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viernes, 28 de febrero de 2025

Poder de vida y muerte (y II)

"Necropolítica" de Achille Mbembe es un ensayo publicado originalmente en francés en 2006, traducción española en 2011, en el que el autor acuña el término y desarrolla el concepto de necropolítica y la hipótesis de que la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir. 
 
Según Foucault, el Estado nazi habría sido el ejemplo más logrado de Estado que ejerce su derecho a matar, que ha gestionado, protegido y cultivado la vida de forma coextensiva con el derecho soberano de matar. Por una extrapolación biológica del tema del enemigo político, al organizar la guerra contra sus adversarios y exponer también a sus propios ciudadanos a la guerra, el Estado nazi se conceptúa como aquel que abrió la vía a una tremenda consolidación del derecho de matar, que culminó en el proyecto de la «solución final». 
 
De esta forma, se convirtió en el arquetipo de una formación de poder que combinaba las características del Estado racista, el Estado mortífero y el el Estado suicida. 
 

La vida del esclavo es en ciertos aspectos, dice Mbembe, una forma de muerte-en-la-vida. Este poder sobre la vida ajena toma la forma de comercio: la humanidad de una persona se disuelve hasta tal punto que se hace posible afirmar que la vida de un esclavo es propiedad de su amo. Dado que la vida del esclavo es una “cosa” poseída por otra persona, la existencia del esclavo es la sombra personificada.
 
En el derecho de guerra una de las funciones del Estado es matar o acordar la paz. Ningún Estado puede pretender ejercer este derecho fuera de sus fronteras, por lo que ninguno reconoce una autoridad superior a él dentro de sus fronteras. La identidad nacional se concibe como identidad contra el Otro, contra otras deidades. 
 
La Muerte liderando al ejército de los muertos, Gustave Doré (1789)
 
En la figura del mártir que se inmola matando al enemigo, homicidio y suicidio se llevan a cabo en una misma y única acción. En la lógica del mártir la voluntad de morir se funde con la de llevarse al enemigo por delante, eliminando toda posibilidad de vida. En el kamikaze el sacrificio consiste en la espectacular ejecución de sí mismo, convirtiéndose en su propia víctima. 
 
En la actualidad, escribía Nbembe en 2006, «la forma más redonda del necropoder es la ocupación colonial de Palestina. En la guerra Israel-Palestina: Los elementos determinantes en estas técnicas para dejar fuera de combate al enemigo son: utilizar el bulldozer, destruir casas y ciudades, arrancar los olivos, acribillar las cisternas a tiros, bombardear e interferir en las comunicaciones electrónicas, destrozar las carreteras, destruir los transformadores eléctricos, asolar las pistas de aeropuertos, dejar inutilizables las emisoras de televisión y radio, destruir los ordenadores, saquear los símbolos culturales y político-burocráticos del proto-Estado palestino, saquear el equipo médico. En otras palabras llevar a cabo una guerra de infraestructuras. Mientras el helicóptero de combate Apache es utilizado para patrullar los aires y matar desde el cielo, el bulldozer blindado (Caterpillar D-9) se utiliza en tierra como arma de guerra e intimidación. Estas dos armas establecen la superioridad de los instrumentos high-tech de la era contemporánea». 

Gaza arrasada

Casi veinte años después, hemos asistido a una superación del horror que describe Mbembe con la práctica destrucción de la franja de Gaza a manos del ejército sionista israelí, que ahora se quiere reconstruir desplazando a los supervivientes. 

En Genealogía del racismo (1996), Michel Foucault se preguntaba «¿cómo es posible que un poder político mate, reivindique la muerte, exija la muerte, haga matar, dé orden de matar, exponga a la muerte no solo a sus enemigos, sino a sus ciudadanos?». Casi 30 años más tarde, la interrogante sigue siendo terriblemente pertinente. Mbembe argumenta que en el mundo contemporáneo el poder soberano ya no se limita solo a gobernar la vida (biopolítica, en términos de Foucault), sino que se ejerce también a través de la muerte, el abandono y la violencia extrema. Los Estados, las fuerzas coloniales y los sistemas neoliberales crean "zonas de muerte" donde ciertas poblaciones son desechables. 
 
Mbembe explica que la necropolítica tiene sus raíces en la dominación colonial, donde ciertos grupos fueron tratados como "subhumanos" y condenados a la muerte social y física. En conflictos modernos (Palestina, África, Guantánamo), la guerra no solo busca someter al enemigo, sino hacer inhabitable su existencia, lo que genera espacios de "muerte en vida". 
 
