En Europa la identidad digital avanza a pasos agigantados desde hace algunos años. ¿Qué es la digitalización? Un dígito en nuestra lengua madre es un dedo, y habida cuenta de que se contaba con los dedos de la mano -la calculadora de la vieja- un dígito es también un número. Digitalización es, por lo tanto, cuantificación numérica, conversión en número de algo que no lo es. Digitalizar es cuantificar lo incuantificable, numerarlo. Y numerarlo es cosificarlo.
Recordemos aquel sabio dicho de nuestra lengua que reza: Caballo y caballero no son dos, sino uno y uno (o uno y otro, según otra versión, y podríamos decir, uno solo, como el mítico centauro) pero nunca dos. Si digitalizamos el caballo y el caballero, obtenemos un número, el número dos. Estamos sumando. Todos sumamos. Sumamos todos, y si sumamos estamos convirtiendo lo que no se puede sumar en números, es decir en cosas, o mejor dicho, en ideas, incluidos nosotros que somos los que contamos, las personas.
¿Cómo comenzó este proceso de digitalización de la vieja Europa? Pues habría que remontarse ni más ni menos que a Pitágoras, quien creía que el número (arithmós) era el principio (arché) de todas las cosas, como si dijéramos su materia prima, su ser y su sustancia.
Pero, si no queremos remontarnos tan lejos y venimos a lo más cercano, vemos que el origen de nuestra conversión en un número está relacionado con el control que sobre nosotros pretende ejercer el Estado, que nos otorga, por ejemplo en España, un número: el de nuestro Documento Nacional de Identidad (o en su defecto el de nuestro pasaporte). Las entidades privadas o no estatales, por otra parte, también nos otorgan un número en función del peso específico de nuestro capital: el de nuestra cuenta corriente o tarjetas de crédito y débito.
El control que pretende ejercer el Estado sobre nosotros necesita constantemente de una coartada que lo justifique, dado que atenta contra nuestra libertad. Esa justificación habría que buscarla en principio en el riesgo terrorista, que pone en peligro nuestra seguridad. Últimamente este argumento, que se basaba en la existencia de un terrorista enemigo que ponía en peligro la seguridad de todos, no se sostenía, se veía como algo muy lejano e improbable, quedaba ya obsoleto, por lo que se recurrió a otro más sofisticado: la existencia de un virus de una letalidad peligrosísima del que podríamos ser portadores sin saberlo. Era una manera de decirnos que los terroristas y el virus éramos nosotros. Se entronizaba así la Sanidad, mejor que la salud, que sigue siendo una palabra patrimonial popular, para justificar nuestra inmolación o sacrificio en aras del ideal.
¿La tecnología al servicio de las personas o las personas al servicio de la tecnología?
El pasaporte vacunal, en efecto, es lo que mejor materializaba este progreso con el que avanzaba la digitalización de la sociedad a manos del caballo de Troya que es nuestro esmarfon o teléfono inteligente o, sencillamente, móvil, un aparato que lleva adosada nuestra identidad, nuestra alma, que es nuestro dinero, nuestros datos personales con un número que nos identifica como si fuera nuestra sombra. No hace falta ya ningún Documento Nacional de Identidad, nuestro DNI es nuestro móvil, que encarna nuestra identidad virtual, al que hablamos y que nos escucha: es nuestra agenda telefónica, nuestro geolocalizador, nuestro pasaporte, nuestro todo. Me he visto obligado a aprenderme su número, que no es sólo mi número de teléfono, sino mi DNI, mi pasaporte, mi tarjeta sanitaria, mi banco, mi todo. Resulta muy cómodo llevar todos estos datos en un solo soporte, pero resulta muy ingenuo no ver que ese soporte nos lleva a nosotros mismos que hemos vendido el alma al diablo. Resulta muy ingenuo no ver que el haber cedido todos estos datos no iba a causarnos ningún perjuicio en detrimento de nuestra libertad.
Cuando se habla del incremento del control social y de la vigilancia en la vieja Europa, siempre sale alguien rebuznando «es peor en China», lo que seguramente es verdad pero el mal de los chinos, que son muchos como se sabe, no puede consolarnos a los europeos, que somos a la sazón muchísimos menos, muy muy pocos: mal de muchos, dice el refrán, consuelo de tontos.
Esto recuerda la enseñanza moral del cuento aquel de El Conde Lucanor del infante don Juan Manuel: “Por pobreza nunca desmayedes, pues otros más pobres que vos veredes”; argumento que retomó Calderón de la Barca en La vida es sueño y versificó así: Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó. Lo que viene a decir que no podemos quejarnos, que hay otros que están mucho peor que nosotros y no se quejan, aunque tienen más razones para hacerlo.
Lo que está meridianamente claro es que a fecha de hoy, España, Europa y en sentido general, Occidente, se exponen a la digitaliación de nuestra sociedad, tomando como punto de partida la salud para llegar hasta la identidad personal.
Es verdad que hace años ya que somos dependientes de nuestros móviles pero, desaparecidos prácticamente los móviles prepago, no se había visto nunca hasta la pandemia que tuviéramos que sacar los esmárfones para justificar nuestra identidad en lo concerniente a nuestro estado de salud, o, mejor dicho, de vacunación, que no es lo mismo. Había que exhibirlo hasta para entrar a comer a un restorán, y hasta para consultar su menú a través del código digital.
Nadie puede salir ya de su casa sin su adminículo móvil. Y ahora que el secreto médico se ha vuetlo cada vez más evanescente, pese a la cacareada protección de datos, el resto de nuestros datos sigue siendo aspirado por los codiciosos bancos de datos, compañías de seguros, navegadores de la Red, etc.
El esmarfon es la moderna epifanía del Estado y el Capital asociados a un número: nuestra identidad personal que es también la económica, sobra que se diga.
La Unión Europea no se queda a la zaga, ya que ha regulado su «agenda digital para 2030» desde marzo de 2021. Se trataría con todo ello de dotar a cada uno de un pasaporte digital europeo en el que estaría incluido el carné de vacunación.
En esta generalización de la identidad digital que mezcla lo público y lo privado, el Estado y el Capital en términos políticos clásicos, el Foro Económio Mundial, con sede en Suiza, trabaja en ello desde hace años y no lo oculta.
La casa de los locos o El manicomio, Louis Raemaekers (1915)