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domingo, 17 de marzo de 2024

Más trinos del demonio

El demonio me susurra al oído que Su Santidad el Papa también a veces en su fuero interno, como todo el mundo, se caga en Dios y en todo lo que hay alrededor.
 
 
 
Dice en algún sitio Freud que el derecho en su origen no era más que violencia bruta, por lo que no puede dejar de renunciar al apoyo esencial de la violencia.
 
Tucídides en La historia de la guerra del Peloponeso llama a la guerra “severa maestra” (o “maestro”, porque pólemos es masculino en griego): didáscalo brutal.
 
Un agencia de viajes oferta destinos cercanos y asequibles para no quedarse en casa en Semana Santa a quienes creen que yéndose se van a librar de sus cadenas.
 
El jefe del gobierno teutón instó a los países europeos a producir material militar masivamente a raíz de la amenaza duradera, según él, que Rusia representa.
 
Las relaciones digitales, que acercan a las personas que están lejos pero alejan a las que están cerca, aíslan a los individuos, si cabe, más de lo que están.
 
 
A la sociedad feudal tripartita de laboratores, bellatores y oratores se han sumado ahora, so pretexto de liberación, las laboratrices, bellatrices y oratrices.
 
 Toda decisión, etimológicamente, es tajante dado que decidere significaba en latín 'cortar de un hachazo, guillotinar hasta degollar a la víctima sacrificial'.
 
Alerta de la Agencia Estatal de Meteorología ante la previsible amenaza de una intensa ciclogénesis explosiva: confinamiento domiciliario: quédate en tu casa.
 
 La Unión Europea y la comunidad científica, según el Periódico Global, “trabajan en la prevención para el futuro”: prevenir el futuro es hacer que se presente.
 
 
Confesémonos, por lo que pueda acontecer, antes de cometer el pecado que vamos a ejecutar irremisiblemente a fin de que Dios, Nuestro Señor nos coja confesados.
 
 Memoria histórica: Planteémonos esta cuestión: ¿por qué nos obligaron a llevar mascarilla durante la pandemia si no había evidencia científica que lo avalara?

No es que os tomaran el pelo con el bozal pandémico, ni que la pandemia toda fuera la sarcástica tomadura de pelo que fue, sino que fue peor: os lo creísteis.

Un idiota es un idiota. Dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político”. Aunque no lo escribió Kafka, no deja de ser cierto sin embargo.

 Net zero emissions. ¿Emisiones cero neto para un futuro sostenible? ¡Toma futuro que se sostenga! Dijo el demonio soltando un fétido pedo infernal insoportable.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

El fin del mundo y de las cosas

    ¿Qué es la Nueva Normalidad si no la digitalización del mundo o idealización a través de imágenes y cuantificación numérica de la Realidad, por decirlo de otra manera, y, en última instancia, también de nosotros mismos?

    El proceso de digitalización había comenzado mucho antes de la pandemia, a principios del siglo XXI, con lo que se dio en llamar la Revolución Tecnológica; sin embargo el cambio vertiginoso de paradigma sólo podía darse con un acontecimiento brusco, con un golpe de timón contundente como fue la Pandemia Universal declarada por la OMS, avalada por la mayoría de los gobiernos y por la desproporcionada cobertura mediática que obtuvo, factores que aceleraron el fenómeno sobremanera, y que nos condenaron al aislamiento del confinamiento sanitario.

    En la fase actual en que nos encontramos de pospandemia, no podemos evitar la tentación cuando estamos con otras personas de consultar nuestros teléfonos inteligentes. Ellos son la sede ahora de nuestra memoria y de nuestra actividad cerebral, por lo que, a pesar de la interconexión reinante, nos sentimos más incomunicados y más solos que nunca.

    En lugar de tejer relaciones con los demás, nos proyectamos cada vez más en nosotros mismos, y acumulamos amigos y seguidores, sin encontrarnos los unos con los otros. La digitalización hace desaparecer al otro, permitiendo que florezca el narcisismo y la egolatría.

Narciso, Jody Kelly.
 

    Si la pandemia agravó la pérdida de lazos de comunidad, la pospandemia, no ha hecho que volvamos a la situación anterior a la pandemia, sino que vivamos esta nueva fase como un intervalo entre pandemias, que ya se han instalado en nuestro imaginario colectivo. De hecho, la OMS ya pronostica para el año que viene una nueva pandemia bajo la amenaza permanente de “otro patógeno emergente con un potencial aún más mortal".

