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miércoles, 17 de enero de 2024

Crónicas pospandémicas (I)

    Si algo hemos aprendido durante la pandemia (2020-2023), poca cosa que no supiéramos o intuyéramos ya desde mucho antes a decir verdad, es que ha servido para evidenciar la existencia efectiva de un gobierno mundial en la sombra que controla a todos y cada uno de los gobiernos y habitantes del planeta un poco más y mejor de lo que estábamos sin que nos demos cuenta demasiado. Lo grave no fue la epidemia en sí, sino las consecuencias que se derivaron de ella. 

    Ya dijeron algunos que no había mal que para bien no viniera y que la crisis sanitaria, dentro de lo mala que era, no dejaba de ser una oportunidad pintiparada para resetear el sistema. Atención al anglicismo que pone en relación, por algo será, el virus informativo, es decir, la información que se viraliza, nunca mejor dicho, dando carta de naturaleza a la existencia de un peligroso patógeno, y el virus informático. 

     Claro está que los perpetradores del reseteo no van a reconocer abierta- y expresamente que han creado la crisis a propósito, pero lo que sí podemos ver es que, a río revuelto, aprovechan la ganancia. No van a ponerle un nombre a su coup d' État -¡qué bien suena en francés!- global, o sea, mundial, porque eso sería reconocer el fenómeno, lo que facilitaría su visibilidad y, por lo tanto, podría fomentar la oposición de los nacionalismos. 

    El éxito de la empresa radica, precisamente, en que es tan evidente que no se ve, y si alguien lo ve se dice que está viendo visiones, y si lo denuncia es porque es un hater -ojo a este otro anglicismo, que es lo contrario de lover. Téngase en cuenta, además, el hecho de que el odio está tipificado como delito, y el amor es una medalla condecorativa que se ponen en el pecho como broche de oro los filántropos.

    Quieren establecer una gobernanza planetaria -gobierno es término ya obsoleto y pasado de moda-,  pero para ello no pretenden abolir las nacionalidades ni sus respectivos gobiernos y sistemas democráticos ni las diversas lenguas nacionales, aunque la lengua del Imperio, el inglés, sea la lengua franca impuesta en todas las instituciones, incluida la Unión Europea, después incluso de la salida del Reino Unido de la Gran Bretaña, donde solo queda como anglófona la república de Irlanda. El inglés es la segunda lengua y por lo tanto la única internacional de todos los demás estados. 

La leyenda de los siglos, René Magritte (1950)
 

    Nunca van a salir Bill Gates o Klaus Schwab, no son tan bobalicones, a decirnos en versión original subtitulada por la tele que ya no existen los estados nacionales ni sus lenguas oficiales y cooficiales. Nada más lejos de sus intenciones. Sería una torpeza imperdonable por su parte y además algo contraproducente. El nacionalismo sigue siendo muy útil para crear y manipular la opinión pública, que en realidad, contra lo que dice su nombre siempre es una opinión privada, nunca del pueblo o del común.

    Nunca se nos dirá que estamos unidos bajo un nuevo modelo, que es el Nuevo Orden Mundial; en cambio, la ilusión de regionalidad y variación superficial camuflará una falta de opciones reales en todo el panorama político. 

    

    Ursula von der Leyen decía en inglés ayer mismo en el Foro Económico Mundial de Davos, a donde vuelan mil quinientos (1500) aviones privados para decirnos que nos estamos cargando el planeta con nuestros humos, donde se reúnen los prohombres y las promujeres de las élites,  que su principal preocupación no es el conflicto ni el clima -conflict or climate- sino la desinformación -disinformation and misinformation-, dicho en inglés con dos palabras para atropellar la información alternativa, la denuncia de la manipulación informativa a la que nos someten para que no veamos sus turbias intenciones.  ¡Cómo evitaba ella finamente la palabra 'guerra' -war en la lengua del Imperio que utiliza- que sugiere "sangre, sudor y lágrimas" y que patrocinan y subvencionan ella, el Tío Sam y sus aliados en Ucrania y Palestina, mencionando el "conflicto" -conflict, una palabra culta y latina y para la mayoría de la gente incomprensible, pero que suena mucho mejor y más pacífico- y equiparando sutilmente los cambios atmosféricos con los 'cambios geopolíticos' y las operaciones militares!  

