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domingo, 21 de enero de 2024

Crónicas pospandémicas (y III)

    Los teóricos del globalismo, vamos a llamarlo así, ya dicen que los Estados son incapaces de resolver crisis globales como el cambio climático si no ceden en parte su soberanía a organizaciones internacionales no gubernamentales, porque hasta ahora los Estados daban respuesta, es un decir, a problemas locales, nacionales, pero, por esencia, no pueden dar respuesta, es un decir, a problemas globales o mundiales sin abandonar sus pretensiones soberanas o locales, como se vio en el caso de una epidemia que ya no se circunscribía a un ámbito territorial concreto, sino a todo el planeta.

    Organizan cumbres masivas en las que firman acuerdos internacionales que vinculan a los estados nacionales a ciertas políticas, por el bien común del planeta y de la humanidad en general, por lo que, después de la pandemia, el cambio climático ha sido rebautizado como “crisis sanitaria” que puede provocar una “crisis alimentaria”, una “crisis económica” y, en definitiva, una “crisis política”. 

    El FMI, por ejemplo, nos dice que todos los países del mundo deberían gravar el carbono, y que la educación debería fomentar una cruzada contra el cambio climático. Por eso las élites no electas del planeta -si se me permite el juego de palabras etimológico entre élites y electos- no necesitan de un gobierno mundial efectivo y reconocido, sino un panel de expertos internacionales a sueldo que trabaje para salvar el mundo. 

    Ni siquiera tienen necesidad de dictar -verbo que nos trae a la memoria las oprobiosas dictaduras del siglo pasado- sino de recomendar, que es más suave y efectivo, porque interioriza la obligación haciéndola voluntaria- políticas gubernamentales en casi todos los ámbitos de la vida de todas las naciones del planeta.

    Oficialmente, no existe dicho gobierno mundial ni el Estado Profundo, por lo que no debe rendir cuentas al electorado planetario. Por eso mismo no vamos a tener una moneda global única, ni falta que hace, sino docenas y docenas de monedas digitales intercambiables sin ningún problema, que favorecerán un sistema de pago y cobro armonioso que nunca pondrá en peligro la esencia del capitalismo. 

    No habrá un gobierno global, habrá paneles internacionales de “expertos imparciales”, designados por la ONU que harán “recomendaciones políticas”. La mayoría o todos los países del mundo seguirán la mayoría o todas las recomendaciones.

    Los fact checkers o verificadores de datos, que son la versión moderna de los censores de antaño, nos dirán siempre que es mentira que “los paneles de expertos de la ONU no constituyen un gobierno global a la sombra porque no tienen poder legislativo ni ejecutivo ni judicial”. Dirán que es una teoría de la conspiración. 

    Su misión de lucha contra la desinformación es ocultar la verdad, como se ve, en la realidad. Mientras tanto, los estados nacionales podrán seguir alimentando la ilusión democrática de que se gobiernan a sí mismos, de que son soberanos y de que no hay ninguna supraestructura por encima de ellos, y sus ciudadanos la de que son sus votos los que eligen a sus gobernantes, promoviendo la alternancia en el poder de opciones políticas indiferentes que se pretenden contrapuestas. Algo, sin embargo, huele a podrido en el Estado Profundo, y no se puede ocultar la pestilencia de su hedor.

viernes, 19 de enero de 2024

Crónicas pospandémicas (II)

    Capitalismo, comunismo, socialismo, democracia, socialdemocracia, neoliberalismo, globalismo, dictadura, monarquía, república… son palabras que van diluyendo progresivamente su significado, pero que nunca van a ser abandonadas por el sistema, útiles que son todavía para ocultar el dominio sobre la gente y el hecho de que por debajo de ellas no hay nada sustancial que las haga diferentes. 

    Lo que el llamado globalismo nos trae es una colección nominal e histórica de Estados-nación, con sistemas de gobierno superficialmente diferentes, todos construidos sobre los mismos parámetros subyacentes y todos respondiendo al mismo patrón de una autoridad superior y supranacional no elegida ni declarada. Si esto nos resulta de algún modo familiar y no extraño es porque ya lo estamos padeciendo. 