    Vivimos en estado permanente de alarma, aunque ahora estemos en posición de stand by, por lo que las cosas no han vuelto ni volverán a ser nunca como antes. De hecho, podemos decir, las cosas van desapareciendo paulatinamente de nuestro mundo, y también las personas, convertidas en 'contactos' sin tacto.

    Ya no hay cosas ni personas en el mundo. Se puede decir que el fin del mundo tal y como lo conocíamos ya ha tenido lugar. Cosas y personas han sido sustituidas por las ideas platónicas y por los números que las cuantifican. Las ideas han desplazado a las cosas. Hemos vuelto a la caverna de Platón. La digitalización ha hecho que el mundo, informatizado, sea menos tangible, menos palpable, menos físico, y más ideal, pero no por ello menos real, y ha hecho que se multiplique como un tumor cancerígeno la información.

Narciso, Caravaggio (1594-1596)

    La digitalización elimina los recuerdos de nuestra memoria, que, atrofiada, pierde el sabor y el aroma de las cosas y acumula a cambio datos e información innecesaria almacenados en nuestro teléfono inteligente, que es la sede de nuestra memoria: es nuestra alma, nuestro consejero espiritual ante el que nos confesamos, nuestro objeto de fe y de devoción. Si queremos entender en qué tipo de sociedad vivimos, tenemos que comprender qué es la información, una información que se rebela enseguida falsa, que no permanece, dada su nula vigencia y su fugacidad. La información, no las cosas, es lo que define nuestra relación con el mundo pospandémico. Como acertó a decir ingeniosamente Byung-Chul Han, ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la Nube en su lugar.

    Si percibimos la realidad no como una experiencia sensible, sino en términos de información, la estamos despojando de su esencia, y eso nos hace insensibles ante la belleza. Nuestra percepción se reduce a la información de los datos y noticias -ideas y números- de la realidad.

    Si recurro a una imagen mitológica que explique lo que estamos viviendo, me viene enseguida a la cabeza la de “Eco y Narciso” que pintó John William Waterhouse en 1903, donde nosotros somos Narciso, que no ve a la ninfa Eco que representaría la realidad carnal y la belleza sensitiva que, triste, lo contempla a él que se contempla a sí mismo y no la ve a ella en el solipsismo del espejo de su teléfono inteligente, el lago en el que se sumergirá y ahogará.

Eco y Narciso, John W. Waterhouse (1903)
 

jueves, 15 de junio de 2023

Execración de las nuevas tecnologías

 
Felices, Laurie Lipton (2015)

La ciberdependencia es el opio hoy 
del pueblo, que diría el viejo Carlos Marx 
si levantara la cabeza y viera que hay 
una adicción globalizada y compulsiva 
en todos los rincones del planeta Tierra
que nos convierte en espectadores impasibles
y hace que hagamos click en la pantalla y eso 
que llaman realidad virtual y no es verdad, 
y nunca en nuestra propia realidad real, 
navegando sin llegar a puerto nunca bueno 
por los procelosos mares del ciberespacio, 
sin ser capaces ni siquiera de denunciar 
su falsedad intrínseca y consustancial. 
Maldigo, pues, la inteligencia artificial
 las tecnologías de la nueva información
 y comunicación, malditas sean todas, 
que sólo sirven para incomunicarnos 
atrapados en sociales redes solitarias
y mantenernos a todos bien desinformados
 a fuerza de saturación de informaciones
 y controlados por los hilos del poder.
Realidad virtual, Laurie Lipton (2015)
 

viernes, 30 de diciembre de 2022

El apéndice celular móvil

    Fabio Coala es un dibujante de cómic brasileño, que publica desde 2010 historietas en su página mentirinhas con diferentes personajes, generalmente animales, en cuatro viñetas, con un estilo muy característico. He elegido esta en que un cuervo le pregunta a otro si lo que ven desde las alturas es un ser humano, a lo que el otro le responde que no, que se trata de un espantapájaros, de lo que está seguro por la sencilla razón de que no está mirando su teléfono móvil.

    La respuesta nos produce una ligera sonrisa. No puede decirse que 'mirar el móvil' sea una nota característica esencial de las personas. Al menos, no lo había sido hasta ahora. Pero ya lo es. Hay tantos móviles como personas. De hecho hay más. Cada teléfono móvil está asociado a un número personalizado que lo identifica, tan característico y definitorio como el número del DNI español o el de la tarjeta de crédito o débito o nuestro ADN esencial.

