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sábado, 6 de enero de 2024

Ni oro ni incienso ni mirra: una mierda.

    En mi infancia se decía que en la Fiesta de Reyes, el 6 de enero, los niños que se habían portado bien durante el año recibían por su buen comportamiento los regalos que les traían sus majestades los Reyes Magos de Oriente, mientras que los díscolos carbón. En realidad, buenos y malos, recibían los mismos regalos que compra el dinero: nosotros, juguetes bélicos, y ellas, muñecas, siendo el carbón una amenaza difusa que se traducía en la realidad inexcusable de la vuelta a la normalidad después de las vacaciones escolares, como nos recuerda la imagen de Gabriel Pérez-Juana. 
 
     En los belenes catalanes y valencianos, amén de los esperados pastores y pastoras que acuden a adorar al recién nacido en el portal entre pajas, los Reyes Magos, María, José, el Niño Jesús, las ovejas, la mula y el buey, se encuentra un personaje muy característico y ajeno a la iconografía de la cristiandad, se trata del caganer o cagador. Con barretina o gorro rojo, faja y pipa en los labios, agachado y con los calzones bajados y las nalgas al aire, deposita un zurullo. Él no tiene oro, incienso ni mirra, como los Reyes Magos de Oriente, que ofrecerle al recién nacido. Sólo tiene lo que produce por sus propios medios: la humilde ofrenda del mojoncito de caca que defeca en las inmediaciones del portal. 
 
    Con el paso del tiempo, la figura del caganer ha ido evolucionado y, en la actualidad, se han creado muchos modelos alternativos, entre los que destaca también la caganera, que es la versión femenina de lo mismo.  Dicen que los orígenes de esta figura se remontan por lo menos al siglo XVI, ausente según parece de la iconografía medieval. En todo caso es, esencialmente, un personaje del arte popular, cuyo lugar está fuera del pesebre, pero no lejos del portal. 
 

     ¿Qué simboliza esta figura? ¿Es un detalle irreverente, un guiño a la escatología infantil o tiene un significado más profundo? Creo que puede ser ambas cosas a la vez, y puede relacionarse con el Dukatenscheiser o cagaducados alemán. Hay también un cuento de los hermanos Grimm, que es La mesa, el asno y el bastón maravillosos, donde aparece la figura del borrico que cagaba doblones de oro. La defecación de dinero en forma de monedas de oro sólo es real en la ficción porque en verdad no puede afirmarse que la caca sea dinero, aunque sí, como reconoce el pueblo habitualmente, que el dinero -y el oro, incienso y la mirra que le llevan sus majestades de Oriente al niño- es una mierda, así como todos los dones y juguetes habidos y por haber, y que el vil metal puede comprarlo todo menos lo más valioso y lo que más importa, que es el cariño que no tiene precio. 
 
    Uno de los cuentos folclóricos más extendidos y conocidos en el Siglo de Oro español es el del borrico que cagaba dineros, muy difundido en otros países y lenguas, del que hay numerosas versiones orales españolas, algunas en verso, a más de portuguesas y americanas.  Cuentos que, retrotrayéndonos a la antigüedad grecorromana, nos llevan de algún modo hasta la fábula de la gallina de los huevos de oro, que en la versión original de Esopo no era tal gallina, sino una oca que Hermes le regala a un ferviente devoto suyo. Será Babrio y no Esopo quien consagre la gallina que nuestro Samaniego y Lafontaine popularizarán en castellano y en francés respectivamente, cuentos todos ellos que relacionan el dinero con la mierda, lo que se relaciona con el dicho popular de que si la mierda fuera dinero, que no lo es, pero no se olvide la verdad de lo contrario, los pobres no tendrían culo o, en otra versión, nunca cagarían.  
 
 
    Pero dejémonos de cuentos y de fábulas: la sorpresa que les espera a los niños tras la ilusión de abrir los envoltorios de los regalos es la desilusión de la vuelta al cole, como dice la muñeca de Pérez-Juana a la que ya no engaña nadie, la vuelta a la normalidad y al aburrimiento, representada también en esta imagen de Madrigal por el 'máximo confort' del Hostal Herodes, el único y verdadero pedagogo, al decir del poeta, del que me temo que no van a poder huir como María, José y el Niño a Egipto nuestros pequeños, abocados como están a entrar en el pudridero de la edad adulta o matadero.