    Ni siquiera hace falta que se apruebe el tratado de pandemias que quiere imponer la Organización Mundial de la Salud (en realidad Organización de la Mala Salud) porque en la práctica ya ha probado su vigencia desde que se declaró la pandemia universal del virus coronado el 30 de enero de 2020 hasta el fin de la emergencia (pero no del virus coronado) el 5 de mayo del 2023.

    ¿Qué pruebas tenemos de la existencia del así llamado Estado Profundo, que es el eje en torno al que gira el globalismo? Tenemos, por ejemplo, el hecho de que la mayoría de las naciones están introduciendo una nueva moneda digital emitida por su banco central habida cuenta de que el dinero totalmente digital permite un control absoluto de cada transacción. No existe una diferencia práctica entre 195 monedas digitales diferentes que son intercambiables y que revelan la existencia de una única moneda global que podíamos decir que es el Dinero que abandona la liquidez de su estado sólido y efectivo para convertirse en una entelequia numérica y crediticia (por no hablar de la desaparición efectiva que hemos padecido en la Unión Europea de las viejas monedas nacionales: el franco, la peseta, el marco alemán, la lira italiana..., en provecho del euro). 

    Podemos decir, en resumidas cuentas, que los viejos estados nacionales han perdido efectivamente el control de su moneda, pero el capital, que no conoce fronteras, sin embargo, no ha perdido el control de ningún estado nacional. 

        Pero ¿qué pasa con la política?¿Cómo se las arregla ese Estado Profundo para camuflar su existencia? ¿Cómo transmite ese gobierno global políticas y leyes? Dando un enfoque pedagógico a través de la educación y adoctrinamiento de los sistemas educativos y medios de formación de la opinión pública a fin de que los propios ciudadanos deseen esas políticas y leyes sin necesidad de coerción. Si alguien, haciendo uso de su libertad de expresión, se atreve a denunciar el globalismo es tachado enseguida como fuente de desinformación (disinformation) o de mala información (misinformation), y pronto será censurado efectivamente dado que, como han declarado en Davos justificando así la censura, la mayor amenaza mundial consiste en que alguien no informe de lo que tiene que informar, es decir, de lo que está sutilmente mandado. 

     Hay una línea que divide a los buenos y malos ciudadanos. Probos son los afirmacionistas, ímprobos los negacionistas (del virus, del cambio climático, de la descarbonización...), calificados además tanto por la derecha política -vamos a decir con más precisión 'por los neoliberales'- como por la izquierda -llamémoslos 'socialdemócratas'- de 'radicales de extrema derecha' o 'neonazis'. 

 

    En realidad ya no hay ni derecha ni izquierda desde hace tiempo entre los partidos parlamentarios de gobierno, pero todos ellos esgrimen el fantasma de la extrema derecha. 

     La estrategia del Estado Profundo es plantear un problema a escala mundial, como es en la actualidad el cambio climático presentándolo como crisis sanitaria que nos afecta personalmente porque puede derivar en crisis política y económica. La solución de este problema general no puede ser particular. Si es un problema global, la solución no puede ser local, tiene que ser a escala planetaria. De nada nos sirve purificar nuestro aire de emisiones de dióxido de carbono, es un decir, si los vecinos no lo hacen también, porque el aire que respiramos no tiene fronteras...

miércoles, 17 de enero de 2024

Crónicas pospandémicas (I)

    Si algo hemos aprendido durante la pandemia (2020-2023), poca cosa que no supiéramos o intuyéramos ya desde mucho antes a decir verdad, es que ha servido para evidenciar la existencia efectiva de un gobierno mundial en la sombra que controla a todos y cada uno de los gobiernos y habitantes del planeta un poco más y mejor de lo que estábamos sin que nos demos cuenta demasiado. Lo grave no fue la epidemia en sí, sino las consecuencias que se derivaron de ella. 