    Cada vez es más frecuente ver niños en edad escolar absortos en su teléfono móvil que llevan siempre consigo como un apéndice imprescindible de su personalidad. Es la imagen típica característica de esta época. Probablemente es el objeto que más atraiga nuestra atención, tanto de los pequeños como de los adultos, también el que más tocamos a lo largo del día. En el caso de los primeros parece más grave porque para ellos la realidad es una novedad todavía, y en consecuencia, un espectáculo, pero la realidad que les entra por los ojos a través del teléfono inteligente no es la real, valga la redundancia, sino la virtual.

    La realidad virtual gana con creces a la real porque decide por nosotros dónde centrar nuestra atención haciéndonos creer que somos nosotros los que decidimos. La primera reflexión que surge cuando se trata este tema es cómo el progreso de la tecnología ha trastornado nuestros hábitos. Es algo evidente, pero estaba ya en nuestra naturaleza crear un mundo virtual, ideal, que sustituyera al real, para evadirnos de este.

    No son internet y el esmarfon los que han provocado el cambio de hábitos nuestros, sino que tanto lo uno como lo otro son el resultado de lo que siempre hemos querido tener entre manos. Una herramienta que pone todo a nuestra disposición, incluidos los otros usuarios. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué anhelamos tanto la creación de un mundo virtual y tener acceso inmediato a él?


    La respuesta no puede ser simple, sino muy compleja. Queremos trascender el mundo físico, y por eso nos refugiamos en el metafísico. Nos evadimos así de la realidad de un mundo que nos genera mucho sufrimiento y dolor, además de un tremendo cansancio. Por lo que buscamos refugiarnos en otro mundo, purgado de todo el sufrimiento de este. No nos importa que ese mundo sustitutorio sea un engaño y trampantojo.

    Podemos criticar el transhumanismo todo lo que queramos, pero de hecho lo estamos aceptando tácitamente desde el momento en que incorporamos a nuestras vidas como lo más normal del mundo estos artilugios que a modo de apéndices nos anulan como seres humanos. Y a eso lo llamamos progreso o camino hacia delante, pero ¿a dónde vamos?

sábado, 9 de abril de 2022

Europa remasterizada y digitalizada

    En Europa la identidad digital avanza a pasos agigantados desde hace algunos años. ¿Qué es la digitalización? Un dígito en nuestra lengua madre es un dedo, y habida cuenta de que se contaba con los dedos de la mano -la calculadora de la vieja- un dígito es también un número. Digitalización es, por lo tanto, cuantificación numérica, conversión en número de algo que no lo es. Digitalizar es cuantificar lo incuantificable, numerarlo. Y numerarlo es cosificarlo. 
 
    Recordemos aquel sabio dicho de nuestra lengua que reza: Caballo y caballero no son dos, sino uno y uno (o uno y otro, según otra versión, y podríamos decir, uno solo, como el mítico centauro) pero nunca dos. Si digitalizamos el caballo y el caballero, obtenemos un número, el número dos. Estamos sumando. Todos sumamos. Sumamos todos, y si sumamos estamos convirtiendo lo que no se puede sumar en números, es decir en cosas, o mejor dicho, en ideas, incluidos nosotros que somos los que contamos, las personas. 

     ¿Cómo comenzó este proceso de digitalización de la vieja Europa? Pues habría que remontarse ni más ni menos que a Pitágoras, quien creía que el número (arithmós) era el principio (arché) de todas las cosas, como si dijéramos su materia prima, su ser y su sustancia. 
 
    Pero, si no queremos remontarnos tan lejos y venimos a lo más cercano, vemos que el origen de nuestra conversión en un número está relacionado con el control que sobre nosotros pretende ejercer el Estado, que nos otorga, por ejemplo en España, un número: el de nuestro Documento Nacional de Identidad (o en su defecto el de nuestro pasaporte). Las entidades privadas o no estatales, por otra parte, también nos otorgan un número en función del peso específico de nuestro capital: el de nuestra cuenta corriente o tarjetas de crédito y débito. 
 