    Los muchos y plurales estados superficiales -hay 195 países en el mundo según la ONU- no ocultan la existencia de un único estado profundo, sino que son sus diversos avatares, sus manifestaciones peculiares, como si fueran revestimientos o collares del mismo monstruo, Leviatán.

viernes, 1 de septiembre de 2023

Parresia

    Menuda pajarraca, astuta como ella sola y de pocos escrúpulos, si es que tiene alguno todavía, la lideresa de la Unión Europea, doña Ursula von der Leyen. Publica un mensaje en tuíter en el que cambiando orgüelianamente la terminología, llama “transparencia” a lo que es "opacidad" y consagra así la imposición de la censura en la vieja Europa que regenta con el pretexto de luchar contra la desinformación en el ámbito digital.

 

    Reclama esa misma transparencia que ella no tuvo cuando negoció con el Laboratorio Pfizer, a través de mensajes cortos que se borraron casualmente de su ordenador, los contratos de las salvíficas inoculaciones que sin embargo no salvaron a nadie de contraer el peligrosísimo patógeno, sino todo lo contrario.

    Dice que quiere introducir los valores europeos (European values) en el mundo digital y lo que hace es crear el orgüeliano Ministerio de la Verdad, que decidirá lo que es informativo y lo que no, como si la libertad de expresión no fuera uno de esos valores europeos, consagrada desde los antiguos griegos bajo el nombre de παρρησία (parresia), esa capacidad que hay que reivindicar ahora más que nunca de decir (-resia) valientemente uno todo (pan-)lo que tiene que decir sin guardarse nada, hablando con franqueza y sin miedo de ofender a nadie.

 Anuncia la pajarraca estrictas reglas (strict rules) sobre transparencia, en realidad opacidad, y responsabilidad (accountability en la lengua del Imperio que ella utiliza), todo para proteger a nuestros niños, sociedades y democracias (sic).

    

     Y advierte que desde el día de la fecha (el pasado 25 de agosto) las plataformas digitales de la Red Informática Universal deberán aplicar la nueva ley que consagra la censura bajo el nombre de lucha contra la desinformación, imponiéndose la versión oficial como única versión, lo mismo que se impuso entre nosotros durante la pandemia, pero ahora con el apoyo de la ley.

     La anunciada Ley de Servicios Digitales que ya está en vigor (Digital Services Act) revela que en la era digital, los gobiernos del universo mundo no quieren dejar de controlar la narrativa informativa, imponiendo su discurso sobre los demás, la llamada "versión oficial". Cualquier voz crítica o disidente es etiquetada enseguida como misinformation en la lengua del Imperio, desinformación en la nuestra. Los fact checkers o verificadores de los hechos narrados son los censores encargados de proteger la Versión Oficial, que pasa por ser la verdad revelada que necesitan los gobiernos para asegurar su gobernanza, dado que gobernar es mentir, marcando como falsa cualquier otra información alternativa que se oponga a ella, lo que pone en muy serio peligro la libertad de expresión y la parresia.

    No puedo dejar de citar, a propósito, al filósofo francés Michel Foucault, que en su  'Discurso y verdad en la antigua Grecia' (Ed. Paidós, I.C.E. de la U.A. de Barcelona, 2004), introduciendo el neologismo  'parresiasta' para el que hace uso de la parresia, escribe lo siguiente: 

    El hecho de que un hablante diga algo peligroso —diferente de lo que cree la mayoría— es una fuerte indicación de que es un parresiasta Cuando planteamos la cuestión de cómo podemos saber si aquel que habla dice la verdad, estamos planteando dos cuestiones. En primer lugar, cómo podemos saber si un individuo particular dice la verdad; y, en segundo lugar, cómo puede estar seguro el supuesto parresiasta de que lo que cree es, de hecho, verdad. La primera pregunta —reconocer a alguien como parresiasta —fue muy importante en la sociedad grecorromana y, como veremos, fue explícitamente planteada y discutida por Plutarco, Galeno y otros. Sin embargo, la segunda pregunta escéptica es especialmente moderna y, pienso, ajena a los griegos.

 

     Se dice que alguien utiliza la parresia y merece consideración como parresiasta solo si hay un riesgo o un peligro para él en decir la verdad. Por ejemplo, desde la perspectiva de los antiguos griegos, un profesor de gramática puede decir la verdad a los niños a los que enseña y, en efecto, puede no tener ninguna duda de que lo que enseña es cierto. Pero, a pesar de esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiasta. Sin embargo, cuando un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es molesta y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más aún, también asume un riesgo (ya que el tirano puede enfadarse, castigarlo, exiliarlo, matarlo).

  

viernes, 9 de septiembre de 2022

Un jarro de agua fría (restricciones energéticas)

    Nos enseñaba en plena crisis sanitaria Úrsula Gertrudis von der Leyen, la europresidenta de la Comisión de la UE, a la ciudadanía europea cómo lavarnos y secarnos correctamente las manos para prevenir la contaminación del virus coronado, en un alarde pedagógico de desinfección que mezclaba hábilmente la mínima teoría con la práctica. 
 
