que denuncia Deleuze va más allá de la existencia de partidos políticos como Vox en España, el Front National en Francia, o Amanecer Dorado en Grecia, que responden, más bien, al viejo fascismo que el denomina folclórico. El neofascismo del que habla es una metástasis que el neoliberalismo ha ido desplegando sutilmente por casi todas las esferas de la vida en nombre de la seguridad y, recientemente, de la Salud Pública.
Este neofascismo no entiende de gobiernos de izquierdas ni de derechas. No se alimenta de ingredientes ideológicos, sino del miedo que siembra entre la gente. Y llama la atención cómo se extiende en ámbitos progresistas, sirviéndose incluso de eso que Deleuze denominó antifascismo folclórico, que le sirve como cortina de humo y distraccion para inocularse sigilosamente como un auténtico virus en el cuerpo social.
Muy oportuna y desgraciadamente profética resulta la reflexión que hacía Deleuze. Resulta paradójico, pero el neofascismo se disfrace de antifascismo, como el cuento aquel de la infancia en que el lobo se hacía pasar por mamá cabra aclarándose la voz y untándose sus negras pezuñas con harina blanca para confundir a los cabritos, de forma que le abriesen la puerta y pudiera, acto seguido, devorarlos.
Dando un salto de más de cuarenta años, y viniendo a nuestros días, la epidemia declarada pandemia del virus coronado que llevamos padeciendo durante siete meses está sirviendo de caldo de cultivo de una dictadura fascista mundial. Desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos de América, pasando por las monarquías y repúblicas de la vieja Europa, las sedicentes democracias representativas occidentales han adoptado y están desarrollando el modelo chino de tecnocracia fascista para imponer un Estado de bioseguridad singular.