sábado, 26 de julio de 2025
Identidad Digital
domingo, 17 de marzo de 2024
Más trinos del demonio
No es que os tomaran el pelo con el bozal pandémico, ni que la pandemia toda fuera la sarcástica tomadura de pelo que fue, sino que fue peor: os lo creísteis.
“Un idiota es un idiota. Dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político”. Aunque no lo escribió Kafka, no deja de ser cierto sin embargo.
Net zero emissions. ¿Emisiones cero neto para un futuro sostenible? ¡Toma futuro que se sostenga! Dijo el demonio soltando un fétido pedo infernal insoportable.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
El fin del mundo y de las cosas
¿Qué es la Nueva Normalidad si no la digitalización del mundo o idealización a través de imágenes y cuantificación numérica de la Realidad, por decirlo de otra manera, y, en última instancia, también de nosotros mismos?
El proceso de digitalización había comenzado mucho antes de la pandemia, a principios del siglo XXI, con lo que se dio en llamar la Revolución Tecnológica; sin embargo el cambio vertiginoso de paradigma sólo podía darse con un acontecimiento brusco, con un golpe de timón contundente como fue la Pandemia Universal declarada por la OMS, avalada por la mayoría de los gobiernos y por la desproporcionada cobertura mediática que obtuvo, factores que aceleraron el fenómeno sobremanera, y que nos condenaron al aislamiento del confinamiento sanitario.
En la fase actual en que nos encontramos de pospandemia, no podemos evitar la tentación cuando estamos con otras personas de consultar nuestros teléfonos inteligentes. Ellos son la sede ahora de nuestra memoria y de nuestra actividad cerebral, por lo que, a pesar de la interconexión reinante, nos sentimos más incomunicados y más solos que nunca.
En lugar de tejer relaciones con los demás, nos proyectamos cada vez más en nosotros mismos, y acumulamos amigos y seguidores, sin encontrarnos los unos con los otros. La digitalización hace desaparecer al otro, permitiendo que florezca el narcisismo y la egolatría.
Si la pandemia agravó la pérdida de lazos de comunidad, la pospandemia, no ha hecho que volvamos a la situación anterior a la pandemia, sino que vivamos esta nueva fase como un intervalo entre pandemias, que ya se han instalado en nuestro imaginario colectivo. De hecho, la OMS ya pronostica para el año que viene una nueva pandemia bajo la amenaza permanente de “otro patógeno emergente con un potencial aún más mortal".
Vivimos en estado permanente de alarma, aunque ahora estemos en posición de stand by, por lo que las cosas no han vuelto ni volverán a ser nunca como antes. De hecho, podemos decir, las cosas van desapareciendo paulatinamente de nuestro mundo, y también las personas, convertidas en 'contactos' sin tacto.
Ya no hay cosas ni personas en el mundo. Se puede decir que el fin del mundo tal y como lo conocíamos ya ha tenido lugar. Cosas y personas han sido sustituidas por las ideas platónicas y por los números que las cuantifican. Las ideas han desplazado a las cosas. Hemos vuelto a la caverna de Platón. La digitalización ha hecho que el mundo, informatizado, sea menos tangible, menos palpable, menos físico, y más ideal, pero no por ello menos real, y ha hecho que se multiplique como un tumor cancerígeno la información.
Narciso, Caravaggio (1594-1596)
La digitalización elimina los recuerdos de nuestra memoria, que, atrofiada, pierde el sabor y el aroma de las cosas y acumula a cambio datos e información innecesaria almacenados en nuestro teléfono inteligente, que es la sede de nuestra memoria: es nuestra alma, nuestro consejero espiritual ante el que nos confesamos, nuestro objeto de fe y de devoción. Si queremos entender en qué tipo de sociedad vivimos, tenemos que comprender qué es la información, una información que se rebela enseguida falsa, que no permanece, dada su nula vigencia y su fugacidad. La información, no las cosas, es lo que define nuestra relación con el mundo pospandémico. Como acertó a decir ingeniosamente Byung-Chul Han, ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la Nube en su lugar.
Si percibimos la realidad no como una experiencia sensible, sino en términos de información, la estamos despojando de su esencia, y eso nos hace insensibles ante la belleza. Nuestra percepción se reduce a la información de los datos y noticias -ideas y números- de la realidad.
Si recurro a una imagen mitológica que explique lo que estamos viviendo, me viene enseguida a la cabeza la de “Eco y Narciso” que pintó John William Waterhouse en 1903, donde nosotros somos Narciso, que no ve a la ninfa Eco que representaría la realidad carnal y la belleza sensitiva que, triste, lo contempla a él que se contempla a sí mismo y no la ve a ella en el solipsismo del espejo de su teléfono inteligente, el lago en el que se sumergirá y ahogará.
jueves, 15 de junio de 2023
Execración de las nuevas tecnologías
viernes, 30 de diciembre de 2022
El apéndice celular móvil
Fabio Coala es un dibujante de cómic brasileño, que publica desde 2010 historietas en su página mentirinhas con diferentes personajes, generalmente animales, en cuatro viñetas, con un estilo muy característico. He elegido esta en que un cuervo le pregunta a otro si lo que ven desde las alturas es un ser humano, a lo que el otro le responde que no, que se trata de un espantapájaros, de lo que está seguro por la sencilla razón de que no está mirando su teléfono móvil.
La respuesta nos produce una ligera sonrisa. No puede
decirse que 'mirar el móvil' sea una nota característica esencial
de las personas. Al menos, no lo había sido hasta ahora. Pero ya lo es. Hay tantos móviles como personas. De hecho hay más. Cada teléfono móvil está asociado a un número personalizado que lo identifica, tan característico y definitorio como el número del DNI español o el de la tarjeta de crédito o débito o nuestro ADN esencial.
Cada vez es más frecuente ver niños en edad escolar absortos en su teléfono móvil que llevan siempre consigo como un apéndice imprescindible de su personalidad. Es la imagen típica característica de esta época. Probablemente es el objeto que más atraiga nuestra atención, tanto de los pequeños como de los adultos, también el que más tocamos a lo largo del día. En el caso de los primeros parece más grave porque para ellos la realidad es una novedad todavía, y en consecuencia, un espectáculo, pero la realidad que les entra por los ojos a través del teléfono inteligente no es la real, valga la redundancia, sino la virtual.
La realidad virtual gana con creces a la real porque decide por nosotros dónde centrar nuestra atención haciéndonos creer que somos nosotros los que decidimos. La primera reflexión que surge cuando se trata este tema es cómo el progreso de la tecnología ha trastornado nuestros hábitos. Es algo evidente, pero estaba ya en nuestra naturaleza crear un mundo virtual, ideal, que sustituyera al real, para evadirnos de este.
No son internet y el esmarfon los que han provocado el cambio de hábitos nuestros, sino que tanto lo uno como lo otro son el resultado de lo que siempre hemos querido tener entre manos. Una herramienta que pone todo a nuestra disposición, incluidos los otros usuarios. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué anhelamos tanto la creación de un mundo virtual y tener acceso inmediato a él?
Podemos criticar el transhumanismo todo lo que queramos,
pero de hecho lo estamos aceptando tácitamente desde el momento en que
incorporamos a nuestras vidas como lo más normal del mundo estos
artilugios que a modo de apéndices nos anulan como seres humanos. Y a eso lo llamamos
progreso o camino hacia delante, pero ¿a dónde vamos?