En mi infancia se decía que en la Fiesta de Reyes, el 6 de enero, los niños que se habían portado bien durante el año recibían por su buen comportamiento los regalos que les traían sus majestades los Reyes Magos de Oriente, mientras que los díscolos carbón. En realidad, buenos y malos, recibían los mismos regalos que compra el dinero: nosotros, juguetes bélicos, y ellas, muñecas, siendo el carbón una amenaza difusa que se traducía en la realidad inexcusable de la vuelta a la normalidad después de las vacaciones escolares, como nos recuerda la imagen de Gabriel Pérez-Juana.
En los belenes catalanes y valencianos, amén de los esperados pastores y pastoras que acuden a adorar al recién nacido en el portal entre pajas, los Reyes Magos, María, José, el Niño Jesús, las ovejas, la mula y el buey, se encuentra un personaje muy característico y ajeno a la iconografía de la cristiandad, se trata del caganer o cagador. Con barretina o gorro rojo, faja y pipa en los labios, agachado y con los calzones bajados y las nalgas al aire, deposita un zurullo. Él no tiene oro, incienso ni mirra, como los Reyes Magos de Oriente, que ofrecerle al recién nacido. Sólo tiene lo que produce por sus propios medios: la humilde ofrenda del mojoncito de caca que defeca en las inmediaciones del portal.
Con el paso del tiempo, la figura del caganer ha ido evolucionado y, en la actualidad, se han creado muchos modelos alternativos, entre los que destaca también la caganera, que es la versión femenina de lo mismo. Dicen que los orígenes de esta figura se remontan por lo menos al siglo XVI, ausente según parece de la iconografía medieval. En todo caso es, esencialmente, un personaje del arte popular, cuyo lugar está fuera del pesebre, pero no lejos del portal.
¿Qué simboliza esta figura? ¿Es un detalle irreverente, un guiño a la escatología infantil o tiene un significado más profundo? Creo que puede ser ambas cosas a la vez, y puede relacionarse con el Dukatenscheiser o cagaducados alemán. Hay también un cuento de los hermanos Grimm, que es La mesa, el asno y el bastón maravillosos, donde aparece la figura del borrico que cagaba doblones de oro. La defecación de dinero en forma de monedas de oro sólo es real en la ficción porque en verdad no puede afirmarse que la caca sea dinero, aunque sí, como reconoce el pueblo habitualmente, que el dinero -y el oro, incienso y la mirra que le llevan sus majestades de Oriente al niño- es una mierda, así como todos los dones y juguetes habidos y por haber, y que el vil metal puede comprarlo todo menos lo más valioso y lo que más importa, que es el cariño que no tiene precio.
Uno de los cuentos folclóricos más extendidos y conocidos en el Siglo de Oro español es el del borrico que cagaba dineros, muy difundido en otros países y lenguas, del que hay numerosas versiones orales españolas, algunas en verso, a más de portuguesas y americanas. Cuentos que, retrotrayéndonos a la antigüedad grecorromana, nos llevan de algún modo hasta la fábula de la gallina de los huevos de oro, que en la versión original de Esopo no era tal gallina, sino una oca que Hermes le regala a un ferviente devoto suyo. Será Babrio y no Esopo quien consagre la gallina que nuestro Samaniego y Lafontaine popularizarán en castellano y en francés respectivamente, cuentos todos ellos que relacionan el dinero con la mierda, lo que se relaciona con el dicho popular de que si la mierda fuera dinero, que no lo es, pero no se olvide la verdad de lo contrario, los pobres no tendrían culo o, en otra versión, nunca cagarían.
Pero dejémonos de cuentos y de fábulas: la sorpresa que les espera a los niños tras la ilusión de abrir los envoltorios de los regalos es la desilusión de la vuelta al cole, como dice la muñeca de Pérez-Juana a la que ya no engaña nadie, la vuelta a la normalidad y al aburrimiento, representada también en esta imagen de Madrigal por el 'máximo confort' del Hostal Herodes, el único y verdadero pedagogo, al decir del poeta, del que me temo que no van a poder huir como María, José y el Niño a Egipto nuestros pequeños, abocados como están a entrar en el pudridero de la edad adulta o matadero.
Calla, calla, que en mi pueblo antiguamente se iban recogiendo los cagajones de los burros para usarlos como abono de los huertos, pues el estiércol estaba muy cotizado al mejorar la tierra y, en consecuencia, la producción. De hecho, mi padre esterca los olivos abriéndolos alrededor del tronco y rellenándolos de estiércol. Esto debe hacerse cada cuatro o cinco años. ¿Y yo pa qué te cuento todo esto? Si es que me tiras de la lengua y yo entro al trapo.
ResponderEliminarLos Reyes han pasado por casa y san bebío el licorsito, lo que hubiera hecho yo en su lugar. Un saludo.
Gracias, Guante, por el comentario, que me recuerda una vieja historia:
Eliminar"-¿Qué haces, hijo mío, para tener una huerta tan generosa y bendecida por el Señor? -Le preguntó un día el obispo curioso a un humilde campesino.
-No más que regar y estercolar, monseñor.
Su ilustrísima, por su parte:
-¡Yo riego la mía religiosamente todos los días con agua bendita que tomo de la pila bautismal de la catedral...!
-Pero no basta sólo con eso, monseñor, -añadió el labriego; hay también que estercolar, porque si el agua es un tesoro para la tierra, que lo es, la boñiga del buey es oro purísimo de ley.
Al monseñor le pareció un tanto irreverente la respuesta del labriego por la estrecha relación que establecía entre las heces y el oro, pero caviló que sin duda el pueblo hablaba por la boca de aquél rústico patán, y tenía razón, como sentenciaban los viejos latines: Vox populi, vox Dei.
El labriego, por su parte, mientras seguía cavando la tierra, añadió:
-Ya sabe lo que dice la gente: Quien abono echa tendrá buena cosecha, y también, como repetía mi difunto padre, que en gloria esté: boñigas crían espigas.
Su ilustrísima, que consideraba de muy mal gusto la mención del abono, porque a fin de cuentas no era más que mierda cuyo olor resultaba tan desagradable y repugnante a su fino olfato, le confesó al palurdo labrador:
-Yo bendigo todos los días el huerto...
A lo que el labriego objetó:
-El estiércol no será muy santo, monseñor, pero a buen seguro que donde cae, créame, obra milagros.
El señor obispo musitó unos latines: melius asini stercus erit quam episcopi benedictio. Y como veía que el labrador no entendía su culta cita, sentenció: -Esto quiere decir, hijo mío, que por lo que veo y colijo de nuestra conversación, vale más cagajón de borrico que bendición de obispo."
Un abrazo.