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miércoles, 6 de septiembre de 2023

El fin del mundo y de las cosas

    ¿Qué es la Nueva Normalidad si no la digitalización del mundo o idealización a través de imágenes y cuantificación numérica de la Realidad, por decirlo de otra manera, y, en última instancia, también de nosotros mismos?

    El proceso de digitalización había comenzado mucho antes de la pandemia, a principios del siglo XXI, con lo que se dio en llamar la Revolución Tecnológica; sin embargo el cambio vertiginoso de paradigma sólo podía darse con un acontecimiento brusco, con un golpe de timón contundente como fue la Pandemia Universal declarada por la OMS, avalada por la mayoría de los gobiernos y por la desproporcionada cobertura mediática que obtuvo, factores que aceleraron el fenómeno sobremanera, y que nos condenaron al aislamiento del confinamiento sanitario.

    En la fase actual en que nos encontramos de pospandemia, no podemos evitar la tentación cuando estamos con otras personas de consultar nuestros teléfonos inteligentes. Ellos son la sede ahora de nuestra memoria y de nuestra actividad cerebral, por lo que, a pesar de la interconexión reinante, nos sentimos más incomunicados y más solos que nunca.

    En lugar de tejer relaciones con los demás, nos proyectamos cada vez más en nosotros mismos, y acumulamos amigos y seguidores, sin encontrarnos los unos con los otros. La digitalización hace desaparecer al otro, permitiendo que florezca el narcisismo y la egolatría.

Narciso, Jody Kelly.
 

    Si la pandemia agravó la pérdida de lazos de comunidad, la pospandemia, no ha hecho que volvamos a la situación anterior a la pandemia, sino que vivamos esta nueva fase como un intervalo entre pandemias, que ya se han instalado en nuestro imaginario colectivo. De hecho, la OMS ya pronostica para el año que viene una nueva pandemia bajo la amenaza permanente de “otro patógeno emergente con un potencial aún más mortal".

    Vivimos en estado permanente de alarma, aunque ahora estemos en posición de stand by, por lo que las cosas no han vuelto ni volverán a ser nunca como antes. De hecho, podemos decir, las cosas van desapareciendo paulatinamente de nuestro mundo, y también las personas, convertidas en 'contactos' sin tacto.

    Ya no hay cosas ni personas en el mundo. Se puede decir que el fin del mundo tal y como lo conocíamos ya ha tenido lugar. Cosas y personas han sido sustituidas por las ideas platónicas y por los números que las cuantifican. Las ideas han desplazado a las cosas. Hemos vuelto a la caverna de Platón. La digitalización ha hecho que el mundo, informatizado, sea menos tangible, menos palpable, menos físico, y más ideal, pero no por ello menos real, y ha hecho que se multiplique como un tumor cancerígeno la información.

Narciso, Caravaggio (1594-1596)

    La digitalización elimina los recuerdos de nuestra memoria, que, atrofiada, pierde el sabor y el aroma de las cosas y acumula a cambio datos e información innecesaria almacenados en nuestro teléfono inteligente, que es la sede de nuestra memoria: es nuestra alma, nuestro consejero espiritual ante el que nos confesamos, nuestro objeto de fe y de devoción. Si queremos entender en qué tipo de sociedad vivimos, tenemos que comprender qué es la información, una información que se rebela enseguida falsa, que no permanece, dada su nula vigencia y su fugacidad. La información, no las cosas, es lo que define nuestra relación con el mundo pospandémico. Como acertó a decir ingeniosamente Byung-Chul Han, ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la Nube en su lugar.

    Si percibimos la realidad no como una experiencia sensible, sino en términos de información, la estamos despojando de su esencia, y eso nos hace insensibles ante la belleza. Nuestra percepción se reduce a la información de los datos y noticias -ideas y números- de la realidad.

