Los teóricos del globalismo, vamos a llamarlo así, ya dicen que los Estados son incapaces de resolver crisis globales como el cambio climático si no ceden en parte su soberanía a organizaciones internacionales no gubernamentales, porque hasta ahora los Estados daban respuesta, es un decir, a problemas locales, nacionales, pero, por esencia, no pueden dar respuesta, es un decir, a problemas globales o mundiales sin abandonar sus pretensiones soberanas o locales, como se vio en el caso de una epidemia que ya no se circunscribía a un ámbito territorial concreto, sino a todo el planeta.
Organizan cumbres masivas en las que firman acuerdos
internacionales que vinculan a los estados nacionales a ciertas
políticas, por el bien común del planeta y de la humanidad en general, por
lo que, después de la pandemia, el cambio climático ha sido
rebautizado como “crisis sanitaria” que puede provocar una
“crisis alimentaria”, una “crisis económica” y, en
definitiva, una “crisis política”.
El FMI, por ejemplo, nos dice que todos los países del mundo deberían gravar el carbono, y que la educación debería fomentar una cruzada contra el cambio climático. Por eso las élites no electas del planeta -si se me permite el juego de palabras etimológico entre élites y electos- no necesitan de un gobierno mundial efectivo y reconocido, sino un panel de expertos internacionales a sueldo que trabaje para salvar el mundo.
Ni siquiera tienen necesidad de dictar -verbo que nos trae a la memoria las oprobiosas dictaduras del siglo pasado- sino de recomendar, que es más suave y efectivo, porque interioriza la obligación haciéndola voluntaria- políticas gubernamentales en casi todos los ámbitos de la vida de todas las naciones del planeta.
Oficialmente, no existe dicho gobierno mundial ni el Estado Profundo, por lo que no debe rendir cuentas al electorado planetario. Por eso mismo no vamos a tener una moneda global única, ni falta que hace, sino docenas y docenas de monedas digitales intercambiables sin ningún problema, que favorecerán un sistema de pago y cobro armonioso que nunca pondrá en peligro la esencia del capitalismo.
No habrá un gobierno global, habrá paneles internacionales de “expertos imparciales”, designados por la ONU que harán “recomendaciones políticas”. La mayoría o todos los países del mundo seguirán la mayoría o todas las recomendaciones.
Los fact checkers o verificadores de datos, que son la versión moderna de los censores de antaño, nos dirán siempre que es mentira que “los paneles de expertos de la ONU no constituyen un gobierno global a la sombra porque no tienen poder legislativo ni ejecutivo ni judicial”. Dirán que es una teoría de la conspiración.
Su misión de lucha contra la desinformación es ocultar la verdad, como se ve, en la realidad. Mientras tanto, los estados nacionales podrán seguir alimentando la ilusión democrática de que se gobiernan a sí mismos, de que son soberanos y de que no hay ninguna supraestructura por encima de ellos, y sus ciudadanos la de que son sus votos los que eligen a sus gobernantes, promoviendo la alternancia en el poder de opciones políticas indiferentes que se pretenden contrapuestas. Algo, sin embargo, huele a podrido en el Estado Profundo, y no se puede ocultar la pestilencia de su hedor.
Irrelevante es el gobierno de cualquier histórica nación, lo relevante es la gobernanza del mundo, es decir su gestión optima para las "partes interesadas" en los negocios, los figurantes políticos solo tienen una función: escenificar y emocionar a la audiencia para sostener el vicio y el vacío que la democrácia representa. Hoy los grandes líderes, estadistas y sus lider-esas, son como esos grandes actores que una vez introducidos en la mente de los espectadores sirven para anunciar, en cualquier momento y sin más cualquier bobada. El marketing se impone y la estupidez no deja de ser un activo importante para mantener la circulación mercantil en optimas condiciones existenciales.
ResponderEliminar