    Ya dijeron algunos que no había mal que para bien no viniera y que la crisis sanitaria, dentro de lo mala que era, no dejaba de ser una oportunidad pintiparada para resetear el sistema. Atención al anglicismo que pone en relación, por algo será, el virus informativo, es decir, la información que se viraliza, nunca mejor dicho, dando carta de naturaleza a la existencia de un peligroso patógeno, y el virus informático. 

     Claro está que los perpetradores del reseteo no van a reconocer abierta- y expresamente que han creado la crisis a propósito, pero lo que sí podemos ver es que, a río revuelto, aprovechan la ganancia. No van a ponerle un nombre a su coup d' État -¡qué bien suena en francés!- global, o sea, mundial, porque eso sería reconocer el fenómeno, lo que facilitaría su visibilidad y, por lo tanto, podría fomentar la oposición de los nacionalismos. 

    El éxito de la empresa radica, precisamente, en que es tan evidente que no se ve, y si alguien lo ve se dice que está viendo visiones, y si lo denuncia es porque es un hater -ojo a este otro anglicismo, que es lo contrario de lover. Téngase en cuenta, además, el hecho de que el odio está tipificado como delito, y el amor es una medalla condecorativa que se ponen en el pecho como broche de oro los filántropos.

    Quieren establecer una gobernanza planetaria -gobierno es término ya obsoleto y pasado de moda-,  pero para ello no pretenden abolir las nacionalidades ni sus respectivos gobiernos y sistemas democráticos ni las diversas lenguas nacionales, aunque la lengua del Imperio, el inglés, sea la lengua franca impuesta en todas las instituciones, incluida la Unión Europea, después incluso de la salida del Reino Unido de la Gran Bretaña, donde solo queda como anglófona la república de Irlanda. El inglés es la segunda lengua y por lo tanto la única internacional de todos los demás estados. 

La leyenda de los siglos, René Magritte (1950)
 

    Nunca van a salir Bill Gates o Klaus Schwab, no son tan bobalicones, a decirnos en versión original subtitulada por la tele que ya no existen los estados nacionales ni sus lenguas oficiales y cooficiales. Nada más lejos de sus intenciones. Sería una torpeza imperdonable por su parte y además algo contraproducente. El nacionalismo sigue siendo muy útil para crear y manipular la opinión pública, que en realidad, contra lo que dice su nombre siempre es una opinión privada, nunca del pueblo o del común.

    Nunca se nos dirá que estamos unidos bajo un nuevo modelo, que es el Nuevo Orden Mundial; en cambio, la ilusión de regionalidad y variación superficial camuflará una falta de opciones reales en todo el panorama político. 

    

    Ursula von der Leyen decía en inglés ayer mismo en el Foro Económico Mundial de Davos, a donde vuelan mil quinientos (1500) aviones privados para decirnos que nos estamos cargando el planeta con nuestros humos, donde se reúnen los prohombres y las promujeres de las élites,  que su principal preocupación no es el conflicto ni el clima -conflict or climate- sino la desinformación -disinformation and misinformation-, dicho en inglés con dos palabras para atropellar la información alternativa, la denuncia de la manipulación informativa a la que nos someten para que no veamos sus turbias intenciones.  ¡Cómo evitaba ella finamente la palabra 'guerra' -war en la lengua del Imperio que utiliza- que sugiere "sangre, sudor y lágrimas" y que patrocinan y subvencionan ella, el Tío Sam y sus aliados en Ucrania y Palestina, mencionando el "conflicto" -conflict, una palabra culta y latina y para la mayoría de la gente incomprensible, pero que suena mucho mejor y más pacífico- y equiparando sutilmente los cambios atmosféricos con los 'cambios geopolíticos' y las operaciones militares!  

    Los muchos y plurales estados superficiales -hay 195 países en el mundo según la ONU- no ocultan la existencia de un único estado profundo, sino que son sus diversos avatares, sus manifestaciones peculiares, como si fueran revestimientos o collares del mismo monstruo, Leviatán.