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viernes, 19 de enero de 2024

Crónicas pospandémicas (II)

    Capitalismo, comunismo, socialismo, democracia, socialdemocracia, neoliberalismo, globalismo, dictadura, monarquía, república… son palabras que van diluyendo progresivamente su significado, pero que nunca van a ser abandonadas por el sistema, útiles que son todavía para ocultar el dominio sobre la gente y el hecho de que por debajo de ellas no hay nada sustancial que las haga diferentes. 

    Lo que el llamado globalismo nos trae es una colección nominal e histórica de Estados-nación, con sistemas de gobierno superficialmente diferentes, todos construidos sobre los mismos parámetros subyacentes y todos respondiendo al mismo patrón de una autoridad superior y supranacional no elegida ni declarada. Si esto nos resulta de algún modo familiar y no extraño es porque ya lo estamos padeciendo. 


    Ni siquiera hace falta que se apruebe el tratado de pandemias que quiere imponer la Organización Mundial de la Salud (en realidad Organización de la Mala Salud) porque en la práctica ya ha probado su vigencia desde que se declaró la pandemia universal del virus coronado el 30 de enero de 2020 hasta el fin de la emergencia (pero no del virus coronado) el 5 de mayo del 2023.

    ¿Qué pruebas tenemos de la existencia del así llamado Estado Profundo, que es el eje en torno al que gira el globalismo? Tenemos, por ejemplo, el hecho de que la mayoría de las naciones están introduciendo una nueva moneda digital emitida por su banco central habida cuenta de que el dinero totalmente digital permite un control absoluto de cada transacción. No existe una diferencia práctica entre 195 monedas digitales diferentes que son intercambiables y que revelan la existencia de una única moneda global que podíamos decir que es el Dinero que abandona la liquidez de su estado sólido y efectivo para convertirse en una entelequia numérica y crediticia (por no hablar de la desaparición efectiva que hemos padecido en la Unión Europea de las viejas monedas nacionales: el franco, la peseta, el marco alemán, la lira italiana..., en provecho del euro). 

    Podemos decir, en resumidas cuentas, que los viejos estados nacionales han perdido efectivamente el control de su moneda, pero el capital, que no conoce fronteras, sin embargo, no ha perdido el control de ningún estado nacional. 

        Pero ¿qué pasa con la política?¿Cómo se las arregla ese Estado Profundo para camuflar su existencia? ¿Cómo transmite ese gobierno global políticas y leyes? Dando un enfoque pedagógico a través de la educación y adoctrinamiento de los sistemas educativos y medios de formación de la opinión pública a fin de que los propios ciudadanos deseen esas políticas y leyes sin necesidad de coerción. Si alguien, haciendo uso de su libertad de expresión, se atreve a denunciar el globalismo es tachado enseguida como fuente de desinformación (disinformation) o de mala información (misinformation), y pronto será censurado efectivamente dado que, como han declarado en Davos justificando así la censura, la mayor amenaza mundial consiste en que alguien no informe de lo que tiene que informar, es decir, de lo que está sutilmente mandado. 

     Hay una línea que divide a los buenos y malos ciudadanos. Probos son los afirmacionistas, ímprobos los negacionistas (del virus, del cambio climático, de la descarbonización...), calificados además tanto por la derecha política -vamos a decir con más precisión 'por los neoliberales'- como por la izquierda -llamémoslos 'socialdemócratas'- de 'radicales de extrema derecha' o 'neonazis'. 

 

    En realidad ya no hay ni derecha ni izquierda desde hace tiempo entre los partidos parlamentarios de gobierno, pero todos ellos esgrimen el fantasma de la extrema derecha. 

     La estrategia del Estado Profundo es plantear un problema a escala mundial, como es en la actualidad el cambio climático presentándolo como crisis sanitaria que nos afecta personalmente porque puede derivar en crisis política y económica. La solución de este problema general no puede ser particular. Si es un problema global, la solución no puede ser local, tiene que ser a escala planetaria. De nada nos sirve purificar nuestro aire de emisiones de dióxido de carbono, es un decir, si los vecinos no lo hacen también, porque el aire que respiramos no tiene fronteras...