'Salva vidas lavándote las manos' (y ahorra de paso energía, que hay crisis).

     Ese higiénico y patético vídeo en el que Úrsula se lavaba las manos simbólicamente contaminadas de virus o de sangre como Pilatos sigue siendo válido en la coyuntura actual de crisis energética, una vez finiquitada la sanitaria. Recuérdese que, una semana antes de que comenzara la guerra de Ucrania que ha desencadenado la crisis actual de la energía, la Unión Europea comenzó a relajar las restricciones sanitarias para dar paso a la nueva crisis y las restricciones energéticas. No vamos a gastarnos el dinero en hacer otro vídeo, parece que dijeran, cuando podemos reutilizar uno del que  disponemos, si no fuera porque en este que tenemos la europresidenta se olvida de cerrar el grifo mientras se seca las manos, aunque, en el último momento, se da cuenta de su pequeña infracción y la corrige cerrándolo apresuradamente. No tiene desperdicio.
 
 
     ¿Es usted idiota, parece decirnos a la puta cara, o no sabe usted cómo lavarse las manos sin derrochar agua, que, amén de escasear en medio de la pertinaz sequía que padecemos, fruto del cambio climático por el calentón planetario, ahora es, además, un valor que cotiza en Bolsa desde que hace dos años debutó en el mercado de futuros de Wall Street?
 
    La señá Úrsula, siguiendo las instrucciones de la ominosa OMS en forma de nueve consejos prácticos escritos en la lengua del Imperio, nos enseña a lavarnos las manos sin más palabras, que no hacen falta, como si fuésemos idiotas, con la musiquilla de fondo de la Ode an die Freude que se ha convertido en la banda sonora del prostíbulo que regenta. 
 
    No hace falta que usted utilice agua caliente para lavarse las manos, así que hágalo con agua fría a fin de no despilfarrar energía que nos hace dependiente del gas del malvado zar de todas las Rusias que ha invadido Ucrania, un gas que ahora compramos a China, que lo que hace es vendernos como intermediaria que se lleva la parte del león el gas que compra ella sí a Rusia, y nos lo revende a nosotros a precio de oro. 
 
Úrsula cierra el grifo, para ahorrar, mientras se enjabona las manos.
 
     Y es que como dice el periódico El (In)Mundo: “Bajo la premisa de hacer frente a la escasez del hidrocarburo, los Estados de la UE ya han puesto en marcha diversas medidas de ahorro”. 
 
    Aparte de bajar unos grados la calefacción, claro está, como nos recomendaba en España Ana Codicia Botín, perdón, Patricia, quería decir, esa banquera feminista y ecologista, no faltaba más, aparte de eso, decía,  se recomienda no ducharse tanto, no hace falta hacerlo todos los días, o, si nos empeñamos en la ducha diaria, no hacerlo con agua caliente, sino con agua tibia o, mejor aún, con agua fría, que, si me apuran, es hasta más sano seguramente, y más económico y solidario con Ucrania desde luego.
 
     Este miércoles pasado hemos visto una nueva comparecencia de la señá Úrsula en la que haciendo uso de la consabida retórica propone que lo que tenemos que hacer ante los picos de demanda de gas que encarecen el precio de la electricidad en el mercado es -lo dice en la lengua del tío Sam, que es la del Imperio-: flatten the curve, o sea, “¡aplanar la curva!”.
 
 
    ¿No te suena y resuena esto de 'aplanar la curva'? Sólo le faltó decir a la europresidenta que las restricciones energéticas que propone para la reducción del uso de la electricidad en horas pico durarán sólo quince días, dos semanas, como aquellas otras restricciones sanitarias que nos impusieron más que propusieron para reducir aquella otra curva de la pandemia de los demonios, que se sabe ya lo que duró.
 
 
       ¿Veremos pronto el vídeo de Ursula Gertrud von der Leyen en su cuarto de baño bajo la ducha de agua gélida tiritando de frío pero guardando el tipo y canturreando el Himno a la Alegría de Ludwig van Bethonven, cuyos huesos seguro que están removiéndose ahora en su tumba al enterarse de que es el himno de la Unión Europea? 

    ¿O nos sorprenderá nuestra querida europresidenta proponiéndonos una cena en penumbra en una hora pico de consumo, sin alumbrado eléctrico, a la luz de unas románticas velas,  -y todo a media luz, / que es un brujo el amor, / a media luz los besos, / a media luz los dos, como cantaba Carlos Gardel- que nos aseguren una no menos romántica velada?