Pero no solo el Estado que declara la guerra a otro Estado y de rechazo a sus propios ciudadanos, sino también el Capital -no hace falta decir, como hace Mbembe "el capitalismo extremo"-  deja morir a ciertos sectores de la sociedad mediante la exclusión y la precarización. La necropolítica muestra cómo el poder se ejerce hoy en día a través del control de la muerte, más allá de los Estados-nación, mediante la imposición del capital globalizado que es el combustible del terrorismo, las crisis migratorias, las guerras perpetuas y la pobreza estructural. 

viernes, 1 de septiembre de 2023

Parresia

    Menuda pajarraca, astuta como ella sola y de pocos escrúpulos, si es que tiene alguno todavía, la lideresa de la Unión Europea, doña Ursula von der Leyen. Publica un mensaje en tuíter en el que cambiando orgüelianamente la terminología, llama “transparencia” a lo que es "opacidad" y consagra así la imposición de la censura en la vieja Europa que regenta con el pretexto de luchar contra la desinformación en el ámbito digital.

 

    Reclama esa misma transparencia que ella no tuvo cuando negoció con el Laboratorio Pfizer, a través de mensajes cortos que se borraron casualmente de su ordenador, los contratos de las salvíficas inoculaciones que sin embargo no salvaron a nadie de contraer el peligrosísimo patógeno, sino todo lo contrario.

    Dice que quiere introducir los valores europeos (European values) en el mundo digital y lo que hace es crear el orgüeliano Ministerio de la Verdad, que decidirá lo que es informativo y lo que no, como si la libertad de expresión no fuera uno de esos valores europeos, consagrada desde los antiguos griegos bajo el nombre de παρρησία (parresia), esa capacidad que hay que reivindicar ahora más que nunca de decir (-resia) valientemente uno todo (pan-)lo que tiene que decir sin guardarse nada, hablando con franqueza y sin miedo de ofender a nadie.

 Anuncia la pajarraca estrictas reglas (strict rules) sobre transparencia, en realidad opacidad, y responsabilidad (accountability en la lengua del Imperio que ella utiliza), todo para proteger a nuestros niños, sociedades y democracias (sic).

    

     Y advierte que desde el día de la fecha (el pasado 25 de agosto) las plataformas digitales de la Red Informática Universal deberán aplicar la nueva ley que consagra la censura bajo el nombre de lucha contra la desinformación, imponiéndose la versión oficial como única versión, lo mismo que se impuso entre nosotros durante la pandemia, pero ahora con el apoyo de la ley.

     La anunciada Ley de Servicios Digitales que ya está en vigor (Digital Services Act) revela que en la era digital, los gobiernos del universo mundo no quieren dejar de controlar la narrativa informativa, imponiendo su discurso sobre los demás, la llamada "versión oficial". Cualquier voz crítica o disidente es etiquetada enseguida como misinformation en la lengua del Imperio, desinformación en la nuestra. Los fact checkers o verificadores de los hechos narrados son los censores encargados de proteger la Versión Oficial, que pasa por ser la verdad revelada que necesitan los gobiernos para asegurar su gobernanza, dado que gobernar es mentir, marcando como falsa cualquier otra información alternativa que se oponga a ella, lo que pone en muy serio peligro la libertad de expresión y la parresia.

    No puedo dejar de citar, a propósito, al filósofo francés Michel Foucault, que en su  'Discurso y verdad en la antigua Grecia' (Ed. Paidós, I.C.E. de la U.A. de Barcelona, 2004), introduciendo el neologismo  'parresiasta' para el que hace uso de la parresia, escribe lo siguiente: 

    El hecho de que un hablante diga algo peligroso —diferente de lo que cree la mayoría— es una fuerte indicación de que es un parresiasta Cuando planteamos la cuestión de cómo podemos saber si aquel que habla dice la verdad, estamos planteando dos cuestiones. En primer lugar, cómo podemos saber si un individuo particular dice la verdad; y, en segundo lugar, cómo puede estar seguro el supuesto parresiasta de que lo que cree es, de hecho, verdad. La primera pregunta —reconocer a alguien como parresiasta —fue muy importante en la sociedad grecorromana y, como veremos, fue explícitamente planteada y discutida por Plutarco, Galeno y otros. Sin embargo, la segunda pregunta escéptica es especialmente moderna y, pienso, ajena a los griegos.

 

     Se dice que alguien utiliza la parresia y merece consideración como parresiasta solo si hay un riesgo o un peligro para él en decir la verdad. Por ejemplo, desde la perspectiva de los antiguos griegos, un profesor de gramática puede decir la verdad a los niños a los que enseña y, en efecto, puede no tener ninguna duda de que lo que enseña es cierto. Pero, a pesar de esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiasta. Sin embargo, cuando un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es molesta y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más aún, también asume un riesgo (ya que el tirano puede enfadarse, castigarlo, exiliarlo, matarlo).