    Si recurro a una imagen mitológica que explique lo que estamos viviendo, me viene enseguida a la cabeza la de “Eco y Narciso” que pintó John William Waterhouse en 1903, donde nosotros somos Narciso, que no ve a la ninfa Eco que representaría la realidad carnal y la belleza sensitiva que, triste, lo contempla a él que se contempla a sí mismo y no la ve a ella en el solipsismo del espejo de su teléfono inteligente, el lago en el que se sumergirá y ahogará.

Eco y Narciso, John W. Waterhouse (1903)
 

domingo, 27 de agosto de 2023

Casarse consigo

    De vez en cuando de un tiempo a esta parte se oye por ahí el caso de que alguien ha decidido casarse por todo lo alto consigo mismo. Se trata de personas que no quieren una pareja heterosexual ni homosexual, que no quieren una pareja, sin más, y que deciden, en el colmo del narcisismo, declarar su amor propio hacia sí mismos.

    Así como la monogamia es el matrimonio con otra persona, la bigamia con dos, y la poligamia con varias, surge ahora el término sologamia para designar el automatrimonio. Hay quien dice incluso que las personas sológamas son más felices que las demás y pueden cumplir mejor sus propias aspiraciones y expectativas vitales sin subordinarse al yugo del matrimonio tradicional ni supeditar su éxito al de su pareja. 

     Hay otro término equivalente a sologamia, que es autogamia, de factura totalmente helénica, a diferencia de sologamia que es un híbidro grecolatino.

    Sologamia y autogamia no son términos reconocidos todavía por la docta Academia, pero ya están operativos en la lengua del Imperio (sologamy, autogamy) y por lo tanto entre sus lenguas vasallas, como la nuestra, por lo que no tardarán en entrar en nuestro ilustre diccionario. 

 

    La autogamia o sologamia consiste, pues, en emparejarse de hecho y casarse uno consigo mismo, una boda de momento sin validez legal, pero matrimonio indisoluble y consistente, a prueba de divorcio. La sologamia no es una prolongación de la soltería, porque el soltero siente que le falta su media naranja que no ha encontrado todavía, pero el casado consigo mismo no siente esa carencia, y nunca se será infiel a sí mismo, hasta que la muerte disuelva el vínculo. 

  No sé cómo puede realizarse en términos jurídicos, pero es un síntoma esencial del espíritu de nuestro tiempo. Supongamos que llega a legislarse e institucionalizarse, lo que no es del todo descabellado. ¿Qué sentido tiene contraer nupcias con uno mismo? ¿Qué valor tiene esta institución? Algunos consideran que supone la disolución extrema del vínculo matrimonial, que se juzga obsoleto y patriarcal. pero, lejos de eso, parece todo lo contrario: es la consumación y consagración de la institución del matrimonio. 

El baño de Narciso, Paul Dubois (1863)
 

    El individuo no necesita encontrar su media naranja para completarse, sino que se declara completo y es ya, como el andrógino de Platón, una naranja entera que engloba los dos sexos, ni siquiera se ve obligado a identificarse con un sexo (cisgénero), ya que puede adoptar el sexo que elija a su antojo (transgénero), dado que se considera de 'género fluido' según la expresión consagrada por la moda. 

    No hace falta que haya dos para hacerse uno, pero sí que uno se vea, me atrevería a decir, a sí mismo como dos, como Narciso, que, despreciando todas las voces de los que requirieron su compañía y los ecos de la ninfa enamorada de él, se enamora de sí mismo cuando contempla fascinado su propia imagen en el espejo del agua, y allí mismo contrae nupcias uniéndose consigo mismo, es decir, con su propia imagen, ahogándose por ende en las aguas del estanque. 

   

  Me atrevo a decir que es la institución clave de nuestra sociedad: una sociedad narcisista, de átomos que encuentran en el autorretrato solipsista del selfi la expresión más acendrada de su individualismo llevado a su grado más alto, la sociedad del individuo aislado que percibe al otro como una amenaza que invade su privacidad.