    El control que pretende ejercer el Estado sobre nosotros necesita constantemente de una coartada que lo justifique, dado que atenta contra nuestra libertad. Esa justificación habría que buscarla en principio en el riesgo terrorista, que pone en peligro nuestra seguridad. Últimamente este argumento, que se basaba en la existencia de un terrorista enemigo que ponía en peligro la seguridad de todos, no se sostenía, se veía como algo muy lejano e improbable, quedaba ya obsoleto, por lo que se recurrió a otro más sofisticado: la existencia de un virus de una letalidad peligrosísima del que podríamos ser portadores sin saberlo. Era una manera de decirnos que los terroristas y el virus éramos nosotros. Se entronizaba así la Sanidad, mejor que la salud, que sigue siendo una palabra patrimonial popular, para justificar nuestra inmolación o sacrificio en aras del ideal. 
¿La tecnología al servicio de las personas o las personas al servicio de la tecnología?
 
    El pasaporte vacunal, en efecto, es lo que mejor materializaba este progreso con el que avanzaba la digitalización de la sociedad a manos del caballo de Troya que es nuestro esmarfon o teléfono inteligente o, sencillamente, móvil, un aparato que lleva adosada nuestra identidad, nuestra alma, que es nuestro dinero, nuestros datos personales con un número que nos identifica como si fuera nuestra sombra. No hace falta ya ningún Documento Nacional de Identidad, nuestro DNI es nuestro móvil, que encarna nuestra identidad virtual, al que hablamos y que nos escucha: es nuestra agenda telefónica, nuestro geolocalizador, nuestro pasaporte, nuestro todo. Me he visto obligado a aprenderme su número, que no es sólo mi número de teléfono, sino mi DNI, mi pasaporte, mi tarjeta sanitaria, mi banco, mi todo. Resulta muy cómodo llevar todos estos datos en un solo soporte, pero resulta muy ingenuo no ver que ese soporte nos lleva a nosotros mismos que hemos vendido el alma al diablo. Resulta muy ingenuo no ver que el haber cedido todos estos datos no iba a causarnos ningún perjuicio en detrimento de nuestra libertad.
 
 
 
    Cuando se habla del incremento del control social y de la vigilancia en la vieja Europa, siempre sale alguien rebuznando «es peor en China», lo que seguramente es verdad pero el mal de los chinos, que son muchos como se sabe, no puede consolarnos a los europeos, que somos a la sazón muchísimos menos, muy muy pocos: mal de muchos, dice el refrán, consuelo de tontos. Esto recuerda la enseñanza moral del cuento aquel de El Conde Lucanor del infante don Juan Manuel:  “Por pobreza nunca desmayedes, pues otros más pobres que vos veredes”; argumento que retomó Calderón de la Barca en La vida es sueño y versificó así: Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó. Lo que viene a decir que no podemos quejarnos, que hay otros que están mucho peor que nosotros y no se quejan, aunque tienen más razones para hacerlo.
 
    Lo que está meridianamente claro es que a fecha de hoy, España, Europa y en sentido general, Occidente, se exponen a la digitaliación de nuestra sociedad, tomando como punto de partida la salud para llegar hasta la identidad personal. Es verdad que hace años ya que somos dependientes de nuestros móviles pero, desaparecidos prácticamente los móviles prepago, no se había visto nunca hasta la pandemia que tuviéramos que sacar los esmárfones para justificar nuestra identidad en lo concerniente a nuestro estado de salud, o, mejor dicho, de vacunación, que no es lo mismo. Había que exhibirlo hasta para entrar a comer a un restorán, y hasta para consultar su menú a través del código digital. 
 

 
    Nadie puede salir ya de su casa sin su adminículo móvil. Y ahora que el secreto médico se ha vuetlo cada vez más evanescente, pese a la cacareada protección de datos, el resto de nuestros datos sigue siendo aspirado por los codiciosos bancos de datos, compañías de seguros, navegadores de la Red, etc. El esmarfon es la moderna epifanía del Estado y el Capital asociados a un número: nuestra identidad personal que es también la económica, sobra que se diga. 
 
    La Unión Europea no se queda a la zaga, ya que ha regulado su «agenda digital para 2030» desde marzo de 2021. Se trataría con todo ello de dotar a cada uno de un pasaporte digital europeo en el que estaría incluido el carné de vacunación.  En esta generalización de la identidad digital que mezcla lo público y lo privado, el Estado y el Capital en términos políticos clásicos, el Foro Económio Mundial, con sede en Suiza, trabaja en ello desde hace años y no lo oculta. 
 
 La casa de los locos o El manicomio, Louis Raemaekers (1915)