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domingo, 11 de febrero de 2024

Es-pa-ñas (II)

  La España gacetillera. Es la España que asciende de Madrid al cielo, donde ya no quedan más osos ni madroños que el simulacro platónico de la Puerta del Sol. En la villa y la corte se publica el periódico más antiguo de todas las Españas habidas y por haber: La Gaceta de Madrid (mentirosa, porque todo lo que dice, la pura realidad, es una cochina mentira). Los liberales siempre detestaron su carácter de prensa oficial. Por algo se decía todavía que alguien miente más que La Gaceta cuando le crece la nariz como a Pinocho. Pues bien, esta gaceta mentirosa se ha convertido, con el paso del tiempo, en el no menos mendaz y deleznable Boletín Oficial del Estado, que ahora se renueva en 17 ediciones autonómicas: Boletín Oficial de Extremadura, de Cantabria, de Aragón... Es la Gaceta de Madrid, o Boletín Oficial del Estado, el prototipo de prensa oficial del régimen democrático que padecemos, el modelo y patrón de todos los demás diarios independientes de la mañana, la Biblia en verso: el decano de los medios de adoctrinamiento de masas que explica, a golpe de Real Decreto, las cosas como son para que no nos preguntemos cómo son las cosas.

     Graecum est; non legitur.   Es griego. No se lee porque no se entiende ni se quiere entender. Además ¿de qué sirve leer en la España que sabe leer y escribir, porque así se lo han inculcado en la escuela, pero que no lee o que, si se pone por ventura a hacerlo, no se entera de lo que lee, funcionalmente analfabeta como es?; ¿de qué sirve escribir en España, que es llorar, como dijo el otro, porque esta España benemérita nuestra sólo sabe estampar su firma, donde antes se ponía una equis, como en las quinielas, en las facturas de las tarjetas de débito y de crédito, y en el Documento Nacional de Identidad, donde plasma además la huella digital de su pezuña bravía? ¿Quién piensa en la España del único pensamiento único?
     La España posmoderna de los Reyes Católicos. La España del tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, porque igual da el timbre, masculino o femenino, de la voz de mando, ya que sigue habiendo mandamases/as, elegidos/as democráticamente, y mandados/as, democráticamente resignados/as. Ante la tradicional preponderancia del marido respecto a la mujer, la católica majestad aseguró que ella era reyna no por ser la esposa de un monarca, sino por derecho propio. La realeza se convertía así en un cargo que podía desempeñar tanto el hombre como la mujer, que así se equiparaba a los varones. 
     Se habla en la España hodierna de equiparación entre el hombre y la mujer, y se pone como ejemplo el hecho de que haya mujeres ministros, esto es, ministras: son las mujeres las que llevan ahora los pantalones, no los hombres los que llevamos faldas. De hecho en algunos colegios religiosos se han prohibido las faldas de los uniformes de las niñas para luchar contra los estereotipos sexistas, por lo que tanto ellas como ellos llevan ahora pantalones, lo que no significa que jerárquicamente seamos todos iguales... Efectivamente, aunque dé lo mismo que mande Isabel que Fernando, lo que no da tanto lo mismo es ser uno o una de los que mandan y llevan los pantalones y uno o una de los mandados. Y es que esta España tan posmoderna sigue siendo la España de las católicas majestades, que sigue desalojando de sus fronteras a judíos y moriscos, hoy inmigrantes ilegales que carecen de papeles que los identifiquen, por lo que les llega la inevitable orden de expulsión definitiva. Y es que, ay, hoy es siempre todavía, como cantó don Antonio Machado. Pero no, lo que no da igual, decíamos, es que alguien mande y alguien, el súbdito, obedezca. Ya lo dice el refrán: no mandan marineros donde manda capitán,  o para el caso capitana, como ya lo era la Pilarica o Virgen del Pilar, una de las once mil vírgenes o advocaciones nacionales de María Santísima, que no quería ser francesa, o sea ilustrada, sino capitana, como se sabe, de la tropa aragonesa enemiga de las luces.